Dom 12.04.2009

EL PAíS • SUBNOTA

Clientelismo VIP

› Por Mario Wainfeld

San Isidro reproduce una característica chocante de América del Sur, la región más desigual del planeta. En un mismo partido conviven pobres de solemnidad con ricos de toda opulencia, los separan pocas cuadras o menos que eso. Las clases altas argentinas tienen un nivel de ostentación infrecuente, si se los compara con sectores privilegiados de sociedades más asentadas. Esa ostentación, sin duda, acentúa la diferencia y puede actuar como incitación al resentimiento o al delito.

Gustavo Posse, un intendente de alta popularidad (que no se consigue sólo con el apoyo de los privilegiados) erigió un muro berreta, un monumento efímero a su oportunismo político y a su ideología. Una atmósfera regresiva, clasista, racista si viene a cuento, impregna el clima local. Posse seguramente pensó más en ella que en solucionar el problema de la inseguridad, suponer lo contrario sería subestimar su astucia.

Empero, algo no funcionó. La reacción de los vecinos fue concordantemente reactiva. La Justicia actuó, en prevención de una conducta discriminatoria. La derecha autóctona, que está agrandada y expandida en varios partidos con representación parlamentaria, optó por callar: su factor de unidad es la defensa de los productores agropecuarios, también su único programa común. Los vecinos demolieron el muro. El intendente quedó aislado pero quizá no solo: los poderosos de San Isidro, por ahí, tomaron nota de su señal que los tenía como destinatarios.

Resonaron silencios estridentes. El obispo de San Isidro Jorge Casaretto y el cardenal Jorge Bergoglio, tan perspicaces para detectar pajas en el ojo ajeno y tan expeditivos para cuestionar al oficialismo nacional, callaron. El clientelismo para ricos no los estremece, ni atrae su atención. La discriminación no es pecado... esa historia del camello y el ojo de la aguja, una antigualla. El rabino Sergio Bergman tampoco tomó la palabra, en su momento propuso cambiarle la letra al himno e instaurar un verso que dijera “seguridad, seguridad, seguridad” en vez de libertad. No se indigna (como es su costumbre) cuando ve en trono a la innoble desigualdad.

De desigualdad, pues, hablamos. El antropólogo Alejandro Grimson (docente de la Universidad de San Martín) señala una paradoja: un muro acentúa la desigualdad, la subraya. La desigualdad es una de las causas de la delincuencia urbana, que el muro profundiza en vez de prevenir.

Posse es un dirigente taimado pero no un innovador: no inventó la segregación, ni los ghettos, ni la estigmatización de los pobres. Eso no releva sus responsabilidades.

De rondón, el episodio agrega un dato digno de observación. Años atrás gentes de mediano y alto poder adquisitivo privatizaron su vida, alejándose del Estado. Educación, salud, jubilación, seguridad privadas. Ghettos urbanos sin roce con personas de otra extracción social. Ese aislamiento no terminó de funcionar: las prestadoras de salud suelen currar antes que curar, retacean cobertura a personas de cierta edad o requirentes de tratamientos caros. Las agencias privadas de seguridad no aseguran la paz de los countries, los copropietarios duermen con el enemigo. De las gloriosas AFJP, mejor ni hablar.

En materia de seguridad, en parangón con lo que ocurre con las jubilaciones o con la Prestación Médica Obligatoria, los secesionistas de ayer se valen del refuerzo estatal para sus demandas. Hoy día, se acude a policías de franco para ampliar la protección de los que tienen unos pesos: un candidato millonario dispone de una cohorte de agentes a contraturno (acaso cien) por unos manguitos, en su caso la seguridad se hace así. Posse agregó un giro personal a ese menjunje, un guiño a los de arriba, en mala hora y por un ratito.

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