EL PAíS • SUBNOTA
Una de las grandes polémicas sobre el escenario de la Argentina que viene es el papel de la oposición. Hermes Binner y el Frente Amplio consiguieron el segundo lugar el domingo pasado, la UCR aparece como la segunda fuerza en el Congreso y en casi todas las representaciones institucionales y el PRO se ubica bastante en las antípodas ideológicas. Y, además, está el peronismo disidente e incluso quien evalúa que la verdadera oposición surgirá dentro del mismo kirchnerismo.
“Si nos atenemos al comportamiento legislativo del socialismo en los últimos años, podemos establecer la hipótesis de que Binner hará una oposición constructiva, con muchas afinidades con el Gobierno –diagnostica Fidanza–. Es más: él ha dado indicios en esta línea. Resulta interesante observar una paradoja de la política argentina actual: existe, por un lado, un consenso relativo implícito de los partidos en torno de un programa de centroizquierda (Binner, Carrió, Alfonsín comparten muchas políticas con Cristina), junto con un fuerte desequilibrio entre el oficialismo y los demás actores. Fuera del consenso debería estar el PRO, pero no está claro que sus programas, al menos en la Ciudad de Buenos Aires, representen una opción alternativa a la cultura política mayoritaria. Por eso, cuando hablamos de oposición podríamos preguntarnos: ¿oposición ideológica u oposición competitiva, por cargos? En una democracia normal (o de manual), los partidos que compiten por el poder tienen paridad electoral relativa y programas diferenciados. Es el caso de España y EE.UU., por ejemplo.”
Luis Costa sostiene que “para ‘jugar’ en política hay que elegir de qué lado estar: del lado del Gobierno o del lado de la oposición. La política permite ambos roles. No es posible una posición intermedia. Una oposición que ‘acompañe’ está destinada a generar más confusión que claridad en el electorado. La opción es ser opositor. La gente no rechaza a Carrió por ser opositora, sino porque ya no cree más en ella como referente; no importa si es gobierno u oposición, sino que es ella el inconveniente. La decepción mayor es que ser opositor en un contexto de amplio apoyo a la gestión gubernamental no tiene buena recepción. Parecería para la gente que se oponen a que el país esté bien. Ahí reside el problema más difícil de resolver: se cree que acompañar es una forma de caerle mejor a la gente. En realidad es el mejor modo de desaparecer”.
Muraro pone el acento en lo que pueda ocurrir dentro del kirchnerismo: “En este momento la oposición no existe como un factor de poder. Una figura trascendente, como Elisa Carrió, no sé si va a poder resolver la subsistencia de su fuerza. Por lo tanto diría que los problemas están dentro del kirchnerismo y no serán con las fuerzas opositoras, sino con los factores de poder, las finanzas locales e internacionales. El debate es económico-social y llega a la población. Si tuviera que hablar de oposición, miraría esos factores”.
Luis Eduardo González evalúa que el radicalismo está maltrecho, pero de ninguna manera acabado. “Los partidos viejos, como los viejos a secas, a veces tienen una resistencia sorprendente a terminar de morirse. Creo que la frase de que se ‘terminó el ciclo histórico de la UCR’ es un poco prematura. No les será fácil salir del trance: depende de ellos.”
“Viendo las cosas en perspectiva –evalúa Zuleta Puceiro–, el Frente Amplio no tiene mucho más que el voto de los socialistas santafesinos y el aporte del GEN, de Margarita Stolbizer. Los votos independientes, fortalecidos por el apoyo de los grandes diarios nacionales, lo llevaron a ocupar el lugar de un centro progresista, con muy pocos ingredientes de izquierda. La composición del FAP es todavía demasiado heterogénea e inestable. Hermes Binner será un referente central de la política argentina aunque difícilmente logre vertebrar una oposición institucional.”
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