Jue 09.07.2009

EL PAíS • SUBNOTA  › ENTRE EL SALóN BLANCO Y EL DESPACHO DE LA JEFATURA DE GABINETE

Los entretelones de la jura

Tras los saludos de rigor, Aníbal Fernández estuvo con sus familiares y algunos funcionarios en su nuevo lugar de trabajo. Amado Boudou no pudo ocultar su emoción. A Diego Bossio le costó ingresar porque la custodia no lo conocía.

› Por Daniel Miguez

“Estoy en mi mejor momento, con mucha fuerza para hacer muchas cosas”, les comentaba con seriedad a sus amigos Aníbal Fernández, para enseguida volver a las bromas con su pequeña hija que le mostraba que había puesto la imagen de Mafalda en el salvapantalla. Coincidencia de gustos con el papá, que tiene el librote que compendia los 10 años de la tira autografiado por Quino. En cambio, adscribe moderadamente a la admiración de su padre por los Redonditos de Ricota: prefiere el re-ggaeton. Es que en la oficina del flamante jefe de Gabinete, pegada a la de la Presidenta, había un clima más familiar que político.

Minutos antes, Fernández había recibido innumerables saludos en el Salón Blanco, donde la ausencia de intendentes del Gran Buenos Aires no opacó la buena concurrencia de gobernadores, incluido el santafesino Hermes Binner. También allí estuvieron recibiendo abrazos por un largo rato los otros ministros que juraron, el de Economía, Amado Boudou (muy emocionado), y el de Justicia, Julio Alak. También recibió mucho afecto después de la jura el secretario de Cultura, Jorge Coscia, entre ellos el de su amigo desde la infancia, el titular de Educación bonaerense, Mario Oporto.

Mientras seguían los saludos la presidenta Cristina Fernández de Kirchner volvía a paso raudo a su despacho para la última reunión del día con el vicegobernador bonaerense, Alberto Balestrini, antes de salir hacia Tucumán donde hoy será el acto central por el Día de la Independencia. Por la mañana ya se había reunido en Olivos con cada uno de los que jurarían por la noche. También recibió allí a los ministros del Interior, Florencio Randazzo; y de Salud, Juan Manzur; el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini; y el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli.

En el despacho de Fernández, además de sus familiares y colaboradores directos, estaban Boudou, Alak, el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina; y el legislador porteño Juan Cabandié. También pasó fugazmente el nuevo titular de la Anses, el joven Diego Bossio, que tuvo que pedir auxilio para poder ingresar al área presidencial porque la gente de seguridad aún no lo conocía.

Una de las primeras cosas que hizo Fernández fue indicarle a uno de sus colaboradores dónde quería que le pongan televisores. El nuevo jefe de Gabinete, al que se le conoce su manía por estar híper informado, no podía creer que su antecesor no tuviera una tele en su oficina. También creen que cambiará el estilo general de la oficina, que pasó de los gruesos muebles de estilo clásico, típicos de los funcionarios, y las paredes con pinturas de variados artistas que tenía Alberto Fernández, al modernismo de muebles despojados y paredes blancas y vacías, similares a la de los jóvenes gerentes de empresa, que le había imprimido Massa. El ex jefe de Gabinete asistió a la jura de su sucesor, pero se fue rápidamente.

En los lugares donde se concentra más poder en la Casa Rosada había anoche un clima de satisfacción por los cambios que hizo la Presidenta. Desestimaban que se los catalogara de “ultra K” o que no indicaban cambios de rumbo en el Gobierno, aunque admitían que la sociedad no iba a percibirlos como una renovación.

Argumentaban que esta etapa de recambio de funcionarios fue más pensada en la gestión que en una medida efectista para apuntar a la seducción de gran parte de la clase media que le dio la espalda en las elecciones. La figura de Boudou se corresponde con la necesidad de conseguir financiamiento para los tiempos que se vienen que, dijo la Presidenta, “no serán fáciles”. Y la de Aníbal Fernández tiene dos vías: un peronista con certificado de origen (hasta en su segundo nombre, que es Domingo) como señal hacia adentro del PJ y un negociador nato, con conocimientos en varias materias, para los muchos frentes en donde debe reanudarse el diálogo. A ambos, además, le adjudican el don de la comunicación.

En los diálogos de pasillo muchos kirchneristas aceptan estos argumentos, pero advierten que servirán sólo si dentro de un corto tiempo hay más relevos que den verdadera sensación de cambio. Incluyen, claro está, al secretario de Comercio, Guillermo Moreno, demonizado por la oposición, quizás sostenido por esa misma razón, pero ya erigido en un Robespierre en el imaginario de la clase media. Atado a esto muchos creen que, dado que la inflación real hoy es baja, es un buen momento para buscar que los números del Indec sean, más allá de verdaderos, verosímiles.

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