EL PAíS • SUBNOTA › LA LUPA
› Por J. M. Pasquini Durán
Desde ayer, y por los próximos siete días, según los altavoces autorizados de cuatro patas, sesenta y cinco piquetes agrarios en todo el país expresarán el descontento del sector con todas las políticas del Poder Ejecutivo nacional. A la Mesa de Enlace de cuatro patas sólo le falta proponer el relevo perentorio del gobierno inútil y reemplazarlo por otro. En la Sociedad Rural todavía recuerdan que Juan Carlos Onganía ingresó en el “predio ferial de Palermo” montado en una calesa y de la economía se ocupaba Adalbert Krieger Vasena, el ministro que se montó en un avión a París después del Cordobazo y su reflexión más importante fue: “No entiendo nada”.
Lo mismo podría decirse de las posiciones de las cuatro patas en el último año. Desde el punto de vista económico, están preñados de contradicciones, pero en realidad la movida con olor a bosta es ante todo de naturaleza política y ahí se puede encontrar una cierta lógica operativa.
In pectore, la Mesa acumula nostalgias por la antigua condición de “factores de poder” que tenían la SR y la Carbap, invitados permanentes a las reflexiones de almirantes y generales fragoteros, pero hoy en día, sin el partido militar, se quedaron sin partido. A sabiendas de que “el campo es Patria”, suponen que tendrían que ocupar el lugar de última trinchera en defensa de la nacionalidad. Desde la crítica extrema podría hablarse de concepciones fascistas o, en lenguaje actualizado, conservadores gorilas con fuerte vocación autoritaria.
Las decepciones populares son antiguas. En 1915, doña Alicia Moreau escribió: “Hemos visto alguna vez las masas levantarse exasperadas por la injusticia y anhelantes de libertades, para caer al fin postradas por un esfuerzo aparentemente inútil, caer unidas con el amargo desconsuelo de la energía perdida”. Que “Minga” De Angeli, el más grosero sustituto en oferta, cargue con el amargo consuelo de la causa perdida no estaría mal como sosegate para los de su estirpe. Pero que no les pase a los campesinos, a los que trabajan la tierra con sus manos, a ellos que no les pase. El Gobierno puede impedir que ocurra si sabe distinguir a los hijos de la tierra y los separa de la manada que obedece a la Mesa.
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