Dom 06.10.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › LUIZA MARIA, LA TIA DEL BAR DEL SINDICATO METALURGICO

“A él yo le lavaba el plato”

› Por Martín Granovsky

Luiza María de Faría pisa fuerte, domina la situación, habla poniendo energía en cada palabra. Podría ser partera, dirigente sindical. Pero también podría ser lo que es: la Tía del Bar. Luiza es la dueña del bufete del sindicato de los metalúrgicos de San Bernardo do Campo. Sabe todo, por supuesto. De la vida personal de la gente, de la personalísima, no habla. De Lula sí. De él habla con devoción.
La entrevista con la Tía –ojos celestes que miran directo, movimientos de oradora– se hizo frente a una mesa de fórmica junto a la ventana, detrás de un contingente entero de aceiteras, vinagreras y saleros, en el tercer piso del sindicato. En la planta baja había unas 300 sillas dispuestas en semicírculo frente al escenario.
–Es para el domingo –dijo la Tía–. Para festejar.
–¿En primera vuelta?
–Por supuesto.
En el medio de la entrevista, un grupo de gente joven escuchaba instrucciones de un tipo menos joven que ellos. Se entrenaban para hoy, cuando el PT aún debe salir a buscar los últimos votos jugando al borde de las leyes electorales o infringiéndolas suavemente.
–¿Aquí todos votan por Lula?
–Casi. El otro día un operario me dijo: “Por Lula perdí el empleo”. Yo le dije: “¿Por Lula?”. Y él me dijo que por una huelga que él dirigió, porque hasta manda hacer huelga en Estados Unidos. Es ridículo. Si los que estamos en este bar mañana no trabajamos, no es porque Lula lo ordene.
–¿Le gritó?
–No. Antes yo era como malcriada. Ahora soy más calma. A todos los metalúrgicos les digo “hijo”, “mi amor”...
–¿Incluso si votan por Serra?
–Hace poco uno me dijo que iba a votarlo. Lo llamé. Le pregunté: “¿No sabés lo que Lula hizo por vos?”. Le dije que era el candidato para reformar Brasil. Si Lula no gana, perdemos los jubilados y perderá el padre que gana un salario mínimo de 200 reales. Con eso no se puede vivir. Si yo ganara sólo eso no tendría para remedios.
–Tía, ¿usted fue metalúrgica?
–No. Yo viví 25 años en una favela y participaba del movimiento de los favelados. Conocí a los metalúrgicos porque mi marido trabajaba para la Volkswagen. Y fue un metalúrgico el que me enseñó a leer. A leer mi nombre, porque para el resto soy analfabeta.
–¿Cómo conoció a Lula?
–Me habían hablado de él. Tenía ansiedad de conocerlo y un sábado a la tarde se dio. El hablaba en un acto. Yo lo miraba a él y él me miraba a mí. Después fue la huelga de los metalúrgicos. No me olvido más. Aviones, armas, ametralladoras. Yo guardé cosas del sindicato, porque los perseguían. Fueron cuarenta y tantos días de huelga. Un día mi marido me dijo: “Voy a trabajar”. Le dije: “No podés, porque no podés desmoralizar así a los compañeros, y además si vas no entrás más a esta casa”. Fue igual a la fábrica, pero no entró. Trabajé en el fondo de huelga para pagar a los despedidos. Trabajé dos años en eso, juntando dinero.
–Estábamos en aquel sábado con Lula.
–Ah, sí, me encantó aquel chico. Me acuerdo que pensé: “Una madre que tiene un hijo así debe estar orgullosa”. Ahora, cada vez que lo veo, pienso eso y lo abrazo, lo beso.
–¿Por qué debería ser el orgullo?
–Por la humanidad de Lula, por el coraje, por la sensibilidad ante la pobreza. No se fija cómo es el que está al lado. Quién tiene formación y quién no la tiene y vive en la favela. Para él todos son iguales. Se lo digo yo, que soy analfabeta de la lectura pero no de la memoria.
