EL PAíS
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¿Una ruptura sin castigo?
› Por Martín Granovsky
Un alto funcionario del Gobierno definió así su impresión sobre qué buscaban los Estados Unidos con la visita de Colin Powell.
–Querían saber si Néstor Kirchner se parece más a Hugo Chávez o a Ricardo Lagos –dijo a Página/12.
Su conclusión es que Powell y su comitiva se fueron de aquí pensando que Kirchner está más cerca del chileno que del venezolano. Puede ser, porque además ésa es la realidad, pero mejor no engañarse: la Argentina y los Estados Unidos no están escribiendo otro capítulo de una relación idílica; más bien, construyen uno nuevo que ya no se basa en la adhesión estratégica de Buenos Aires a Washington. Como no se trata de un vínculo entre iguales –los Estados Unidos detentan un poder hegemónico nunca visto, la Argentina es un país de clase media baja–, el cambio tendrá sus costos.
En su entrevista con el presidente Néstor Kirchner, el secretario de Estado Colin Powell estuvo cortés. Ni siquiera presionó para que la Argentina enviara gendarmes a Irak. Es decir: no presionó con todas las letras. Más aún: la novedad es que Powell no hizo el pedido habitual porque sabía que esta vez el sí argentino le sería esquivo.
Con Carlos Menem y con Fernando de la Rúa el pedido y la respuesta hubieran entrado en el marco de una relación automática. Con el gobierno de transición de Eduardo Duhalde, el automatismo se quebró porque el bonaerense criticó la guerra de Washington contra Irak y fijó una posición dura. La Argentina no participaría del combate como un país subordinado al Pentágono, pero tampoco bajo el paraguas de las Naciones Unidas.
Kirchner está mucho más cerca de Duhalde que de Menem y De la Rúa. Duhalde incluso le consultó el cambio en el voto sobre Cuba, cuando la Argentina pasó de la condena a la abstención en materia de derechos humanos en la isla.
No fue casualidad que durante la breve conferencia de prensa en la Casa Rosada Powell recordara que la Argentina había participado de la coalición victoriosa en la Guerra del Golfo de 1991. Esa actitud marcó el punto máximo del enrolamiento estratégico argentino como un pelotón más de los Estados Unidos.
Y de eso se trató, precisamente, la década del ‘90. Una visión superficial imaginó a Terence Todman, el embajador de las relaciones carnales, como un mero lobbyista de negocios. Error. Todman consiguió la destrucción del proyecto de misil Cóndor –que la Argentina hizo a pedido de Washington y sin negociación con Brasil– e incorporó al país al radio de alianzas estratégico-militares de los Estados Unidos. Y todo mientras la Argentina pagaba parte del capital de la deuda externa, que eso fueron el Plan Brady y su conversión de títulos de la deuda en activos físicos de las empresas públicas a privatizar.
Es imposible minimizar el tremendo giro de la política exterior argentina. La Argentina fue llevada al default por el mundo financiero internacional y la Convertibilidad reventó de la peor manera por la tozudez de Domingo Cavallo. El país quedó desenchufado sin buscarlo, pero la nueva realidad produjo un gran impacto económico y político. Duhalde y Kirchner, con la ayuda clave de Roberto Lavagna, no hicieron más que asumir políticamente ese impacto. Aprovecharon las consecuencias de la devaluación –la sustitución de importaciones y la trágica baja del costo laboral, por ejemplo– y los efectos del default. La Argentina ganó tiempo para detener la recesión. Las desgracias se convirtieron en herramientas de política económica. El hecho de tener poco, muy poco para negociar se transformó en la ventaja comparativa típica del pobre: el problema deja de ser solo un problema propio.
Es obvio que ahora Washington presionará sobre la Argentina. Habrá una forma cordial, representada por Powell y el Departamento de Estado. Y otra más dura, que se hará notar a través del establishment local. Seguramente este segundo actor lanzará gritos de espanto sobre cuán sola quedará la Argentina y hasta qué punto se parece a estados bajo sospecha como Siria, Corea del Norte y Etiopía.
La cordialidad de Powell no es un simple ejercicio de gentileza. El secretario de Estado suele encarnar posiciones menos salvajes que, por ejemplo, su colega el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. La desdicha para la Argentina es que, hasta ahora, Rumsfeld pesa mucho más que Powell. La módica esperanza es que este año y el que viene constituyan una meseta de paz relativa, después de la guerra de Irak, y que entonces haya un espacio para negociaciones más razonables que las impuestas por la lógica de guerra.
Kirchner no declaró las hostilidades a George W. Bush, ni mucho menos. Pero éste es un costado de la relación bilateral. Si el otro costado, el de Bush, insiste en que quien no está con los Estados Unidos está contra los Estados Unidos, la Argentina se verá en problemas por el simple dato de que no es ella quien fija las reglas del planeta.
Si alguien duda de por qué la Argentina debe profundizar su coordinación política con Brasil, aquí tiene una buena explicación. A menos que prefiera vagar sola por el mundo.
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