EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
Con la aproximación entre los gobiernos de Kirchner y Lula, el gobierno uruguayo reaccionó con una desconfianza que se profundizó después, ya con Tabaré Vázquez, en el conflicto con Argentina por las pasteras. La participación uruguaya en el Mercosur ha sido poco entusiasta y muy crítica, con parte de razón, en cuanto a los desequilibrios en la alianza regional.
Paradójicamente, el gobierno frenteamplista mostró poco interés en aprovechar el hecho de que por primera vez se diera una coincidencia progresista entre los gobiernos del Mercosur, una circunstancia que difícilmente se repita. Además del conflicto por las pasteras, que tiñó toda la relación con Argentina, el gobierno uruguayo usó un posible TLC con Estados Unidos como amenaza o advertencia permanente para sus grandes vecinos, como si quisiera mostrarse amenazado por ellos. En general, con el gobierno saliente de Tabaré, Uruguay sintonizó bastante menos de lo que hubiera podido con los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay.
La elección de Pepe Mujica planteó un enfoque diferente en este sentido y su visita a la Argentina demostró que el combativo veterano está dispuesto a revertir ese distanciamiento uruguayo.
En contraposición con la desconfianza de su antecesor con Brasil, durante toda su campaña Mujica se referenció con Lula. Tabaré prefirió hacerlo con los socialistas y la Convergencia del proceso chileno. Con respecto a las pasteras, Mujica defiende también la posición del gobierno uruguayo, pero a diferencia de Tabaré, que dejó que ese conflicto perjudicara toda la relación entre los dos países, su intención es encapsularlo para normalizar los demás aspectos bilaterales. Tabaré había intentado plantearlo varias veces incluso a nivel de otros foros regionales, como el Mercosur, pero los demás gobiernos se limitaron a señalarle que se trataba de un diferendo bilateral.
La derecha uruguaya tomó el corte del puente de Gualeguaychú por la pastera Botnia como una causa nacionalista para presionar a Tabaré. El candidato blanco Luis Lacalle, que confrontó con Mujica en la segunda vuelta, insistió con estas banderas, tendió a emparentarse con la oposición argentina y fue despectivo con el gobierno de Cristina Kirchner. Intentó incluso mostrar una reunión de Mujica con la Presidenta argentina para atacarlo en las elecciones.
La presión de la derecha uruguaya no terminó allí, aunque haya perdido por una diferencia importante. Y seguramente Lacalle sea desplazado del liderazgo opositor. Pero la estrategia de la derecha será presionar también a Mujica en estos puntos.
Pese a todo, Mujica está decidido a cambiar el mal clima que el conflicto por las pasteras generó entre los dos países y está haciendo un esfuerzo importante. Nadie confirmó que hubiera negociado con los asambleístas de Gualeguaychú –ellos lo negaron–, y ayer Mujica dijo que iba a respetar la decisión de no hablar sobre el tema. Ahora se reunió con Cristina Kirchner en la Rosada donde fijaron los nuevos marcos de la relación. Se habló de Botnia, pero también se habló de otros temas que les interesan a los dos países, lo cual, de por sí, sienta una diferencia importante con el gobierno uruguayo saliente.
Mujica asumirá en pocas semanas en Uruguay y se podría decir que, por lo menos, mientras duren los mandatos de Lula en Brasil y Kirchner en Argentina, se dispone a desarrollar un protagonismo regional que no tuvo su antecesor, como si estuviera dispuesto a aprovechar las sintonías políticas para resolver los problemas. De todos modos, la incorporación activa de Uruguay, y sobre todo del gobierno del Frente Amplio, al movimiento regional será un aporte enriquecedor y necesario por la calidad y la experiencia de su universo político. Pondrá fin a una ausencia que es difícil de entender, más allá de que el de Tabaré tuviera la fuerte presión de ser el primer gobierno frenteamplista, ni blanco ni colorado, en la historia uruguaya.
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