EL PAíS • SUBNOTA
- Corto. La presidenta Cristina Kirchner volvió anoche mismo a la Argentina, realizando seguramente el viaje más breve a Nueva York para la Asamblea General de las Naciones Unidas de su mandato. Tal vez por las urgencias de la campaña electoral, en esta ocasión no hubo encuentros con empresarios norteamericanos, ni habló en alguna universidad, ni buscó reuniones bilaterales, más allá de la que mantuvo con Dilma Rousseff, a quien ve seguido. En cambio, el canciller Héctor Timerman quedó al frente de la comitiva con una agenda cargada de reuniones hasta el viernes.
- Recinto. Aunque por la transmisión se veía muy parecido, la Asamblea General no se realizó en el tradicional recinto de sesiones, con su gran arco dorado y el característico escenario de mármol verde. Ese recinto está siendo reparado y la sesión se hizo en uno ubicado enfrente, mucho menos pretencioso y cómodo. Sin embargo, le pintaron la pared de atrás de dorado e imitaron el mármol verde de fondo, por lo que si no se prestaba atención parecía el mismo recinto de siempre.
- Saludos. La presidenta Cristina Kirchner se ubicó en uno de los seis lugares destinados a la comitiva argentina un rato antes de que comenzara el discurso de José Mujica. Cuando vio entrar al boliviano Evo Morales –hasta ayer estaba en duda que concurriera a Nueva York– lo llamó para saludarlo. También se había abrazado con los familiares de las víctimas de la AMIA y con Estela de Carlotto. El canciller Héctor Timerman, por su parte, cruzó el recinto para abrazar a su par uruguayo, Luis Almagro, con quien se quedó un rato conversando y riendo.
- Batuta. El flamante presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el diplomático de la caribeña Antigua y Barbuda John Ashe, habló ayer en la apertura luego del discurso del secretario general Ban Ki-moon. Su mensaje, dado su cargo protocolar y que la expectativa estaba centrada en escuchar a los presidentes, se extendió demasiado. Cuando volvió a su asiento, en la mesa principal, Ashe se encargó de recordar a los jefes de Estado el reglamento para los discursos, incluyendo, claro, que no debían excederse de los 15 minutos pautados. “Eso no corre para mí, que soy el presidente de la Asamblea”, ironizó Ashe, poniendo de manifiesto lo que pasaba por la cabeza de todos los que lo escuchaban en ese momento. Igual, casi nadie respetó el límite.
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