EL PAíS • SUBNOTA
› Por Eduardo Fabregat
“Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para remediarlo, entonces es rock and roll.”
Pete Townshend
El Ministrosaurio de Educación porteño es un tipo de suerte. A diferencia de su propia ideología, quienes se le oponen apelan a recursos democráticos, la protesta en la calle, el petitorio con nombre, apellido y documento, el ejercicio de razonamiento, la toma pública de posición. No buscan anular el pensamiento diferente por medio del garrote y la picana, no diseñan un genocidio para imponer su visión de las cosas. Más de una vez, el rock cometió el error de mirarse demasiado el ombligo, no advertir la necesidad de una respuesta integral, de un espíritu de cuerpo para defender lugares que costó años conseguir. No esta vez: la bestialidad del enésimo funcionario impresentable de Mauricio Macri, su caricaturesca defensa de lo peor de la historia argentina, consigue abroquelar a un amplísimo arco de personas que difícilmente se pongan de acuerdo en otras cuestiones.
Pocas veces el enemigo asoma tan claramente la cabeza: como en las mismas épocas que el Ministrosaurio glorifica, el mundillo del rock puede dejar de lado sus múltiples diferencias estéticas y artísticas detrás de una inevitable coincidencia común. Contra Onganía, contra Videla y sus secuaces, el rock gritó pidiendo verdad, se comprometió con un coraje que no sabía si tenía, señaló lo que estaba mal pero –Calamaro dixit– sin sangre. En la era post Cromañón, esta administración no solo profundizó el estado de clausura sino que además continuó las irregularidades en la habilitación de boliches, como demostró una investigación del Suplemento No de este diario. Más recientemente comenzó una campaña de persecución que obligó a suspender fechas y bajar el volumen de los festivales. Ahora acaba de limitar los shows en River y prohibir el uso del Club Ciudad y GEBA, ofreciendo a cambio lugares notoriamente más inseguros como el Parque Roca y el Parque de los Niños. El mensaje es claro. Y el mensaje es aún más claro con el nombramiento del dinosaurio milicófilo.
Macri podrá hacer papelones imitando a Freddie Mercury, pero está claro que hasta allí llega su fascinación con el rock. Buscará utilizarlo toda vez que pueda para seguir intentando la implantación de su derechismo cool, que a esta altura de los hechos ya perdió todo maquillaje y se exhibe como lo que es, un Frankenstein entre Menem y los asesinos de uniforme. La aparición en escena de Posse, tan bestia, tan caricatura, tiene el rasgo enormemente positivo de recordarle al rock, a los jóvenes en general y en última instancia, a sus padres, que hay enemigos que pueden parecer olvidados, pero no dejan de estar al acecho. Será la hora de gritar verdades, antes de que tengamos que pedir auxilio.
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