Dom 03.11.2002

EL PAíS • SUBNOTA

Un 75 ilusorio

› Por Horacio Verbitsky

La Argentina ha cambiado tanto desde los días en que la gobernaban Isabel Martínez de Perón y José López Rega que es irreconocible. La situación política, el trasfondo económico social, el contexto internacional son incomparables. Sin embargo, por momentos se vive un clima reminiscente del de 1975, cuando la sucesión de actos armados cometidos por facciones políticas y el descrédito de los gobernantes fue instilando en las clases medias, pero no sólo en ellas, la ansiedad por el orden. El golpe de marzo de 1976 agravó todos los problemas y sólo resolvió uno: el desafío insurgente al monopolio estatal de la violencia. Pero lo hizo a un costo, para el Estado, para la sociedad y para sus propios protagonistas, por el que sólo se vanaglorian unos pocos dinosaurios que añoran aquella era geológica luego de la cual se extinguieron. Lo más notable es que hoy no existe ningún reto equivalente al de entonces ni se conoce de agrupamientos políticos que impulsen sus propuestas armas en mano. Aun así, sectores interesados y poderosos buscan sucedáneos que produzcan efectos similares.
Tal vez por esa ajenidad cultural, hasta ahora el engendro no ha logrado arraigar en nuestras sociedades. Sin embargo la adaptación local del artefacto exótico ha hecho algunos progresos. El incremento de algunos delitos contra la propiedad y la protesta social ante la crisis ocupan el lugar central en la justificación de un proyecto autoritario que suprima el desorden de la democracia y lo reemplace por la paz de los cementerios. Mientras los canales de televisión saturaban con informaciones sobre el secuestro del padre del actor Pablo Echarri y algunos apostaban en forma abierta a su muerte, el general Brinzoni disertaba sobre sus planes ante empresarios, diplomáticos y ex ministros de la dictadura militar. Esta vez la actuación policial y el azar permitieron que el canillita secuestrado recuperara su libertad y que fueran detenidos los secuestradores, entre los cuales, como siempre, había por lo menos un policía, pero no siempre ocurrirá así. Los buitres sobrevuelan en espera de ese día.
En el primer reportaje concedido luego de su cautiverio, Antonio Echarri dijo lo último que los Brinzoni y los Hadad hubieran querido oír: “Se cerraron las fábricas, las paradas de diario, las calesitas, unos se llenaron de guita y otros nos quedamos sin nada. ¿Quieren que no haya chorros en esta situación? Es lógico que haya chorros. Es terrible lo que le pasó a la Argentina, que no era un paraíso terrenal pero era un país más o menos feliz. A lo mejor por necesidad o porque están descarriados se roban un kiosco y terminan secuestrando a alguien”. Para este diagnóstico impecable, no hay terapia castrense posible.

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