EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El Estado argentino planteó una medida cautelar ante el Tribunal del Mar de Hamburgo, procurando que Ghana levante el embargo de la Fragata Libertad. Es una movida con muy contados precedentes, cuyos resultados son entonces difíciles de predecir. La jugada es interesante desde el punto de vista técnico, el resto está por verse.
El episodio se enmarca en un contexto novedoso y complicado en lo referido a la deuda externa. La nueva jurisprudencia que propone el juez norteamericano Thomas Griesa puede cambiar el escenario referido a reestructuraciones de deuda soberana. La Argentina viene a ser, sin quererlo, la punta de un iceberg que, quién le dice, podrían integrar mañana Grecia, España, acaso Italia sólo para empezar.
Economistas, académicos y periodistas opositores proponen que Argentina se hinque ante las demandas de los peores integrantes del sistema financiero internacional. Que pague lo que piden, sin asidero legal. Y reprochan que lo que sucede es derivación de mala praxis gubernamental, cuando no una suerte de castigo bíblico por pecados originarios cometidos en el pasado reciente.
No hay tal. Los dos canjes que realizaron los gobiernos de los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Kirchner, fueron una digna defensa del interés nacional. La correlación de fuerzas era, más vale, adversa. Se pulseó con firmeza, se obtuvo una primera quita significativa. Años después, conforme se había previsto aunque no voceado a los gritos, se habilitó otra instancia. Esta, quizás, tuvo menos adhesiones de las que ambicionaba el Gobierno. Hubo que retrasarla una vez, pudieron existir defectos de implementación (no es fácil tabularlo en situaciones muy nuevas). Lo que sí fue determinante fue la acción irresponsable y antipatriótica del entonces banquero central, Martín Redrado. Culpa principal suya, de quienes lo bancaron y responsabilidad del gobierno que años antes lo designó también.
Como sea, Argentina redujo su deuda, minimizó su peso en el PBI, ganó márgenes inéditos en materia de libertad económica. Inéditos, muy superiores a los previos... jamás absolutos.
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Ocurrió un viraje en el escenario internacional, la posición argentina se complica. Ciertas prédicas críticas evocan al cronista los sermones de predicadores protestantes que aseguran que todo obrar virtuoso recibe un premio clavado no ya en una vida posterior sino en este Valle de Lágrimas. El que trabaja y honra a Dios, proponen, saldará sus deudas, se curará de sus adicciones, adquirirá autos de primera y casas de lujo. Esas profecías, cree el cronista, carecen de tangencia con la cruel realidad del capitalismo o, quién le dice, de la vida.
Las fábulas clásicas o ciertas parábolas religiosas también se empeñan en garantizar felicidad y prosperidad irrevocables a quienes hagan el bien. Es un optimismo errado en un mundo tremendo, signado por la existencia de un capitalismo financiero que lleva a gentes de bien a la calle y hasta al suicidio. Claro que hay que administrar bien, negociar con destreza, hacer lo mejor posible en lo técnico. Pero pesan lo suyo la vastedad de situaciones e intereses, el poder de enemigos tremendos y sin escrúpulos. Y los cambios de contingencias, muchos de ellos impredecibles.
La Argentina tiene que navegar en un mar tormentoso, pero eso no les otorga razón ni derecho a los usureros. Ponerse de su lado no es una opción cualquiera de las que admite el juego democrático. Apoyar a los holdouts para sacar ventajas contra el contingente gobierno nacional no es una alternativa admisible. Es cipayismo puro, por ponerlo con delicadeza.
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