EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
La victoria de Oscar Zuluaga en la primera vuelta colombiana, la del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el crecimiento de fuerzas neonazis en otros países de Europa, las sostenidas protestas contra el campeonato mundial de fútbol que ensombrecen las perspectivas de reelección de Dilma Rousseff en Brasil, sugieren un fuerte corrimiento electoral hacia la derecha, por más que sea discutible colocar todos esos casos en el mismo platillo de la balanza, dadas las diferencias ostensibles entre la política europea y la sudamericana. Colombia es un caso especial dentro de la región, porque ninguna de las fuerzas que van a la segunda vuelta discuten el neoliberalismo y porque casi todo giró hasta ahora en torno a las negociaciones de paz con las FARC. La victoria de Zuluaga, impulsado por Alvaro Uribe, se explica en esa clave, mientras los resultados europeos expresan el hartazgo popular con los múltiples rostros del neoliberalismo y la exclusión que generan, ya sean socialdemócratas, socialcristianos o liberales propiamente dichos. Brasil, donde Dilma dispuso que el Ejército participe en la seguridad del fútbol, parece un laboratorio de ensayo para la consigna “la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”.
Aquí la moda de los machos malos la inauguró Sergio Massa, cuando en la campaña de 2013 dijo que si encontraba a su hijo fumando un porro lo cagaría a trompadas. Luego de su victoria electoral en la provincia de Buenos Aires profundizó ese perfil político con palabras menos estridentes pero conceptos tanto o más oportunistas y reaccionarios. Hasta hizo una primera evaluación comprensiva de los linchamientos, que sus asesores le hicieron rectificar horas después. Maurizio Macrì no quiso ser menos y sumó una perla a su collar de xenofobia y machismo al afirmar que a toda mujer le complace que le alaben el culo, aunque lo niegue. Lo peor es que el resto del espectro político parece ponerse en sintonía con ellos.
Delicado como siempre, José De la Sota descalificó el Congreso del PJ por su “lameculismo” y lo presentó como una competencia de adulones y alcahuetes. Julio Cobos y Ernesto Sánz propusieron crear lo que llamaron “una Conadep de la corrupción”. Las Señoras de la Política, Elisa Carrió y Alcira Argumedo, adhirieron y le agregaron una iniciativa ciudadana para declarar esos delitos imprescriptibles, propiciando una extravagante proliferación neopunitivista. Se acoplan así con Moisés Naím, quien escribió en The Atlantic que la desigualdad no obedece a que el capital crece más rápido que la economía, como afirma Thomas Piketty, sino a que en la mayor parte de los países hay más políticos corruptos que honestos. Por si quedara alguna duda, Carrió aclaró que en FAUNEN “no somos de izquierda sino humanistas y liberales” y que “hay mucha gente de centro y conservadora” a la que “no podemos dejar afuera”. De centro sí, consintió Humberto Tumini, en las huellas de una insuperable precursora, la policromática Patricia Bullrich. Mario Ishii y Alfredo Olmedo reclaman que se reimplante el Servicio Militar Obligatorio para jóvenes que no estudian ni trabajan. En pocos días se anotaron en la misma carrera algunos dirigentes no marginales del Frente para la Victoria. El senador Miguel Pichetto pidió deportar “a los delincuentes que vienen de afuera” y no se le ocurrió mejor ejemplo que los senegaleses que “no veo en las obras sino vendiendo cosas truchas”. El presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez le dijo a una de sus vicepresidentes durante una sesión “rajá de acá” y cuando quiso explicarlo lo empeoró: “¿Cuántas veces usted debe decirle eso a su hermana, a su tía o a su mujer, que le habla, le habla y usted tiene que concentrarse?”. El diputado Carlos Kunkel llamó bataclana a la mujer de un compañero de lista, incrementando la venta de diccionarios en el sub50. El Secretario de Seguridad Sergio Berni dijo que quienes cortan una calle son delincuentes, negó que exista cualquier conflicto de derechos entre la libertad de circular y la de expresarse, dijo que no había nada que negociar con los que llamó piqueteros y pidió que los jueces les apliquen todo el peso de la ley. Y el ministro del Interior Florencio Randazzo confesó sus deseos de matar a los pibes que le arruinaron un tren nuevo con un graffiti y dijo que a un hijo suyo le dejaría “el traste sabés cómo ¿no? Por pelotudo”.
Son expresiones de distinta importancia, algunas pasarán sin consecuencias como un mero rebuzno que permite atisbar los prejuicios o estereotipos de una personalidad pública cuando habla sin las inhibiciones de la corrección política, otras estimularán ciertas conductas y redundarán en actos nocivos para la convivencia democrática. Pero sin excepciones revelan una competencia patética que teñirá el proceso electoral. A Massa y Macrì ya les duele el cuello, de tanto girarlo para asegurarse de que nadie los pase por derecha.
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