Dom 10.06.2012

EL PAíS • SUBNOTA

Una pizca de justicia

La Corte Suprema, en fallo no unánime (y con divergencias en la mayoría), ordenó revisar la condena a 30 años contra Fernando Carrera. Aunque la sentencia reenvía el expediente para que se dicte nuevo pronunciamiento, sus críticas a resoluciones anteriores anticipan la absolución. La excarcelación de Carrera fue un corolario lógico. La decisión alivia, aunque no subsana los perjuicios irreparables padecidos por Carrera, su familia y todos los que lo conocen y aprecian.

En el desenlace fue determinante la película The Rati Horror Show, un documental de denuncia de Enrique Piñeyro. Seguramente la huelga de hambre de Carrera espabiló a la Corte, que llevaba demasiado tiempo estudiando la causa.

A la altura en que tocó y en lo primario que decide, el fallo aporta un granito de justicia. Es una victoria de quienes cuestionaron (con argumentos, tesón y creatividad) una ristra de comportamientos desviados de la policía y del Poder Judicial.

En su faz técnica, empero, la Corte se quedó a medio camino. Estaba en cuestión una acusación que apesta a haber sido “armada” por la Fuerza de Seguridad. No es la primera, ni es novedad. Tampoco que muchos magistrados les den calce a demasías policiales. Así las cosas, la Corte podía revocar las sentencias precedentes y declarar la inocencia de Carrera, sin más trámites. Lo reenvió a otra instancia, alargando un proceso kafkiano por antonomasia.

El rizo procesal tiene que ver con una omisión mayor del Tribunal. Como se dijo ya, no tenía ante sí un caso aislado, sino uno que responde a un perverso patrón de conducta del Estado, en distintos estamentos. Así las cosas, cabía expedir una sentencia ejemplar que se explayara respecto de esa violación institucional reiterada. Que hincara el diente en los pésimos fallos que padeció Carrera, que reseñara perversos hábitos policiales. Pero sólo un voto dentro de la mayoría, se internó en ese aspecto. Eugenio Raúl Zaffaroni develó mentiras policiales, desmenuzó disparates de la prueba y de las conclusiones de los jueces. Sus fundamentos ilustran un cuadro más vasto que el que atañe y damnifica al ciudadano Carrera.

En el otro extremo, el Supremo Enrique Petracchi estimó que la Corte no debía abordar el recurso por razones formales y aconsejó que se desestimara el recurso.

En un tibio medio, la mayoría optó por ser concisa y desentenderse de que ese caso particular es síntoma de un mal general. Claro que a la Corte le cuesta mucho plantarse contra las falencias y vicios del Poder Judicial. Un prurito corporativo signa sus incursiones en ese terreno.

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Dos bloggers atentos a la temática judicial ofrecerán al lector atento argumentos más amplios aunque similares a la de esta nota. Son Federico Morgenstern (que escribe en el blog Todo sobre la Corte) y Diego Goldman (que tiene su propio blog). Se recomiendan y se concuerda con ambos en que la Corte dejó pasar una oportunidad de dictar un fallo de proyecciones amplias, aunque acertó en propiciar la absolución de Carrera.

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La prolongación del expediente (siete años, en los que Carrera estuvo primero al borde de la muerte y luego preso) también apunta al Poder Judicial... y la Corte no queda exenta. Si el lapso hubiera sido más breve, el perjuicio, sin extinguirse, habría aminorado.

Y, claro, bien otro sería el escenario si Carrera hubiera permanecido en libertad vigilada durante esa eternidad. Al fin y al cabo, la presunción de inocencia propaga su incidencia hasta la sentencia firme.

En este último rubro hay responsabilidades concurrentes (de menor rango, claro) que conviene insinuar. Carrera fue estigmatizado por muchos medios que ahora se extasiaron con su liberación. Es habitual que muchos cronistas “compren” al costo las versiones policiales y condenen de antemano. Carrera no excepcionó la regla.

También es frecuente la imposición de prisión a presos sin condena firme (como Carrera) o sin condena, a secas. La ocasión amerita que los que claman cuando se libera a un sospechoso pusieran las barbas en remojo. No lo harán, es una lástima.

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En línea con lo que se arguye en la nota principal: la Corte Suprema es posiblemente la mejor que existió en democracia. O sea, la mejor. Es especialmente atenta a temas sensibles para la opinión pública o de alto voltaje mediático, lo que no es reprobable. De ahí a que todas sus acciones sean perfectas, a que no tenga traspiés o carencias, media una gran distancia. Nada ni nadie es perfecto, lo que no obsta a la exigencia ciudadana o a la crítica, como en este caso.

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