Pasan los gobiernos y el juez federal Claudio Bonadío sigue allí, en su despacho de los tribunales federales de Retiro, que ocupa desde mayo de 1994. “Soy peronista desde los quince años, es un sentimiento, como el fútbol”, dijo hace años ante Poder Ciudadano, pero se negó a responder el cuestionario del Banco de Datos de esa ONG. Sus superiores de la Cámara Federal suelen cuestionar en duros términos sus fallos e incluso le abrieron un sumario por despreciar las “garantías básicas” en la causa por los sobornos del Senado II. Pero el magistrado pasó momentos peores.

Así como el presidente de la AFA, Julio Grondona, llevó durante años un anillo que decía “todo pasa”, Bonadío tenía un cartel en su escritorio con esa misma leyenda y el agregado de “todo vuelve”. ¿Habrá pensado en eso cuando en septiembre de 2001 mató con su arma Glock calibre 40 a dos presuntos ladrones cuando volvía de un asado en su Audi? ¿O cuando lo denunciaron por obstruir el esclarecimiento de la investigación por las irregularidades en la causa AMIA?

Bonadío se recibió de abogado en la UBA, fue militante de Guardia de Hierro, llegó a la función pública porteña en 1983 y en los ’90 Carlos Corach lo hizo juez federal. Entre las numerosas causas resonantes que pasaron por sus manos –Yoma, Skanska, PAMI y la masacre de diciembre de 2001, entre muchas– tuvo el expediente referido a la Contraofensiva Montonera, donde ordenó detener a los ex líderes Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja. Tras la derogación de las leyes de impunidad encarceló a los genocidas Emilio Massera, Leopoldo Galtieri y Jorge “Tigre” Acosta. También elevó a juicio la causa por la mafia de los medicamentos, sin imputar al jefe de los camioneros Hugo Moyano. Antes de Moreno había procesado al ex secretario de Transporte Ricardo Jaime.

Su nombre suena como posible futuro ministro de Justicia o Seguridad de Sergio Massa, con quien coincidió en una reciente disertación pública.