EL PAíS

Los salesianos de Don Videla

 Por Ariel Lede y Lucas Bilbao *

El terrorismo de Estado encontró en la Iglesia Católica uno de sus pilares de legitimación. Para la década del 70 Iglesia y Ejército habían alcanzado un alto grado de simbiosis ideológica e institucional, siendo el Vicariato Castrense su expresión más clara. La Congregación Salesiana, así como los jesuitas, franciscanos y otras órdenes, prestó su colaboración al Vicariato, base fundamental de la última dictadura militar. Creada en Italia por Giovanni Bosco a mediados del siglo XIX, sus misioneros llegaron a Buenos Aires en 1875. Los “salesianos de Don Bosco” (de ahí la sigla “SDB”) fundaron colegios, seminarios y casas religiosas en el “territorio nacional”, con una preferencia inicial por las tierras patagónicas, a través de las misiones y acompañando las campañas militares del Estado argentino en vías de consolidación. Un siglo después, los salesianos conformaban un cuerpo de seis obispos, alrededor de 780 sacerdotes, 115 hermanos coadjutores, más de 90 estudiantes y 800 hijas de María Auxiliadora.

Dentro de la “familia salesiana” es posible encontrar personas que encarnaron diferentes criterios pastorales e ideológicos. Existió un obispo Victorio Bonamín que justificó y acompañó la represión dictatorial, pero también un obispo Jaime De Nevares que levantó su voz para denunciar las torturas y desapariciones perpetradas por los militares. Existió un sacerdote Rubén Alá, que trabajó de informante confeccionando listas de curas tercermundistas, pero también Miguel Angel Nicolau, ligado al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y que trabajaba con estudiantes en villas de San Nicolás hasta que fue secuestrado en Rosario por un grupo de tareas y asesinado en 1977. Sin embargo, pese a algunas excepciones de clérigos que denunciaron los crímenes o fueron víctimas de ellos, la Congregación Salesiana, con uno de sus obispos a la cabeza y varios de sus clérigos acompañando las funciones castrenses, sirvió a los planes del régimen militar.

En octubre de 1976 los padres inspectores se reunieron con el presidente de facto Jorge R. Videla y lo invitaron a la clausura de los festejos por el centenario de la Congregación en el Teatro Colón, acto al que asistió el 17 de noviembre de 1976. En la audiencia, el presbítero Luis García Padrón hizo notar una “feliz coincidencia” al dictador: “Los salesianos iniciamos nuestra tarea misionera acompañando al Ejército Argentino. Hoy iniciamos el segundo centenario también acompañando a las Fuerzas Armadas de la Patria. ¡Ojalá nuestra tarea pueda ser nuevamente de apoyo para el país!”. Videla respondió: “Es cierto. Muchas cosas unen al Ejército y a los salesianos a través de la vida patria. Hoy mismo, hasta nuestro querido provicario, Victorio Bonamín, es un salesiano” (Boletín Salesiano Nº 350). El obispo de las Fuerzas Armadas anotó orgulloso en su diario personal: “Hno. Norverto: me trae el Boletín Salesiano en el que se leen las palabras del Gral. Videla sobre mi persona”.

Una de las más importantes manifestaciones de apoyo de la Congregación a la dictadura fue la cesión de sacerdotes salesianos al Vicariato Castrense. El Vicariato estaba integrado por capellanes castrenses y auxiliares. Los castrenses se abocaban al sacerdocio exclusivamente en el mundo militar, mientras que los auxiliares participaban de la actividad del Vicariato sin abandonar el trabajo pastoral en sus diócesis. El nombramiento de los auxiliares implicaba necesariamente el acuerdo del obispo diocesano o el superior de la Congregación religiosa correspondiente. Con veinte años de existencia, la institución no había alcanzado la autosuficiencia: de los 400 capellanes que pasaron por el Vicariato en el período 1975-1983, los auxiliares conformaban el 70 por ciento. Estos números evidencian que sin el auxilio de obispos y congregaciones, el Vicariato hubiese demorado décadas en poblar todo el territorio militar, y la última dictadura no habría contado con el servicio espiritual directo en la “trinchera”. La función de los sacerdotes militares fue notablemente descripta por el provicario castrense en su diario personal, el 18 de diciembre de 1976: “Dar criterios sobrenaturales al accionar de los militares”. De ese total de auxiliares, más de 40 sacerdotes al servicio del Vicariato Castrense eran salesianos. No es casual esta cantidad si pensamos que Bonamín acumulaba cincuenta años tejiendo vínculos al interior de la Congregación, lo que le permitía mayor conocimiento y control.

Sus diarios personales constituyen hoy pruebas documentales para fiscales y querellantes en distintos juicios por crímenes de lesa humanidad. Pero no son los únicos documentos del obispo. Según datos que maneja la Justicia, hay más y están alojados desde hace un año en la Casa Inspectorial de Córdoba, desde donde se emitió el comunicado que cuestiona la nota de Horacio Verbitsky. Si quisieran, la Congregación Salesiana y la Iglesia argentina en general podrían hacer públicos numerosos documentos que aportarían datos sobre víctimas, crímenes y mecanismos del terrorismo de Estado, además de un importante acopio de información en la memoria de muchos de los clérigos que sirvieron a la dictadura. Si la Congregación, como dice su comunicado, está a “entera disposición para colaborar con la Justicia”, tiene por dónde empezar.

* Autores de la investigación sobre los diarios de Bonamín.

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La capilla del actual Liceo Aeronáutico, donde en 1978 funcionó un campo clandestino de concentración.
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