EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Con una beca de 3.200 pesos mensuales, Granados apuntó a contar con 30.000 inscriptos para ingresar a las dieciséis Escuelas de Formación Policial, para elegir 10 o 12 mil. Pero el año pasado hubo tan pocos postulantes que se ordenó bajar el nivel de exigencia. La orden fue “aunque sean monos, que entren”. De este modo ingresaron aspirantes que no comprendían un texto básico y cuyos resultados en los tests desaconsejaban su aprobación. Este año la consigna fue privilegiar la vocación de servicio y dejar el resto de la evaluación para después del ingreso, como la aptitud para portar armas. Entre los postulantes la mayoría son mujeres, lo cual plantea una problemática específica. Es común que luego de reproducirse no deseen volver al riesgoso trabajo policial, por temor a que su hijo quede desprotegido. Por eso abundan en esos casos las carpetas médicas. En el caso de los hombres hay muchas carpetas médicas por psiquiatría, que son las más largas. Hay chicos que egresaron en diciembre de 2013 y al regreso del Operativo Sol ya pidieron carpeta médica. Las causas reales son que están lejos de la casa y el sueldo no les alcanza para alquilar y mandar dinero a la familia, tienen miedo o se llevan mal con los superiores, que en represalia les quitan los adicionales. Dada esta ausencia de la famosa voluntad de servicio entre los más jóvenes, Granados recurrió a la convocatoria de jubilados para la custodia de bancos y hospitales. “El delito muta y la policía se adapta a las nuevas formas de delincuencia”, pregonó Scioli. La adaptabilidad de los reclutas de la tercera edad es otra demostración de su admirable optimismo. El personal listado para ascender debe someterse a un examen médico, que comienza con el llenado de una planilla. Cada uno debe tildar si tuvo o no una serie de enfermedades. “Acá corre la ley del No. Todos tilden la columna del No”, informa a los gritos una funcionaria inspirada en la Flora de Gasalla, que se encarga de organizar la cola. Más que en el resto de la sociedad, dada la índole del trabajo, muchos policías padecen adicciones, que la Dirección de Sanidad no suele reportar, ya sea por temor o por órdenes de un jefe. De modo que cuando uno de esos adictos anónimos produce un estropicio con su arma nadie es responsable. Pase el que sigue.
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