EL PAíS • SUBNOTA
› Por Alejandra Dandan
Susana Colombo, ex mujer de un represor, declaró en el juicio de robo de bebés y fue condenada por la apropiación de Francisco Madariaga. La indagatoria fue una de las escenas más dramáticas del juicio, con la mujer llorando y tal vez reconstruyendo su historia en clave de víctima de la violencia de género, como parte de su coartada. Las travestis hablan de “identidades disponibles” para explicarse lo que les sucede cuando encuentran algo parecido a un modelo, alguien que habilite aquello más subjetivo que en ocasiones se vive de modo encapsulado y patológico. Cuando la mujer de Víctor Gallo declaró, uno se preguntaba qué hubiese pasado con cámaras multiplicando esas imágenes entre otras mujeres de militares.
Tomando el antecedente del juicio de María Soledad en Catamarca, puede pensarse también que la prohibición es una manera de preservar al Poder Judicial y sus formas. La imagen más recordada de la trasmisión fue el diálogo entre uno de los jueces y un abogado defensor. ¿Qué pasaría si la tele mostrara imágenes de personas esperando a veces durante más de una hora que lleguen los jueces al tribunal? ¿O el momento en el que un juez apartado de plan sistemático se acercó a Chicha Mariani en lo que ella interpretó como un apriete?
Pero hay que pensar si la televisión pondría los juicios en la agenda. Hay ejes como Papel Prensa o los Noble, incómodos para las corporaciones mediáticas. También hay algo de la lógica de la naturalización de los debates y de estos juicios que a lo mejor ponen en tensión la idea de construcción de la noticia y efecto de novedad. Los juicios están siendo registrados en este momento, en su mayoría, por las cámaras del Incaa que reemplazó la estética de foto carnet de la policía judicial por un convenio de la Corte. Los jueces no pueden liberar las imágenes hasta que la sentencia no quede firme, aunque también hay excepciones. La televisión japonesa y la francesa pidieron al TOF 6 imágenes del juicio de robo de bebés que después de la sentencia ya empezaron a liberarse. La televisión local todavía no lo hizo.
Claudia Feld pone la mirada en lo que sucederá a partir de este momento. Autora del libro Del estrado a la pantalla: las imágenes del juicio a los ex comandantes en Argentina, investigadora del Conicet y coordinadora académica del Núcleo de Estudios sobre la Memoria del IDES, está convencida de que la transmisión es necesaria, pero que existe cierta mirada ingenua sobre el lenguaje de la televisión, advertida como neutral, cuando no lo es.
“Es importante que se difundan los juicios, y la televisión es un medio fundamental en esto, ya que su alcance masivo es indudable. El problema es que la sociedad argentina no debatió a fondo en ningún momento –salvo durante el llamado show del horror del ’84– qué hacen los medios con esta temática”, dice. “Los medios tienen sus prioridades y en general recurren a formatos sensacionalistas, que privilegian el golpe de efecto emotivo más que la reflexión. Hay, por supuesto, excepciones como Canal 7 o Encuentro. Esto no es malo ni bueno: forma parte de una sociedad con múltiples medios de comunicación. Pero si estamos debatiendo, hay que incluir en las discusiones la cuestión del formato que tendrán estos programas y de qué manera comunicarán sentidos. La manera en que se transmite por televisión construye sentidos sobre el terrorismo de Estado y sobre el juicio mismo. La pregunta es cómo usar la televisión para difundirlo como un espacio de memoria, verdad y justicia, y no como un megaevento espectacular.”
–¿Qué pasó con el Juicio a las Juntas en ese sentido?
–Allí se decidió televisar sólo tres minutos por día y sin sonido. Para ello hubo razones jurídicas, políticas y también técnicas. Lo curioso es que en aquel momento no se la percibió como una decisión que impedía al público acceder a los testimonios. En parte, porque los diarios los difundían permanentemente y también porque se tenía recuerdo del show del horror y del rol contraproducente que había tenido la televisión en aquel momento, mostrando tumbas abiertas con cuerpos NN y espectacularizando toda la cuestión de los desaparecidos. Sin embargo, cuando empezó el alegato de los fiscales sí hubo un pedido de un grupo de periodistas para que se transmitiera con sonido y el Gobierno lo negó. También teníamos otro tipo de televisión en el ‘85. No había canales de noticias las 24 horas. Ahora parece que lo que no está en la televisión no existe y está naturalizada la idea de que la televisión sólo transmite, como si fuera una especie de “ventana” abierta a la actualidad. No se percibe como un lenguaje en sí mismo, que modifica o formatea lo que difunde.
–Hubo un momento, sin embargo, en el que sí hubo una transmisión. Usted analizó el programa que hizo la Conadep con varios testigos.
–El programa lo produjo la Conadep y se emitió por Canal 13, que en ese entonces era un canal del Estado. Ahí hubo un cuidado especial para que el programa fuera lo más austero posible, los testimonios duraban varios minutos y no se cortaron ni se editaron con otros. Así fue como le sacaron al programa la lógica del formato televisivo. También lo emitieron sin cortes publicitarios. Fue claro que el emisor no era la televisión, el canal o los periodistas, sino que se abría otra instancia de enunciación desde la esfera estatal, que era la Conadep. En ese programa, la Comisión mostró primera vez –meses antes de la publicación del informe Nunca Más– los resultados de sus investigaciones.
–¿Puede tomarse como guía?
–No sé si como guía, pero sí como antecedente a tener en cuenta. El programa está muy datado en función de lo que se necesitaba en ese momento: convencer al público de que efectivamente hubo desaparecidos, torturas y centros clandestinos; que la desaparición había sido una práctica sistemática ejercida desde el Estado, que los testigos no eran “subversivos”, que se trataba de crímenes y no de una “guerra sucia”. En ese momento mucha gente seguía dudando de esa realidad. Quienes hicieron el programa tuvieron mucha conciencia de eso y no podían darse el lujo de armar algo más atractivo desde la imagen llevando la atención hacia otro lado. Ahora estamos en otro momento. Por eso es interesante discutirlo. Tiene que haber algún tipo de debate en el que, sin negar la necesidad de difundir los juicios en los medios, pueda discutirse qué pasa cuando entran en juego las lógicas de la televisión, cuando los testimonios del juicio ingresan al circuito de difusión audiovisual, en el que se editan, se cortan, se ponen “zócalos”, etcétera. A veces testimonios muy largos y complejos quedan recortados a unos pocos segundos y son presentados con todas las noticias del día. La pregunta es qué sentidos se construyen con eso. Y también qué espacio de escucha queremos generar para los testigos y para los juicios.
–¿Es posible resolverlo de alguna manera?
–Hay algunas cosas para repensar. Y habría que buscar algunos acuerdos entre todos los actores involucrados. No puede quedar librado a lo que un canal o varios canales decidan hacer con eso. Una manera sería proponer una cantidad mínima de minutos para que los testimonios se emitan. Que no se cortajeen y editen de cualquier manera. Lo que creo es que los juicios tienen que ser difundidos, escuchados y pronto, pero me parece que debe entrar en la discusión la manera en que eso se hace. La televisación no es inocente ni neutral.
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