–¿Lula sigue viniendo aquí?
–Claro. Estuvo el martes. Siempre venía y ordenaba: “Tía, hacé la comida para mí”. Y se ponía a discutir de política, del sindicato y del partido. Ahora tiene traje, corbata y guardias de seguridad. Yo sé que será más difícil. Pero no me importa, Lula es el mismo.
–¿Con el mismo menú?
–Es muy sencillo para comer: feijao, arroz, lo que sea. Ahora no come carne, come más pescado.
–¿Por qué?
–No sé, le gusta. Y le gustan los kibes.
–¿Toma?
–Poco. Le gusta una copa de cognac Domecq. Aquí todos deben portarse bien. Después de cada almuerzo, a lavar los platos. Todos.
–También Lula.
–Bueno, el resto no lo sabía, pero a él yo le lavaba el plato.
–¿Vio el debate de los candidatos por televisión, el jueves?
–Claro. Estuvo bien.
–Habló mucho del agua en el Nordeste.
–Porque él es de ahí, de Beljardim. Y ahí lo que hay es sequía. Nada de agua y la poca agua que hay es salada. Hasta los sapos se mueren. Lula vive cerca, en un departamento. ¿Sabe por qué a todos les gusta venir a comer acá, al Bar de la Tía?
–Por el feijao.
–Porque los trato a todos como jóvenes. Y somos jóvenes. Si vivimos es que somos jóvenes, ¿no?
–¿Le gusta la mujer de Lula?
–¿Marisa? Es un dulce de mujer. Va a estar en la toma de posesión. Y yo también. No sé cómo, pero ese día le aseguro que voy a estar. Acá el entusiasmo es impresionante. Si Lula gana sin segunda vuelta, hay algunos que a fin de mes saldrán caminando para Brasilia.
–Son mil kilómetros. ¿Una promesa?
–No, tienen ganas. Ya se compraron cinco pares de zapatillas para ir cambiando.
–Tía, ¿cómo imagina a Lula de presidente?
–Mmm... El pueblo va a querer cobrar.
–¿Usted dice cobrar rápido?
–Sí. Algunos creen que Lula llega hoy y en un mes habrá trabajo para todo el mundo. Y no es así. El cambio no va a ser muy rápido. Yo espero que lo ayuden todos. No duermo pensando en eso. Soy viuda. Miré el debate sola. Tomaba chocolate caliente y miraba la televisión. Mi cabeza estaba a más de mil. No soy una nena. Tengo 64 años y 18 hijos.
–¿Cuántos?
–Sí, 18.
–¿De cuántos maridos?
–De dos. Tuve 16 con uno y dos con otro.
–¿Cuántos años tiene el mayor?
–Recién cumplió 50.
–Lo tuvo a los 14.
–Sí, me casé joven. También tengo 14 nietos. Y cuatro bisnietos. Tengo hijos en la Volkswagen, en la Mercedes, trabajando aquí, en la intendencia, otro con una empresa por cuenta propia...
–Lula terminó el debate hablando de Dios. ¿Usted es católica?
–Católica, pero no voy mucho a la iglesia, ¿eh? Me gusta ir cada 1º de Mayo, con Lula. El me dice: “Tenés que conseguirte un novio”. Yo le digo: “Lula, hijo, no me digas más eso”. La vida no es fácil. Trabajando en la Wolks se puede ganar mil reales. Eso ganan algunos de mis diez mil hijos, los metalúrgicos. Yo sé lo que es la vida. Un día vino una hija mía y me dijo que estaba embarazada. Le pregunté: “¿Tenés padre para ese hijo?”. Me contestó que no. “Entonces, andá y hacete un aborto, yo te acompaño”, le dije. Y lo hizo. Sé lo que es la vida. Durante tres años este sindicato fue mi casa. Yo vivía aquí, dormía aquí, hasta que pude construir mi casita. A un hijo mío lo mataron los de la droga. A mi marido lo mataron en la calle. Me ofrecieron matar al asesino. “No”, dije. “Igual, mi marido no va a volver.” ¿Sabe qué? Todos mis hijos saben leer.
–Tía, ¿por qué le dicen Tía?
–¿Y por qué va a ser? Me lo puso Lula, cuando lo visité en la cárcel.

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