EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Nora Veiras
¡A ustedes los tenemos fichados!” La democracia estallaba, la militancia también. Alvaro Alsogaray no lo soportaba. Eduardo Aliverti lo entrevistaba en su mítico Sin anestesia por Radio Belgrano y el capitán-ingeniero se desencajó. Las preguntas, los reclamos populares formaban parte de un código que el militar retirado sólo podía responder con persecución. Las fichas eran la forma de identificar al enemigo, marcarlo. Por entonces, hacía apenas meses que habían significado la distancia entre la vida y la muerte para miles de personas.
Pasaron veinticinco años de aquel diálogo, la derecha argentina tiene nuevas caras, pero las mismas ideas. La reacción estudiantil en la ciudad de Buenos Aires, la comuna más rica del país, donde sigue habiendo edificios escolares que se caen a pedazos –y no es un lugar común–, trajo del pasado el intento de usar las mismas herramientas. El ministro de ¡Educación! Esteban Bullrich apeló a una circular para sugerirles a los directivos que elaboraran un listado de los estudiantes que tomaron los colegios y lo presentaran en la comisaría. Ante la reacción, cumpliendo el manual del buen funcionario macrista, Bullrich explicó que fue mal interpretado, él quería proteger a los chicos de infiltrados y cuidar los edificios destruidos. Too much.
El ministro que sucedió a Abel Parentini Posse, el efímero funcionario que describió a los jóvenes como rockeros-drogadictos-descerebrados, nació varias décadas después, pero apenas la realidad le dio la oportunidad de poner en acto sus ideas mostró la misma matriz. El cree que lo suyo no es político. Sólo propone que los profesores delaten a sus alumnos para poner orden.
Por las pantallas de C5N seudoperiodistas extreman la sugerencia del ministro. “¿Ese Ramal es hijo del dirigente del Partido Obrero?”, le preguntan a un cronista que, obediente, dice que el chico ya lo admitió. “Muéstrenme la imagen”, “identifíquenlo” repite el conductor, dando rienda suelta a su verdadera profesión. Los adolescentes son estigmatizados, se atreven a pensar, cuestionar, reclamar el ejercicio de sus derechos.
Cuando UPAU, el brazo estudiantil de la UCeDé, el partido creado por Alsogaray, hacía furor a fines de los ’80, uno de sus fundadores repetía orgulloso: “Logramos destruir los cuerpos de delegados, todavía no los centros de estudiantes”. Algunos de los que descubrieron la militancia con ese ideario acompañan a Bullrich: su mano derecha es Pablo Walter, quien descolló en su carrera política como defensor mediático de Antonio Domingo Bussi.
Pasó demasiado tiempo, estos estudiantes no tienen, por suerte, memoria física de la dictadura. Nacieron y crecen en democracia, están acostumbrados a pedir. No se amilanan ante una intimidación que resulta intolerable para quienes sufrieron la supresión de todo derecho. Argumentan, incomodan, ponen en evidencia la manipulación de cifras y tiempos cuando el año lectivo entró ya en la cuenta regresiva. Son convocados a conversar como último recurso. La incapacidad de tener en cuenta al otro como un par, un igual, va mucho más allá de los desatinos autoritarios ante una toma de escuelas. Es muy PRO.
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