EL PAíS • SUBNOTA › MILES DE PERSONAS EN LA MARCHA RELIGIOSA CONTRA EL MATRIMONIO IGUALITARIO
La entusiasta concurrencia, entre ellos niños y adolescentes de escuelas religiosas, quedó sin embargo por debajo de las expectativas de los convocantes, encabezados por la Iglesia Católica y varios grupos evangelistas.
› Por Soledad Vallejos
El clima era de enfrentamiento. Pancartas y volantes instaban a proteger, defender, no permitir. La Virgen y Cristo, pintados a mano sobre tela y escoltados por globos anaranjados o bien amarillos y blancos (los colores de la institución vaticana), salpicaban un río naranja en el que destacaban alertas como “Argentina = Sodoma”, “Sodoma = delito. No cambiemos” y hasta incitaciones a la reflexión: “¿Argentina será maricona?”. Por los altavoces, una voz en off sancionaba que “lo que está en juego es un profundo cambio cultural”, y para demostrarlo acompañaban imágenes de “la ola naranja”, vale decir, las protestas que el proyecto de matrimonio igualitario había suscitado en distintas provincias. “No destruyan la familia”, clamaba otra locución, mientras un puñado de adolescentes trepados a lo alto de la reja que protege la entrada principal del Congreso ensayaba ritmos de cancha: “No queremos, no queremos, no queremos esa ley, el matrimonio es sólo entre varón y mujer”. Poco antes, en pleno éxtasis porque “sigue y sigue llegando gente”, el locutor que de a ratos imponía estilo de bailanta a la animación de la concentración “Queremos papá y mamá” se había animado a calcular: “Somos cada vez más, como doscientas mil personas”, aunque cálculos más realistas indicaban la presencia de unos 20.000 manifestantes. La multitud, alborozada, levantó lazos, paraguas decorados, banderas naranjas y argentinas. Curiosamente, luego de una hora la propia Conferencia Episcopal Argentina informaba que en el momento de mayor agitación había menos de la mitad, mientras que en la calle no se veían más de veinte mil almas naranjas. Tal vez la ausencia del cardenal Jorge Bergoglio, quien hace sólo unos días se había comprometido a encabezar la función, haya restado fieles.
Los números musicales habían arrancado temprano, como para ir atemperando el frío helado de la tarde. Desde Callao llegaban adolescentes con camperas del Colegio del Salvador, señores emponchados y con boina, señoras engamadas en naranja. El mismo cuidado presidía los looks de niñas y niños, que en algunos casos sostenían cartelitos garrapateados con lápices de colores en reclamo de “la única familia”. “La traductora para sordomudos está a la derecha del escenario”, anunció la locutora que completaba la conducción, despertando el ánimo indignado de un señor que, mientras luchaba por hacerse lugar, barruntaba “eso es demagogia”.
Por Entre Ríos, micros escolares (y anaranjados) a medio llenar descargaban su pasaje: chicos en edad de hacer el catecismo se arremolinaban en torno de la insignia de la “capilla Santa Leonor Hurlingham” (poco después, a la vera de la Plaza, repartirían la “carta abierta a los Senadores. En defensa del Matrimonio y la Familia, fundamento de nuestra sociedad y de nuestra Patria”, de la ONG Hacerse Oír); jubiladas y jubilados seguían como rebaño obediente a un curita; adolescentes, a una mujer de paraguas engalanado con cinta naranja. Desde Boulogne Sur Mer habían llegado Analía y sus amigas, todas de entre 15 y 16 años, preocupadas “porque quieren destruir la familia”. Gracias a las charlas “en la parroquia” habían comprendido lo crucial del momento, y “como somos católicas” desafiaban el frío.
Sobre Rivadavia, un señor de poncho al hombro apenas contenía la ira al notar que algunas líneas de colectivos no habían previsto desviarse de su recorrido habitual. Algún auto no salió ileso del enfrentamiento con la paz de los manifestantes. Por allí, ajena a esa furia pero presa de curiosidad, pasaba la activista trans (de militancia socialista) Daniela Ruiz: nadie la reconocía y ella aprovechaba; “Como parezco mujer zafo”, susurró, en busca del amparo de algún móvil televisivo.
“¿Apuesta a la familia?” preguntaba una señora con aspecto de recién salida de la peluquería. Si la respuesta era no, sobrevenía el desaire y ningún regalo. Un “siempre” dicho a tiempo, en cambio, daba derecho a premio: una revista con “ilustración y síntesis de todas las manifestaciones realizadas en el país” en contra del matrimonio igualitario. Nadie firmaba la publicación ni se reconocía como su financista, pero su editorial estaba firmado por “María de los Angeles Mainardi de Colón. Asesora de la senadora Liliana Negre de Alonso”, a quien se pudo ver estampando besos a diestra y siniestra en distintos puntos de la concentración. De su asesorada nada se supo más que la mención que a ella, y su esfuerzo por “federalizar el debate” en la Comisión de Legislación General, hizo el director del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina Justo Carbajales.
Presente en las definiciones de las pancartas (familia “hay una sola”, aunque también “como la de Jesús”) tanto como el menú musical (que osciló entre la loa religiosa melódica, el folklore y el tema del Mundial de Fútbol reversionado con letra integrista), la diversidad de evangélicos (algunos encolumnados explícitamente con la diputada Cynthia Hotton) y católicos (“Fieles felices fecundos”, “familias formando familias”) morigeró su entusiasmo para escuchar la carta enviada por Bergoglio. Oponerse a la ampliación del matrimonio civil, decía, “no es discriminar”, sino “defender” el “derecho de los niños a tener mamá y papá”. A los aplausos siguió más música, un “¡viva la Patria!”, el himno. Era otra muestra, insistió el animador, del “aluvión cívico que recorrió el país”.
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