EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El Patio de las Palmeras es un oasis sonoro en la Casa Rosada. Ubicado, claro, a metros de la ruidosa Plaza de Mayo suele estar silencioso y hasta puede escucharse el trino de los pájaros que sobrellevan, vaya a saberse cómo, el hostil smog urbano. Ayer, en su momento, fue puro bullicio cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ya de regreso, retomó el uso de la palabra. Volvió y parecía no quererse ir. Les habló a los pibes que se apiñaban, la vivaban. Les contó “cuánto los extrañé”, recibió vítores. Luego, la oradora retomó sus hábitos: habló durante más de veinte minutos, haciendo una recorrida de las que acostumbra. “¿Saben qué?” preguntó varias veces y se explayó en un discurso de tono conciliador. Rescató la esperanza, las ilusiones, las utopías, varias realizaciones de los años recientes. Habló de “profundizar el modelo”, completándolo con menciones a lo que falta, expresando que “no tengo anteojeras”, convocando a los opositores a discutir proyectos sin agresiones. Fue un discurso de ratificación de identidad y conciliador. “Cuando uno pasa lo que yo pasé”, contó, se cambian las perspectivas.
Saludó sonriente, bailó un cachito al son de las consignas. Pareció salir, tomó recién entonces un sorbo de agua, le echó un vistazo a su reloj pulsera. No le habrá parecido tarde o demasiado trajín: retomó el micrófono, hizo una suerte de “bis” del discurso y se quedó saboreando el regreso.
Antes les había tomado juramento a los tres nuevos ministros, en una ceremonia que duró lo estrictamente necesario. El clima combinaba buen humor y emoción de los que juraron. Una firme decisión política se puso en acto, antes de que la Presidenta saliera, otra vez, al balcón.
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Los que vienen: El presidente Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner han sido, para lo que es la media argentina, poco afectos a cambiar sus ministros. Muchos de sus colaboradores han batido records históricos de permanencia y ha habido pocos relevos masivos. Desde luego, el escribano de Gobierno ha tenido presencia en estos diez años: se produjeron conflictos, eyecciones, tránsito a candidaturas entre otros motivos para la salida. Pero la tendencia es la conservación del primer nivel de los elencos, que se observó incluso las dos veces que Cristina llegó a la Casa Rosada. Sus decisiones de estos días seguramente marcan el cambio más rotundo de gabinete de la etapa kirchnerista. La finalidad patente es oxigenar al Gobierno, sumar funcionarios de perfil alto, convicciones afines y experiencia de gestión.
Es aventurado decir cómo serán el día a día del ministro de Economía, Axel Kicillof, y del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y su modelo de relación con la Presidenta. Pero es clavado que si ella quiere delegar más de lo que era su regla, lo hará en protagonistas con espalda. Y que ha elegido bien si procura contar con cuadros con elocuencia y capacidad dialéctica para divulgar las medidas del Gobierno, fundamentarlas o defenderlas en público.
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Morenología: La salida del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, redondea otra finalidad: la cohesión del equipo económico, que venía faltando cuando menos en muchos meses. Kicillof podrá formar su equipo, lo que acrecienta el desafío que tiene por delante mientras lo dota de facultades para hacerlo. Moreno es un funcionario de perfil muy alto y de ambición expansiva que siempre tuvo rispideces con sus pares. Es inimaginable que resignara su rol y sus espacios con el nuevo ministro, quien ahora cuenta con un poder propio. Relativo, más vale, porque la titular del Ejecutivo sigue siendo una, muy habituada a conducir y a tomar las decisiones estratégicas.
La oposición mediática y corporativa desbordaron de euforia tras el anuncio de la renuncia de Moreno. Su enunciación “separada” el martes tuvo un claro sentido mediático y le valió el centro de la escena, para colectar denuestos. La réplica de funcionarios, dirigentes, militantes y simpatizantes kirchneristas fue simétrica: ovaciones y elogios a menudo sin límite.
Moreno ha sido una figura central durante muchos años, lo que seguramente amerita una lectura colorida, no ceñida al blanco o negro. Se recomienda leer la columna publicada ayer en Página/12 por David Cufré, que recorre con cierto detalle la cantidad y acciones que signaron la trayectoria del “Napia” Moreno.
