EL PAíS
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Romero, de perfil
› Por Victoria Ginzberg
“Si un día alguien secuestrara al fiscal Romero Victorica, la figura penal sería abigeato. Este hombre está más cerca del reino animal que del humano”, definió ya hace tiempo el ex vicecanciller Raúl Alconada Sempé, al abandonar por un momento la conducta que justifica su apodo de “el Mudo” para referirse al funcionario que se hizo conocido en los primeros años de la democracia por instrumentar la teoría de los dos demonios en el plano judicial.
“Me tocó combatir o pelear o luchar jurídicamente contra la subversión”, dijo Juan Martín Romero Victorica, como balance, años después de que su nombre se asociara con el juicio que los hermanos Born impulsaron contra Mario Firmenich y otros jefes montoneros. Con ese proceso ganó un nuevo amigo, el fallecido Rodolfo Galimberti –quien lo invitó a su casamiento— y no perdió a los viejos, como José Alfredo Martínez de Hoz, quien fue uno de los primeros en abrazarlo cuando lo nombraron fiscal de la Cámara de Casación, premio consuelo para quien anhelaba ser juez federal o camarista. Desde ese puesto, una de sus misiones fue intentar desviar la investigación por el asesinato de Omar Carrasco y alejar toda sospecha sobre la cúpula del Ejército.
Amante de la caza mayor y la pesca de altura, a fines de los ‘60 y principios de los ‘7O estudió en el colegio La Inmaculada, de Santa Fe. Algunos de sus compañeros, que fueron perseguidos, simpatizaban con su primo el Che Guevara, a quien nunca conoció. El “Potro”, como lo llaman sus amigos, en cambio hizo carrera en la Justicia y después de treinta años esperaba recibir una recompensa, que llegó cuando el ex presidente Carlos Menem lo eligió para ascender sin escalas desde la fiscalía de San Martín a integrante del tribunal de Casación. Para esa época, el año ‘92, se decía de Romero Victorica que llevaba bajo la camisa una remera con la inscripción “Menem ‘95”.
El apoyo del primer mandatario riojano no impidió que fuera rechazado por legisladores radicales y peronistas (según el fiscal, “los montoneros del Senado”). Esto impidió su nombramiento e hizo que se tuviera que conformar con ser el fiscal ante esa Cámara. Uno de los que más criticaron su postulación fue el ex fiscal del juicio a las Juntas, Julio César Strassera. Romero Victorica le salió al cruce acusándolo de “haber sido amigo del Chino Díaz Lestrem, vinculado con la subversión”. Con esta frase, el fiscal se enemistó con varios conocidos y amigos del ámbito judicial, que recordaban con cariño al defensor oficial Raúl Guillermo Díaz Lestrem, secuestrado, torturado y asesinado durante la última dictadura militar. Tampoco fue recibido con simpatía por los doce jueces federales, a quienes acusó en 1995 de “no tener jerarquía para estar donde están”. Los magistrados pidieron al procurador que lo llamara a silencio para tratar de evitar lo que algunos de ellos definieron como “excesos verbales y ansias de protagonismo”.
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