EL PAíS
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Para Mingo con amor
› Por Alfredo Zaiat
Iba a durar apenas 90 días y se extendió doce meses. Roberto Lavagna lo dejó a Domingo Cavallo sin poder festejar el cumpleaños del engendro financiero que creó. El mediterráneo, tan afecto a decir y hacer cualquier cosa en función de sus ambiciones, publicitó en su momento que la veda a retirar depósitos era la solución menos costosa a la fenomenal fuga de capitales que estaba arrasando con la convertibilidad. Pero la muerte de ese monstruo que fue el corralito no implica que se superarán con rapidez las secuelas económicas que dejó. La imposibilidad de mover libremente el dinero colocado en los bancos fue un cruel experimento social, que tuvo su manifestación inicial en el cacerolazo que terminó expulsando a Cavallo de la administración de Fernando de la Rúa. Pero que se extendió en cientos de movilizaciones de ahorristas estafados, que aún continúan.
El corralito dominó la agenda política, ya no sólo económica, de gran parte del gobierno de Eduardo Duhalde. Basta mencionar el jaque de la Corte Suprema cuando declaró inconstitucional esas restricciones financieras para un caso particular, que tuvo como respuesta el impulso del juicio político a los nueve miembros del Alto Tribunal, con las consecuencias conocidas. Mientras la economía caía al vacío, con el dólar descontrolado y precios que corrían en forma acelerada, el corralito aparecía como el problema principal de una sociedad incendiada. Mientras en esa destrucción veloz de riquezas que empujaba a millones al submundo de la pobreza, la situación, por cierto injusta, de los ahorristas se llevaba la atención de los funcionarios de turno.
Por fin, el corralito empezará a quedar atrás, aunque no la bronca de aquellos que depositaron dólares y hoy tienen pesos devaluados. Pero la economía, por lo menos, se sacará ese cepo de encima para intentar reconstruir un sistema financiero y aspirar a una recuperación. Quedarán los depósitos reprogramados, pero con el Canje II y los retiros de 7000 o 10.000 pesos, según el banco, el engendro de Cavallo se reducirá en forma considerable.
En esta triste historia, el responsable de la debacle es tratado con honores por la academia estadounidense y los bancos se hacen los distraídos, mientras consiguen que el Estado tape sus agujeros. A la vez, los ahorristas defraudados, que no tuvieron la fortuna de grandes empresarios, banqueros, ricos y famosos y funcionarios de sacar el dinero a tiempo, y el resto de la sociedad son los que están pagando la cuenta de esa obra maestra del terror de Domingo Felipe Cavallo.
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