Moreno fue un funcionario convencido, laburador al mango, ascético en lo personal, áspero en el trato con sus adversarios, histriónico. Un protagonista con recursos y agallas que construyó un personaje. A veces “le creyó” demasiado a su criatura.
Defendió, como mejor pudo, políticas rescatables de una vastedad casi interminable: la puja con los formadores de precios, la defensa de “la mesa de los argentinos”, la intervención estatal en la economía, la producción e industria nacionales, la disputa del poder político versus los económicos. La narrativa kirchnerista le recompensa la identidad, la pasión y su gesto torvo hacia los poderes dominantes.
Es válido hacerlo, tanto como agregar que adornó sus convicciones con un conocimiento puntilloso de áreas áridas: la formación de costos, los índices de ganancias, el laberinto borgeano de los manejos empresarios.
La dimensión del megasecretario justifica un análisis más profundo que se hará acá. Sólo para empezar y hacer más digerible la lectura, nos valdremos de imágenes futboleras. Vistió con orgullo la camiseta, la regó de sudor, corrió por toda la cancha. Una evaluación de la labor de Moreno no puede limitarse a su compromiso y su garra, innegables. La eficiencia, así sea nac & pop, es el mejor baremo para medir la gestión. Se deben contar los goles que logró o ayudó a concretar, tanto como los goles en contra que se hizo, entre los cuales resaltan dos. Están ligados, pero no son idénticos. El primero es la pugna con la inflación, que sigue siendo una deuda del Gobierno. El segundo es la pérdida de prestigio del Indec, deplorable de por sí, máxime en un gobierno que reivindica la reconstrucción del Estado.
Quienes alaban sin ambages a Moreno dan vuelta como un guante un argumento de sus adversarios: los modales o el estilo. Tienen su cuota de razón en premiar a un funcionario que no se inclinó ante un empresariado sin sentido nacional y sin muchos escrúpulos. Pero la acritud cobra pleno sentido si es funcional a los objetivos políticos, no es un mérito en sí misma.
La tirria de los rivales da cuenta de la importancia de Moreno y dan ganas de defenderlo a ultranza cuando lo cuestionan ciertos formadores de opinión, medios y factores de poder. Algo bueno habrá hecho, cabe concluir. De nuevo: de ahí a considerarlo perfecto hay un abismo. También es un búmeran y una injusticia repetir algo que él decía en demasía: que no sólo fue el mejor funcionario del Gobierno sino un caso único. Sus discrepancias con compañeros de labor, tan comprometidos como él pero con visiones (o ideas tácticas) diferentes, forman parte de su complejo legado.
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No hay hacer sin decir: Mejor que decir es hacer, reza un proverbio peronista. Vale agregar que en política democrática no hay un hacer sin un relato que lo exprese y connote. Todo gobierno que se precie aspira a una épica de las realizaciones que siempre resuena en el discurso kirchnerista. La palabra no basta, desde ya, pero es imprescindible.
El mensaje de ayer fue, pongámosle, doble. El discurso y el oxigenamiento del gabinete para acometer dos años que serán difíciles, cuyo contexto exigía un relanzamiento. Valorar a un ministro joven (pero no un pibe) de pura cepa kirchnerista e interpelar a los gobernadores e intendentes al sumar a Capitanich agregan valor al relevo.
El oficialismo afronta una nueva etapa en su saga en el poder.
Pinta entre las más difíciles, asumiendo que ha atravesado con éxito varias. Otras son las circunstancias económicas, que fuerzan (como enunció la presidenta Cristina) a conseguir una industria local efectivamente competitiva. También a reforzar al Frente para la Victoria, para que pueda disputar con chances las elecciones de 2015, lo que abarca el intríngulis enorme de “construir” un candidato o candidata “del palo” que pueda suceder en la presidencia a Cristina.
Por lo visto, en el tiempo de su forzada licencia, la Presidenta reconoció el terreno, entendió la necesidad de cambiar para sostener el rumbo. Desde luego, una decisión inteligente y audaz no garantiza el resultado virtuoso, pero es su primer paso. Habrá otros, que se irán viendo.
Una “Cristina clásica” regresó, con decisión y palabra. Parecía no querer irse, lo que es comprensible y celebrable.
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