EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
La diputada Elisa Carrió se distingue por sus posiciones de máxima: pregona que el consenso sólo existe entre opositores, que el oficialismo contamina a quien lo toca. Sus potenciales aliados saben que, en el óptimo caso de ganar las presidenciales, estarían en minoría en ambas Cámaras del Congreso y que el paradigma de Lilita es inaplicable en un sistema democrático serio. Pero no encuentran el momento de distinguirse, suponen que romper el espacio panradical es piantavotos. Esperan que la intransigencia de Carrió anticipe ese horizonte inevitable. Entre tanto, la líder de la Coalición Cívica los atiende con su retórica. Maltrata a Julio Cobos, subestima a Hermes Binner, ignora al presidente del partido Ernesto Sanz. A Ricardo (“Ricardito”) Alfonsín ora lo gasta, ora le perdona la vida.
Los correligionarios están en plena interna. El vicepresidente mide mejor en intención de voto que el diputado Alfonsín, pero éste es el dirigente nacional con mejor suma algebraica entre imagen positiva y negativa, lo que cimienta su optimismo. La virtualidad de Alfonsín también se expresa en su aptitud para sumar, superior a la de Carrió y, acaso, a la de Cobos. Veamos.
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El gobernador Binner circula en el espacio panradical, acaso no le quede otra. Su partido gobierna una provincia importante pero pierde casi toda relevancia fuera de Santa Fe. Según cómo se mueva, puede mejorar su condición o perder todo. Hay analogías con Mauricio Macri, que conviene no exagerar. El jefe de Gobierno dispone de la carta de la reelección, vedada a Binner por la Constitución provincial. Otra diferencia: hasta ahora Macri es un precandidato a presidente con potencial.
Binner necesita mantener la coalición con la UCR y los cívicos que le valió para llegar a la gobernación. Los correligionarios se cotizan alto, hasta proponen ser cabeza de la respectiva fórmula pues cuentan con un candidato taquillero, el intendente de Santa Fe Mario Barletta. El referente del socialismo está compelido a mantener la alianza pero no dispuesto a ceder la gobernación. Su delfín es, por tanto, un socialista que lo acompaña desde hace décadas, su actual ministro de Gobierno Antonio Bonfatti. Relega así a dos compañeros con expectativas: el intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, y el senador Rubén Giustiniani, quienes no dan por perdida la partida y esperan su momento.
Binner tiene posición tomada respecto de la virtual coalición nacional. Le hizo la cruz a Cobos, desertor serial, individualista e inorgánico: expresa todo lo contrario de su visión sobre los alineamientos partidarios y la orgánica. Con Elisa Carrió, tampoco tiene asunto: lo expresó de modo tajante, para lo que es su estilo. Con Ricardo Alfonsín, se podría hablar.
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El diputado Néstor Kirchner, dice uno de sus damnificados lugartenientes, cultiva para que florezcan cien flores. Encarga sondeos por doquier. Daniel Filmus es por ahora el candidato en Capital, pero mide a Mercedes Marcó del Pont y a Carlos Tomada, para ver qué onda. Amado Boudou, Diego Bossio y hasta el itinerante Sergio Massa son medidos en Buenos Aires. Las encuestas no son clandestinas, ésa es parte de su funcionalidad: ponen en vilo a los compañeros, atizan suspicacias del gobernador Daniel Scioli, quien no emite protestas. El comportamiento zen es lo suyo, al menos en público.
Rafael Bielsa pinta Santa Fe y se lanza para gobernador, no con el apoyo explícito del ex presidente pero sí con su anuencia silente. En Córdoba hay tratativas con el gobernador peronista todoterreno José Manuel de la Sota, para furor de kirchneristas con más pergaminos o con alguno.
Todo son aprontes, la carrera de fondo recién comienza. Se puede decir de otra forma: ya se está corriendo.
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