La coincidencia entre Sergio Shocklender, quien acusó a “los narcos”, Diego Chantilli, quien imaginó la apertura de corredores narcos entre villas, y Macrì, quien asocia inmigración con mafias y narcotráfico y compara las villas porteñas con las favelas cariocas, no le agrega verosimilitud a esa lectura impresionista y escandalosa, sin sustento en hechos comprobables. El gobernante porteño dijo que las dos muertes del miércoles se produjeron por “armas de tumberos” y no durante “el operativo de desalojo que estaba llevando adelante la Federal con el apoyo de la Metropolitana”, y las atribuyó “al descontrol, el avance de la delincuencia, el narcotráfico en varios sectores de la ciudad”. Obedezca a ignorancia o deliberación, su falsedad es comprobable en forma objetiva: los expedientes judiciales sobre los tiroteos producidos en los últimos años en distintas villas de la Capital y el Gran Buenos Aires por la disputa de espacios en la comercialización ilegal de sustancias prohibidas, muestran que se han utilizado ametralladoras Uzi, fusiles Ingram, pistolas Glock, Browning y Luger. Las armas de menor calibre secuestradas en esas ocasiones fueron revólveres Smith&Wesson, de calibre 38, Doberman de calibre 32 y Rubí, de calibre 22. Nunca, en ningún caso, un arma artesanal del tipo de las tumberas. Del mismo modo, en las tomas de barrios cuando está por concluir su construcción en la última década no se registra la presencia de narcos sino de punteros políticos. El negocio narco no es ocupar viviendas ni terrenos sino la compra de autos, propiedades, talleres textiles, locutorios, restaurantes, la venta de ropa en La Salada y la construcción en las villas, para alquilar a precios altos, lo cual impulsa a quienes no pueden pagarlos a ocupar alguna parcela de tierra.