EL PAíS • SUBNOTA › DOS REFLEXIONES SOBRE LA CONFLUENCIA DE RURALISTAS, MEDIOS Y POLíTICOS
El escenario y las alternativas que se plantearon tras el encuentro en el Congreso de los dirigentes agropecuarios y las fuerzas de la oposición. El rol de los Estados Unidos y la relación con los procesos en desarrollo en Latinoamérica.
Por Ernesto López *
En diciembre de 2001, con el derrumbe del gobierno de la Alianza, se materializó el fracaso del proyecto neoliberal de país entronizado por Carlos Menem y tolerado por Fernando de la Rúa: aquella artera promesa de primer mundo que terminó inundando la Argentina de indigentes y la condujo a una crisis fenomenal. Desde ese momento, entre convulsiones y dolores, se planteó un conflicto entre lo viejo y lo nuevo en política, que comenzó a dirimirse en las elecciones generales de abril de 2003. Vale la pena recordar los resultados de entonces para presidente y vice: Menem-Romero 24,45 por ciento; Kirchner-Scioli 22,24; López Murphy-Gómez Diez 16,37; Rodríguez Saá-Posse 14,11; Carrió-Gutiérrez 14,05. Si se miran con atención las fórmulas y las cifras que se acaban de mencionar, se observa que entre las cinco fuerzas que se enfrentaron dos representaban lo nuevo (aunque Carrió finalmente desertara) y tres representaban al pasado (Menem, López Murphy y Rodríguez Saá), que, sumadas, superaban el 50 por ciento de los votos. Pero el espanto que producía el eventual retorno del riojano impidió la convergencia. Menem, abrumado por la inelasticidad de sus apoyos, renunció a la segunda vuelta, propiciando así el triunfo sin ballottage de Néstor Kirchner. Este, en las elecciones legislativas de mitad de período de 2005, dirimió fuerzas con el contrapeso que para la acción renovadora significaba el duhaldismo. Ya para entonces el rumbo alternativo de su gobierno estaba claramente definido: drástica renegociación de la deuda externa; fomento de las actividades productivas; afectación de las rentas extraordinarias de las actividades agropecuarias; recuperación del Estado; defensa y recuperación del empleo; mejora de las prestaciones sociales; incremento de los ingresos de los jubilados; rehabilitación de las convenciones colectivas de trabajo; compromiso con la verdad, la justicia y la memoria, para citar sólo algunos rasgos salientes. Para desesperanza de los cultores del pasado y de algunos sectores resultantes de la diáspora radical, la Argentina creció a tasas chinas, desairando incluso a los “órganos de gobierno de la globalización” –como denominó Stiglitz al FMI y al Banco Mundial–, a los expertos de bancos y financieras internacionales de primera línea –hasta el reciente crack de Wall Street– y a esos presuntos gurúes vernáculos que hace rato que no dan pie con bola pero siguen desfilando por los diarios, los canales de TV y las radios como si nada hubiera pasado. Cristina Kirchner se afirmó en la opción iniciada por su esposo, a la que sumó interesantes iniciativas como la modificación del régimen jubilatorio –con su correlato de fortalecimiento de las finanzas públicas– y el reciente canje de deuda. Y ha puesto en marcha una encomiable batería de medidas para hacer frente a la extraordinaria crisis mundial en curso.
Sin embargo, la disputa por las retenciones entre el Gobierno y “el campo” puso al descubierto un filón sobre el que se ha abalanzado la oposición, como si se tratara de una auténtica quimera del oro. Y está en curso de montaje un patético tinglado, que tiene poco de virtuoso y mucho de miserable, destinado a desacreditar, deslegitimar y, eventualmente, desestabilizar al actual gobierno: es que con las elecciones de mitad de período a la vista, la avidez hace roncha. En rigor, su construcción comenzó hace tiempo. Por ejemplo, en las ya mencionadas elecciones de mayo de 2005, Macri y López Murphy entonaron a dúo la balada de la “veleidad autoritaria del presidente”. Carrió viró a centroderecha y endureció su lenguaje hasta convertirlo en una rotativa de vituperios. Pero fue “el campo” el que dio la voz de “aura”, como corresponde, para dar inicio a un frenético pericón con las recordadas: “Los Kirchner son un obstáculo para el desarrollo” y “paro, marcha y guerra”, por mencionar sólo algunas de sus consignas convocantes. La cuerda más tañida ha sido, sin embargo, la del abuso, la discrecionalidad y el autoritarismo que presuntamente caracterizaría los gobiernos K. Duhalde, la UCR y sus disiecta miembra (Cobos, Stolbizer et allia) y Solá, entre otros, se han sumado a la danza. Todo al tibio amparo de una porción de los media, que en realidad fungen como articuladores de ese heterogéneo espacio y como propagandizadores y formadores de opinión, actuando como ese Príncipe electrónico –que amalgama y supera las fórmulas de Maquiavelo y de Gramsci– que conceptualizó en sus últimos años el gran sociólogo brasileño Octavio Ianni.
La oposición se entretiene en un republicanismo de la forma y en una cosmética del estilo, en el tinglado que auspician los media, chocha de la vida. En un mundo que se desbarranca, carece de propuestas, no impulsa debates de fondo ni fomenta discusiones consistentes sobre el qué hacer. Habita un espacio chato y hueco a la vez, pero rutilante, detrás del cual acecha oculta la intención de un drástico cambio de rumbo y de contenidos. La nueva política echada a andar por Néstor y continuada por Cristina Kirchner está bajo asedio. No por sus presuntos problemas de forma, sino por la densidad de sus contenidos. Como vienen las cosas, el tinglado mediático cobija por omisión una pretensión restauradora. Que no será lo viejo en formato neoliberal, pues la mar gruesa mundial parece haber enterrado el Consenso de Washington. Pero será de todos modos conservadora. Cínica o ingenua, la ausencia de definiciones de la oposición y la banalidad y la oquedad que la acompañan sólo propician, al día de hoy, o una taimada reposición reaccionaria o una irresponsable aventura que, eventualmente, conducirá al mismo resultado.
