EL PAíS • SUBNOTA
› Por Jorge Alemán *
Ha muerto el hombre que cuando todo el mundo menospreciaba el término populismo, y lo usaba para adjetivar cualquier monstruosidad política, lo reinventó en una nueva trama teórica, mostrando sus resortes lógicos, discursivos y ontológicos.
Ha muerto el hombre que supo anticipar las distintas “contraexperiencias” latinoamericanas, antes de su concreción histórica, porque nunca tuvo únicamente como núcleo de sentido último de la historia la Comuna, o el maoísmo, o Mayo del ‘68. A diferencia de los “posmarxistas” europeos, sus cincuenta años en Europa jamás lo desviaron de repensar una y otra vez a los movimientos populares latinoamericanos.
Ha muerto el hombre que reinventó el concepto de hegemonía gramsciano, reuniéndolo en una operación original e inédita nada menos que con las tesis de Lacan.
Ha muerto el hombre que supo sostener con elegancia argumental y con un rigor ya difícil de encontrar en el pensamiento crítico europeo actual su teoría política de la significación, sin ser epígono de nadie y sin rendir pleitesía a los maestros de papel.
Ha muerto, sin duda, un pensador argentino.
Pero yo no puedo encontrar modo de aceptarlo: el sábado estuve en La Rábida con él y su mujer, Chantal Mouffe; estuvimos dos días juntos volviendo a escuchar sus anécdotas sobre Jauretche, Ramos, Rorty, Derrida, las diferencias con Badiou y Zizek, sus gustosas evocaciones de personajes bizarros, sus chistes por el absurdo, el amor y el cuidado de su mujer, el último libro de ella, el entusiasmo por el Instituto que Ernesto iba a dirigir y con el que me había honrado con la sección de psicoanálisis y política. Y luego, ya de noche, volvimos en el auto desde Huelva hasta el convento de La Rábida. Anteayer, Chantal lo llevaba del brazo y yo quise decirle que, además de admirarlo, en todos estos años, ya lo quería mucho y me dolía y me avergonzaba el perjurio de la prensa argentina que lo atacaba.
En Canarias me dijiste una vez: “Somos como primos hermanos”. En París te convencí con Chantal de que escucháramos tangos, porque sabía que te ibas a poner a cantar conmigo. Pero, finalmente, me guardo lo que te dije el pasado viernes entrando al convento, te agarré del brazo y te murmuré: “Maestro querido”...
* Consejero cultural en la Embajada de Argentina en España.
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