EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
La idea bien arraigada de una derrota del kirchnerismo en las elecciones de hoy se basa en la imposibilidad del gobierno de llegar a los 2/3 de ambas cámaras, que es el requisito constitucional para declarar la necesidad de reforma de la Constitución Nacional y habilitar la posibilidad de la reelección presidencial más allá del segundo período. Sin embargo, esta nunca fue una hipótesis operativa, porque el análisis de las bancas que cada fuerza pone en juego indicó en forma irrefutable la imposibilidad aritmética de alcanzar el número requerido. Si el oficialismo obtuviera 30 por ciento de los votos, le faltarían 52 diputados para los 2/3, 43 si llegara al 40 por ciento y 30 aún si obtuviera el 50 por ciento. En el Senado sólo se renueva el tercio correspondiente a ocho distritos: Chaco, Ciudad de Buenos Aires, Entre Ríos, Neuquén, Río Negro, Salta, Santiago del Estero y Tierra del Fuego. Si en cada uno de ellos consiguiera los dos senadores que corresponden al ganador, aún quedaría a once bancas del número mágico. ¿Por qué, entonces, la diputada Diana Conti habló de sus deseos de Cristina eterna, dirigentes sindicales y políticos propusieron consolidar las transformaciones alcanzadas en estos años mediante “una nueva constitución emancipadora”, o Raúl Zaffaroni sostuvo la conveniencia de un sistema parlamentario, donde el único límite a la permanencia de un gobernante es la cantidad de bancas que su partido obtenga en la Asamblea Legislativa? Por vía de hipótesis, de ese modo habrían intentado demorar todo lo posible las especulaciones sobre el relevo en 2015 y el correspondiente debilitamiento del poder presidencial. Si esto funcionó durante un tiempo, también creó las condiciones para que una elección exitosa pudiera interpretarse como un fracaso.
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