* Sociólogo, embajador en Guatemala.
Por Rubén Dri *
Luego del arrasador huracán neoliberal que rugió en las décadas del ’80 y especialmente el ’90, en el continente latinoamericano se fueron dando en algunas naciones vigorosos movimientos nacionales y, en otras, gobiernos que se replantearon políticas nacionales, a contrapelo de lo que fuera el neoliberalismo necrófilo.
En este esperanzador proceso algunos movimientos nacionales, siempre con orientación continental latinoamericana de la Patria Grande, sobresalen sobre los demás, dibujando lo que podríamos denominar una avanzada de la liberación latinoamericana. Pertenecen a esta avanzada, sin lugar a dudas, Venezuela, Ecuador y Bolivia, cada uno de estos movimientos con sus características y contradicciones particulares. Para la mirada imperial constituyen un verdadero peligro. Son los “populismos” que vinieron a ocupar el lugar del comunismo.
Con la misma mirada latinoamericana con la que se forjó la independencia del continente por obra de Artigas, San Martín, Bolívar, Martí, otros movimientos latinoamericanos tienen en sus gobiernos claras expresiones de la visión latinoamericana. Aquí se ubican Brasil, Paraguay, Chile y Argentina. Es precisamente en nuestro país donde, en Mar del Plata, se le hicieron las exequias al ALCA.
Cada país arrastra sus propias contradicciones, sus avances y retrocesos, pero no se pueden negar avances fundamentales como los de Unasur y su decidida intervención para hacer fracasar el sangriento golpe “prefectural” contra el gobierno de Evo Morales y la admisión de Cuba al Grupo Río, por citar dos de los hechos más significativos de este avance hacia la realización de la Patria Grande.
En nuestro país hay un juego de pinzas desestabilizador conformado por los patrones agrarios, los grandes medios de comunicación y la denominada “oposición”. Pero a la pinza le faltaba la fuerza que hiciera realmente tambalear al Gobierno y su proyecto, el imperio. Bueno, en realidad, está presente desde que los patrones agrarios el año pasado hicieron su lockout destituyente, con la IV Flota, pero ahora interviene directamente la CIA.
Leon Panetta, el nuevo jefe, se mostró preocupado porque la crisis que se extiende “particularmente en la Argentina, Ecuador y Venezuela”, podría afectar la estabilidad y la política externa de dichos países. Esto más que un análisis es un anuncio. Estos países deben ser desestabilizados y allí está la CIA, cuya historia en desestabilizaciones es sumamente rica.
Bolivia, Venezuela y Ecuador se encuentran en una situación de fortaleza por la identificación de los movimientos populares con sus respectivos gobiernos, debido a que éstos expresan cabalmente sus intereses. Cuando el pueblo hace suyo el proceso revolucionario, éste se torna poco menos que invencible. Ese y no otro es el secreto de la vigencia de la revolución cubana.
En nuestro caso, la situación es diferente. No contamos con un movimiento popular fuerte que sienta suyo el proceso de transformación que expresa el gobierno kirchnerista. Aquí las contradicciones son más profundas que en los países que llevan la delantera, pero no se puede no ver que en estos momentos se encuentran enfrentados dos proyectos de país, el del país agroexportador y el de la industrialización, el del mercado como agente exclusivo y el que sostiene la necesaria intervención del Estado.
Las reacciones histéricas, descontroladas, llenas de odio, de la denominada “oposición” ante el discurso medido, sustancioso, de la Presidenta, muestran a las claras que lo que prima es la voluntad de “desgaste” del Gobierno, según lo aclarara en su momento Eduardo Buzzi, al mismo tiempo que “se pintaba la cara” y ofrecía la fuerza de choque a la Sociedad Rural y socios.
No nos puede extrañar, pero sí alertar, que la noticia de la escuela de cuadros o como se le llame que funciona por obra de las corporaciones agrarias, en la que fungen de maestros Vicente Massot, conocido reivindicador de la tortura y de la violación sistemática de los derechos humanos, y el singular rabino Bergman, no haya merecido comentarios en los grandes medios de comunicación.
De esta manera la acción de desgaste, cuya meta máxima es el golpe institucional, se acompaña con la debida formación de cuadros. ¿A dónde se quiere llegar? La periodista boliviana Anahí Fernández hace un parangón inquietante entre la “Media Luna” boliviana y su gemela argentina, formada especialmente por la derecha sojera de Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Mientras la Media Luna boliviana tiene como ideario no pagar impuestos por las superganancias petroleras, gasíferas y agrícolas, su hermana argentina sostiene lo mismo con la superganancias sojeras.
En su momento habíamos llamado la atención sobre la coincidencia estratégica de las corporaciones agrarias argentinas con la derecha boliviana y la presencia de la IV Flota a la que ahora hay que agregar el accionar de la CIA. ¿O la IV Flota ya se fue? ¿Alguien puede informarnos al respecto? ¿Obama dijo algo? ¿Piensa desactivarla?
El proyecto nacional que en estos momentos expresa Cristina tiene demasiados baches, encierra múltiples contradicciones y deficiencias, pero es el proyecto que la derecha, expresada abierta y agresivamente por los grandes medios de comunicación y especialmente por La Nación y Clarín, quiere derrotar. El enemigo es el gobierno de Cristina en la medida en que expresa ese proyecto y con el enemigo no se dialoga, todo es bueno para desgastarlo hasta, si es posible, hacerlo caer.
* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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