EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
La campaña del Frente para la Victoria (FpV) hace núcleo en la identidad de los candidatos y en las realizaciones del oficialismo. Esa es su fuerza, y acaso contenga una debilidad. Es la falta de propuestas o de discursos propios de los candidatos que, en general, enumeran la obra realizada y ensalzan la figura de la Presidenta, sin agregar otros condimentos. La competencia electoral es un manojo de tácticas, cuya eficacia se mide con el resultado: toda evaluación previa es subjetiva y provisoria. Ello asumido, el cronista opina que el mensaje único y limitado corre el riesgo de interpelar sólo a los convencidos. El FpV superó por poco el 30 por ciento de los votos nacionales en 2009, dos años después superó el 54 por ciento. Ese conjunto de ciudadanos que se supo sumar, que por lo visto no aborrece al kirchnerismo, debería ser el centro de los afanes del mensaje oficialista. La satisfacción se corroboró en 2011, revalidarlo no es automático. El enigma es si los dos años siguientes de gestión y las ofertas de campaña los siguen seduciendo.
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Los debates televisivos son un género atractivo, aunque el cronista no cree que sean el clímax de la vida democrática, como pretenden algunos. Un debate para dirimir una interna, entre varios competidores por añadidura, es difícil de encarar. Hay que distinguirse sin romper, hay que relegar al otro sin zaherir a los votantes del aliado. Los pretendientes a senadores de la coalición Unen privilegiaron los buenos modos al atractivo. Fueron corteses hasta el aburrimiento, en algún sentido optaron por caerse para ese lado.
No fue el modo elegido por la diputada Elisa Carrió para definir su competencia con sus adversarios internos. Arrojó dardos verbales contra los demás, todos y cada uno. Más allá de la asombrosa apología de su persona (se definió como redactora de la Constitución de 1994 a cuyo contenido se opuso en buena parte), fue agresiva, centralizadora. La tele premia a quien halaga sus códigos: Lilita fue el sol en cuyo derredor constelaron los tres varones. Los “condujo” durante hora y media.
El diputado Ricardo Gil Lavedra fue el único que amagó responderle con virulencia similar, apenas por un ratito.
La pantalla distorsiona pero también enseña. Aun en un juego tan curioso, se hicieron palpables las diferencias, la falta de acuerdos programáticos y aun de paliques previos. Unen es una UTE, una unión transitoria de empresas, una alquimia electoral acaso redituable en el corto plazo. Su destino es, como sinceró el diputado Fernando Solanas, la diáspora poselectoral. Como propuesta política no insinuó nada. Fue entretenido, más vale, y tuvo una estrella con partenaires. Como eran Los Cinco Latinos en la coreo pero con una letra digna de Pimpinela en la voz de la solista.
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Los periodistas que fueron al set del programa A dos voces contaron una anécdota instructiva. El actor y ex diputado Luis Brandoni se enojó con quienes manejaban la transmisión. Los acusó de manipularlo por la forma en que enfocaban a los cuatro precandidatos. Hasta fue al control central a protestar. Brandoni es un militante probado, de valorable trayectoria política y gremial. Nada debe objetarse a su pasión y afán de corregir lo que le pareció un manejo artero. No se sabe qué dijo pero, en sustancia, lo que quiso expresar es la mala fe que anida en ciertas coberturas. No habrá verbalizado “TN miente” pero de eso se quejó. Una victoria tácita del discurso de 6,7,8, aunque nadie crea prudente reconocerlo.
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El decano de Sociales de Estocolmo le escribe atribulado a su pollo, el politólogo sueco que jamás termina la tesis de posgrado sobre la Argentina. “Por favor, profesor, termínela con esa sanata de los spots y de la madre de las batallas. Me preocupa mucho la secesión que se ha producido en ese salvaje país. Cuénteme, por favor, acerca de la guerra civil y de las bajas producidas. ¿La división fue como la de Berlín en la Guerra Fría? ¿Usted quedó en Argen o en Tina?” Paternal con su discípulo y ahijado de tesis, añade: “¿Necesita algo de acá? ¿Una visa para el nuevo país? ¿Una recomendación para asilarse en la embajada?”.
El politólogo ríe pero también se conmueve un poco: resuelve no tomarle el pelo al decano. “No se preocupe, profesor, no tome al pie de la letra casi nada de lo que se emite desde acá.” Aprovecha para mangar unas coronas y llama a su más que amiga, la pelirroja ex progre que cada vez es más cristinista.
La campaña los tiene entretenidos aunque él preferiría más veladas hogareñas, para mirar la tele y luego pasar a otras diversiones. La pelirroja se empecina en recorrer el conurbano para “hacerle el aguante a Martín”. No está mal, aunque la tarifa de dos o tres actos diarios es excesiva para el sueco. Pero lo que más lo fastidia es la cantidad de compañeros que la mujer abraza en los actos con ardiente fervor militante. Tampoco se priva de subirse sobre los hombros de alguno para ver y vitorear mejor. Al sueco lo conturba especialmente el creciente interés de la joven por los egresados de primera generación de las universidades del conurbano. Ella aduce que son un logro del modelo y un orgullo personal de Cristina. Nuestro politólogo concuerda, pero le da mala espina la preferencia personal que la pelirroja dispensa a uno de ellos. O acaso a dos. De todas maneras, transige y enfila con su auto allende la General Paz.
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