EL PAíS • SUBNOTA › DANTE “EL CANCA” GULLO, HIJO DE ANGELA AIETA, DESAPARECIDA EN LA ESMA
› Por Alejandra Dandan
La madre de Juan Carlos Dante Gullo, el “Canca”, desapareció el 5 de agosto de 1976. Un comando de la Marina la secuestró de su casa, en el Bajo Flores, uno de los barrios obreros más populares de Buenos Aires. Su hijo aún vive en la casa. Es uno de los que sigue de cerca el avance en Italia del juicio contra el represor Emilio Massera. En diálogo con Página/12, el Canca Gullo recordó el paso de su madre por la Escuela de Mecánica de la Armada en donde, dice, “no la trataban por un número, la llamaban María, estaba encapuchada y engrillada”. En ese momento, el Canca, que era jefe regional de la Juventud Peronista, estaba detenido en Sierra Chica. Apenas pudo, escribió una carta al ex ministro del Interior Albano Harguindeguy. Está convencido de que los militares mataron a su madre porque empezó a reclamar por los presos políticos y eso molestaba.
–¿Qué puede contarnos sobre Angela María Aieta?
–Mi madre nació el 7 de marzo de 1921 en Fuscaldo, Calabria, en un pueblo frente al mar, y a los cinco años vino para Argentina como hacían muchos: tiraban una moneda, unos se quedaban en la casa y otros emigraban porque no había comida para todos. Obviamente, ella era encantadora. Siempre decía que aprendió a nadar antes que a caminar porque, como vivían frente al mar, era más peligroso para un niño que no sepa nadar que caminar. Por esas parábolas de la vida, terminó su vida en el mar con los vuelos de la muerte. En medio de la vulneración y de la crueldad no podía nadar así dormida.
–¿Era militante política?
–En Italia eran socialistas. En la casa de mi madre, durante la Segunda Guerra, se instaló un comando alemán. El que manejaba la casa era alguien que había organizado a todos los pescadores de la costa. Una vez, vio desde una ventana, en lo alto, un buque de trasporte de pasajeros bombardeado por un submarino alemán. Hizo trinar las campanas en señal de SOS. Reunió a los pescadores y a pesar de que los alemanes y carabineros no querían, él con los pescadores lograron salvar 55 personas. Según me contaron no hace mucho en Italia, otro pariente era un maquinista de tren, socialista, que un día se negó a conducir el tren porque había subido un obispo que estaba con los fascistas.
–¿Eso se lo fueron transmitiendo a ustedes?
–Mi viejo era sastre. Ella ama de casa. En casa no querían que hablemos italiano, de hecho yo no aprendí porque decían que ésta era nuestra casa. Vivíamos en un barrio proletario, donde vivo yo ahora, y ellos tenían mucha conciencia de clase. Me acuerdo que el Día del Niño, por ahí venía gente a repartir juguetes o los colectivos te llevaban gratis, pero mi viejo me decía que: “Vos no podés ir porque es para ellos que son pobres, yo lo tengo que comprar porque tengo trabajo”.
–Cuando secuestraron a su madre, usted estaba en Sierra Chica...
–Ella sabía que estábamos comprometidos, y nuestras madres la verdad es que estaban orgullosas de que quisiéramos cambiar el mundo. De que leyéramos. No estaba lo del no te metas. Obvio, estaba preocupada, pero nos aceptaron y respetaron que éramos una generación distinta.
–Usted dijo alguna vez que a ella se la llevaron por usted.
–Ella estaba mañana, tarde y noche golpeando puertas y exigiendo que se nos trate bien a los que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Que nos den el derecho de la opción de salir del país. Era una leona y era parte de las leonas que aparecieron después como precursoras de las madres y abuelas de Plaza de Mayo.
–¿Cree que la detuvieron por eso?
–Mi madre se reunía con otras madres para pelear por sus hijos presos. Golpeaba puertas. Conseguía dinero para que alguien nos trajera la comida y esas cosas, en algún nivel de maldad, la dictadura dijo que había que cortarlas.
–Usted escribió una carta para Harguindeguy: le ofreció cambiar de lugar.
–Un hombre del Servicio Penitenciario me dio una mano. Mandó una carta a Harguindeguy por correo expreso y me trajo el comprobante. Pero Harguindeguy nunca me llamó.
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