Mié 30.03.2011

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Las razones históricas

› Por Mario Wainfeld

“Seré Chávez, el breve”, sorprende el susodicho en el Palacio San Martín, y formula un discurso de brindis relámpago, en tres minutos. Le bastan para evocar a San Martín, a Belgrano, a Dorrego, a Néstor Kirchner. También para lisonjear a los vinos argentinos y revelar que son los favoritos de Fidel Castro. Pide una copa de vino, le llevan champagne. Brinda: “¡Al gran pueblo argentino, salud!” y cierra un brindis redondo. Chávez puede hasta ser breve, si se lo propone o si lo pide la Presidenta anfitriona. Eso sí, jamás será un orador hueco o casual, ni banal, ni aburrido.

Ya podrá extenderse a sus anchas en La Plata en la entrega del premio Rodolfo Walsh. Es un lauro polémico, más vale, también una decisión de los académicos y los estudiantes. Para Radio 10 y C5N se trata de una afrenta. “Rodolfo Walsh jamás lo hubiera querido”, concuerdan sus periodistas más afamados. Este cronista no se atreve a ratificarlo ni a negarlo. Sí está convencido de que el periodismo de la cadena Hadad está en las antípodas de la vida y trayectoria de Walsh.

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Pasa el presidente Chávez y es imposible ser indiferente. Googlee usted “Chávez y dictadura”, encontrará más de un millón de entradas, una fracción importante será de diarios europeos que lo tienen como bestia negra. El líder bolivariano propicia los alineamientos binarios, cualquier analista debería precaverse, insinuar una lectura compleja o, cuanto menos, rica en datos. No está de moda, claro.

La integración de Venezuela al Mercosur y a la Unasur fue una tarea de orfebres de los presidentes Lula da Silva, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Como fue norma en la mayoría de los aspectos referidos a la política regional, el brasileño y sus colegas argentinos acordaron en casi todo o en todo. La sensatez y la visión sistémica los unieron, en la difícil misión de contener a un socio díscolo.

Hagamos un repaso de la historia, no de la leyenda maniquea:

- La relación comercial entre Argentina y Venezuela es, a distancia sideral, la mayor de la historia conjunta.

- Kirchner y Lula “condujeron” a Chávez en la Cumbre de Mar del Plata donde ellos (tanto como el bolivariano) querían plantar el “No al ALCA”.

- Kirchner y el entrañable líder brasileño aconsejaron a Chávez que se sometiera a un referéndum revocatorio que distendiera el escenario político venezolano. Una jugada a todo o nada: consolidar su legitimidad o irse. Una ordalía política, una prueba de fuego que pocos mandatarios serían capaces de afrontar y sobrevivir a ella. El presidente venezolano aceptó el consejo, se expuso, ganó. Suele triunfar en las elecciones, un detalle que sus adversarios de su país o de otras latitudes subestiman.

Chávez no es un aliado sencillo ni dócil, no es eso lo que tratan de decir estas líneas. No hay motivos, ni tampoco posibilidades, de imitar acá la política interna de Venezuela. Ni para prendarse de ella. Eso sí, ante una realidad local, surgida de la decisión soberana del pueblo venezolano, la mejor respuesta es la integración y no el aislamiento o el castigo.

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Relaciones comerciales, alianzas básicas para sostener la gobernabilidad de América del Sur, ámbitos de diplomacia presidencial que incluyan a todos los Estados... Son tácticas inteligentes, jugadas, siempre expuestas a un traspié. En el siglo XXI América del Sur es una de las regiones más pacíficas del planeta, como destacó ayer la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Conatos bélicos (Colombia contra Ecuador) fueron desactivados, también pudieron frenarse intentonas golpistas contra los gobiernos populares de Ecuador y Bolivia. Si la región estuviera fragmentada, si Venezuela (que de eso se habla y no de su contingente, sí que popular, mandatario) quedara afuera, esas acciones reparadoras no podrían haberse concretado.

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El viernes se cumplirán veinte años de la puesta en marcha de la Convertibilidad, un pasable plan de emergencia para salir de la hiperinflación que se transformó en una política de Estado durante diez años. Una de las más imbéciles y suicidas de las que se tenga memoria, en un país que las ha cultivado con fruición. Se renunció a la política monetaria, lo que fue hilvanando sucesivamente la renuncia a la política económica y, en gran medida, a la política tout court. Se entregó el patrimonio nacional, se desmembró la red ferroviaria, se desguazaron empresas que durante décadas vertebraban la vida en pueblos y ciudades. Ahora se ha puesto de moda embellecer retrospectivamente el bipartidismo. Es útil recordar que la Convertibilidad fue una tremenda decisión del peronismo, que la Alianza sacralizó.

Cuando, como pasó ayer, dos presidentes concelebran un acto en Tandanor ponen en acto un sano revisionismo. Un homenaje a la producción nacional en comarcas que fueron asoladas por el espejismo financiero. El desbaratamiento de la industria naval fue un disparate magno en la era del disparate. La –trabajosa y parcial– recuperación de la actividad, un canto a la sensatez productiva.

La apostilla, cree el cronista, viene a cuento. El discurso dominante emparienta la política internacional con el delirio, el ideologismo y la falta de racionalidad. Pero hete aquí que, más allá de los discursos, lo que prevalece es la lógica instrumental frente a la embriaguez autodestructiva de antaño.

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Hace menos de tres años, por esas vueltas de la vida, el cronista asistió a una conferencia de prensa conjunta entre los cancilleres de Francia, Bernard Kouchner, y de Venezuela, Nicolás Maduro. Fue en París y llamaba la atención la diferencia de talla entre el francés, retacón él, y Maduro, que tiene una talla notable. Casi contradictoria con el peso relativo de sus países, pensó el cronista, que le pasa más cerca a Kouchner.

El motivo eran numerosos tratados comerciales, que movían una millonada de euros. Algún periodista consultó a Kouchner acerca de las –supuestas– flojas credenciales democráticas del chavismo. El canciller respondió que era el gobierno ungido por los venezolanos y aludió a lo que sería una paráfrasis gala de la libre determinación de los pueblos.

El cronista no admira, precisamente, a la administración Sarkozy. Y sabe que ejercita una cruel realpolitik. Sin embargo, remarca dos puntos lúcidos que en la Argentina se menoscaban en exceso. Los intereses económicos son un puntal de las relaciones exteriores. Las decisiones soberanas de otras sociedades no son una bagatela.

Mucho de eso falta cuando se clama al cielo por cada llegada de Chávez, que (dicho sea de paso) siempre concita adhesiones muy superiores a la de casi cualquier visitante de otro país.

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“¿Por qué no te callas?”, le espetó, inolvidable, el rey de España. Chávez se había ido de boca, seguramente. Pero a Su Majestad le saltó el imperio, el etnocentrismo, esa tendencia a juzgar a otros con parámetros propios que se pretenden imponer como universales.

Chávez no se callará. Y lo que es más serio: muchos aspectos de su política internacional son cuestionables y chocantes aun para sus aliados regionales. Con todos esos ripios y cabalgando sobre las contradicciones el proceso de acercamiento entre su país, Argentina, Brasil y el Mercosur es uno de los logros de la etapa reciente. La más fecunda y conviviente de nuestra trágica historia.

Chávez partió como ráfaga hacia Uruguay y Bolivia, donde su verba encenderá pasiones y rechazos. Puede, rara vez, hasta ser breve. Jamás pasar inadvertido.

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