EL PAíS • SUBNOTA › EVACUACIóN EN EL LAWN TENNIS CLUB
› Por Facundo Martínez
La jornada de ayer por los cuartos de final del ATP World Tour de Buenos Aires quedará de alguna manera en la historia, no precisamente por lo deportivo, ya que debió ser suspendida, sino por la inundación que castigó la zona de los Bosques y de la que ni siquiera se salvó el coqueto Estadio Central del Buenos Aires Lawn Tennis Club, cuya evacuación regaló varias postales pintorescas.
El duelo entre los argentinos Juan Mónaco y Horacio Zeballos, acaso el principal atractivo de una jornada ya empobrecida por el retiro de David Nalbandian, comenzó pasadas las 16, bajo un cielo encapotado, denso y oscuro. Sobre el cemento del estadio, el calor era realmente sofocante. La sensación era inequívoca, en la zona de los Bosques el clima se parecía bastante al de la subtropical selva misionera.
La tormenta se inició junto al arranque de la primera manga, con apenas unas gotas. Pero el cielo no tardó en venirse abajo. Con el partido igualado en un game, el árbitro decidió la suspensión y el público, que no era tanto todavía, abandonó el estadio en apenas unos pocos minutos para buscar refugio hasta la hipotética reanudación. El estadio quedó vacío y la cancha, como una inmensa pileta de agua anaranjada.
Una hora después, Martín Jaite anunció la suspensión de la jornada y ahí fue cuando comenzó la verdadera odisea. Cuando este cronista bajó las escaleras del estadio se encontró con que el camino hacia la sala de prensa se había transformado en una laguna. Había que descalzarse, caminar sobre el agua, ante las miradas socarronas de la gente de seguridad del estadio, que podía esperar a que las rejillas hicieran su trabajo.
Mucho peor fue la salida del predio. El agua cubría holgadamente los tobillos de las señoras y señores del mundillo de raquetas y pelotitas. Nadie sabía bien qué hacer, para dónde salir. Los autos iban y volvían buscando una vía de escape. Elegir alguno de los caminos que se abrían era una lotería. Tal vez Dorrego, mejor por Lugones, que meterse por Bullrich sería suicida, todos improvisaban.
La organización del torneo prestaba ayuda. Su gente se había apostado en algunas de las zonas más peligrosas, que estaban tapadas por el agua. “Mejor calzate”, advirtió un muchacho acreditado, que como el resto de la gente, también tenía los pies sumergidos. “Guarda que ahí hay un escalón”, advertía otro, señalando lo que sería el cordón de la vereda.
Caminando, descalzas y bajo la lluvia, un grupo de chicas con paraguas de promotoras se mataban de la risa. El agua tapaba más o menos media rueda de los automóviles, en algunas partes el panorama era peor: una rama de buen porte caída en la zona de estacionamiento y un tránsito díscolo, de sálvese quien pueda pero primero el auto.
No había ni Guardia Urbana ni Policía Metropolitana a la vista, tampoco federales. Hice un chiste en el camino: dije a una muchacha que intentaba avanzar saltando entre los charcos que yo no lo había votado. “¡Yo tampoco!”, contestó, la voz paqueta, resignada. Le hubiera contado que vivo en provincia, no hizo falta. Bajo la lluvia, saliendo del Buenos Aires Lawn Tennis Club, los pies sumergidos sobre los Bosques, en una jornada histórica, todos parecíamos ser unos pobres pero alegres condenados, de la lluvia, claro está.
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