EL PAíS • SUBNOTA › GABRIELA MICHETTI
› Por Sandra Russo
Si uno entra a la página oficial del PRO y hace click primero en “Senadores” y después en “Gabriela Michetti. Conocé más...”, se encuentra con el mismo texto que ella lee en el spot que la tuvo como exclusiva protagonista, puesta a recuperar, y con éxito, aquel aura con el que había ingresado al primer plano político cuando acompañó a Mauricio Macri en la fórmula y fue su primera vicejefa. En aquella primera gestión de 2007, sin embargo, Michetti no tuvo la delegación de ejecutividad que exhibe hoy su sucesora, María Eugenia Vidal, ni su discurso quirúrgico, sus músculos blindados cuando, por ejemplo, salió a dar la cara después de la represión en el hospital Borda. La nutrida dirigencia femenina que nuclea el PRO ya tiene matices. En la gestión, Macri se ha recostado mucho más en su segunda vicejefa. Michetti es, en cambio, una promotora de las mismas políticas, pero decididamente se ubica en la dimensión “buena onda” de su partido, actualmente algo así como una versión cincuentona de Jugate Conmigo. La apuesta electoral porteña se jugó fuerte en la figura de Michetti, que encarna los orígenes de una imagen que será reforzada en lo inmediato, la de la “alternativa de país” de una derecha que se propone inofensiva, divertida y bien envasada.
Michetti fue una vicejefa de Gobierno apagada de 2007 a 2009 –el mismo cargo la llevó a presidir la Legislatura porteña, pero en ese lapso, de 43 sesiones Michetti se ausentó en 40–, y después una legisladora de escasa participación pero votos claros. Se abstuvo en leyes como la que reguló el funcionamiento de las prepagas o la que amplió derechos en materia de fertilidad asistida, y votó en contra de otras como la del matrimonio igualitario, el voto a los 16 años, la identidad de género, la reestatización de YPF, el estatuto del peón rural, la muerte digna y la ley contra la trata de personas. Si por sus votos los conoceréis, está claro quién es Gabriela Michetti y en qué sentido empuja hacia la derecha su figura, pero ella insiste en transmitirse a sí misma, a la generalidad de su propia persona, como su principal mensaje político. Es, parece decir su imagen pública, una mujer con mucha fuerza de voluntad y una pila de buenos deseos y buenas intenciones, alguien “sano”, a la manera del prospecto PRO.
Nada, casi nada en la campaña se ha salido de la estrategia electoral trazada por Jaime Durán Barba, dirigida por Horacio Rodríguez Larreta y comandada por el equipo personal de la candidata ganadora, en el que Patricia Bullrich ofició de porrista, entre otras cosas creando el grupo de chat “Campaña Gaby”. Los otros que la han seguido muy de cerca, con largos desayunos de trabajo en su casa de la calle Pasco, son la ex diputada radical y gran protagonista de TN en el debate de la ley de medios Silvana Giúdici, el jefe del bloque del PRO Federico Pinedo, Marcos Peña y los ministros porteños Ibarra, Montenegro y Lombardi.
En ese texto en el que se supone que uno “conocerá más” a Gabriela Michetti, ella relata que nació en Laprida, provincia de Buenos Aires, que vive en la Capital desde los 18 años y que es licenciada en Relaciones Internacionales. Dice que esa carrera le enseñó “a dialogar, escuchar, conciliar. Siempre me gusta ver el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno”. Esa es la línea gruesa del perfil que Gabriela Michetti ha profundizado en la campaña, en esos términos generalistas y abarcadores a más no poder. Jamás especificando, jamás profundizando, jamás internándose en las aguas turbulentas de la política, como si los conflictos de intereses fueran producto de un estilo, un antojo o un capricho y no un escenario inevitable sobre el que el PRO, como cualquier otro partido con gestión, desarrolla diariamente sus estrategias, beneficiando a algunos y postergando o castigando a otros.
Si uno quiere “conocer más” a Michetti, ahí tiene disponibles algunos otros pocos datos, todos caracterológicos, todos tildados como “positivos”. La alienta la misma fuerza que la sostuvo cuando “le dije a mi papá, luego del accidente que tuve hace veinte años: en silla de ruedas también se puede ser feliz”. La misma fuerza que la inclina hacia el canto y el baile. Sí, el baile. “¿O no me viste bailar con Mauricio?” Sí, uno se acuerda de haberla visto en aquel momento vivido como consagratorio, a tal punto que a Michetti se la daba por “presidenciable en 2011”.
“Y, la verdad, tengo ganas de decirte que podemos seguir soñando con una sociedad mejor. Trabajando en equipo. Priorizando el esfuerzo y la libertad de pensamiento. Estoy convencida de que entre todos los vamos a lograr”, finaliza el texto “de inmersión” en Michetti. Uno más de esos paneos generales que podrían provenir de un espacio político o de un sobrecito de azúcar o una tarjeta corporativa de fin de año. Pero eso es lo que se usa, y uno se pudo enterar del concepto en una muy buena crónica que publicó La Nación a mediados de este mes, firmada por Paz Rodríguez Niell, que tuvo acceso a la intimidad de la candidata.
La pudo ver en su casa, por ejemplo, despidiendo a Jaime Durán Barba, con quien había desayunado, y gritando a los cinco minutos “Dame mi mamadera”, porque era un lunes, y los lunes visitaba la casa de Michetti Micaela Méndez, fonoaudióloga y cantante lírica, que ya le había dado clases a Mauricio Macri para “optimizar la voz”. Los candidatos del PRO más destacados optimizaron sus voces.
Michetti le dirá a la periodista que en esta campaña tuvo que privarse de salir a hablar con los vecinos, cosa que “le encanta”, porque se privilegiaron los “grupos multiplicadores”, integrados por empresarios, estudiantes, consejos profesionales. Ella lamenta que esta vez no hayan “timbreado” –timbreando fue que Macri dio con los célebres Cacho y María, si se recuerda—, pero “Jaime dice que eso se usa cada vez menos en el mundo”. Lo “nuevo” según quien los dirigió son “los medios, las redes sociales y los sectores puntuales”.
La cronista la sigue a una de esas reuniones, no identificada pero compuesta por “unos setenta señores de traje”. Ante ellos, ve a Michetti desplegar sus argumentos, todos generales y de trazos gruesos, pero algunos de ellos tan convincentes para “los multiplicadores” como promover “un Estado que por lo menos no les genere problemas a los privados”. Propone “valores” y superar la antinomia “izquierda-derecha”, como normalmente propone la derecha.
“Yo desideologizo si me ves con el prisma de la Guerra Fría, pero estoy muy ideologizada con el socialcristianismo”, dice Michetti, que aunque se confesaba con el cardenal Bergoglio, desde que es Papa no lo ha vuelto a ver. Como en 2007, Michetti, a fuerza de su voz optimizada y sus conceptos generalísimos, ha vuelto a tener su aura para el electorado porteño, al que Durán Barba tiene más que calado. La duda que a uno siempre le queda con este tipo de candidatos, con este tipo de campañas políticas que rehúyen la especificidad de lo que piensan y planifican y la sustituyen por papel de celofán, es qué vota ese electorado. Si la forma o el fondo, si el envase o el contenido, si la promesa del diálogo y la buena onda, o, por caso, los gases a mansalva cuando cuadre.
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