EL PAíS
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Lo innombrable
› Por Horacio Verbitsky
Marketing y seguridad son dos palabras que no integraron el repertorio de la Unidad Popular derrocada en 1973. Pero sin ellas es imposible describir el acto que el jueves 11 encabezó el presidente Ricardo Lagos. Dos cuadras antes de llegar al Palacio de la Moneda, inflexibles carabineros impedían el acceso de quienes no tuvieran una de las 1.200 invitaciones distribuidas. Al ingresar al jardín de los cítricos, protegido del sol por una sutil tela blanca, cordiales azafatas entregaban un folleto con los colores y la estrella de la bandera titulado “Acto Conmemorativo. 30 años”. ¿Acto conmemorativo y 30 años de qué? Misterio. La pasión chilena por el orden reservó cada sector a un público distinto: cultura, prensa, partidos políticos, Grupo de Amigos Personales del Presidente, familiares del GAP. Con una puesta en escena que los asistentes seguimos desde grandes pantallas, Lagos caminó sin compañía por una calle lateral de La Moneda, abrió una puerta e ingresó al palacio. La locución oficial informó que esa puerta era la que habían usado los presidentes para entrar y salir sin que les rindieran honores y Lagos dijo que con ella se recuperaba una tradición republicana. Nadie explicó que por allí fue sacado en 1973 el cadáver de Allende y los cuerpos con vida de varias decenas de sus colaboradores que fueron asesinados en una unidad militar y que por eso la puerta fue clausurada cuando se reconstruyó el edificio. Luego la Orquesta Sinfónica Juvenil, creada por un músico detenido-desaparecido interpretó una “Cantata de los Derechos Humanos”. Pero el nombre del artista secuestrado no figuraba en el programa. La cantata cuenta la historia de Caín, que va “tronchando rosas y pájaros amarillos”, con “sus manos de sangre manchando todos los ríos”. Debió sonar como un altivo desafío a la dictadura, cuando el cardenal. Raúl Silva Henríquez la estrenó en la catedral de Santiago, en 1978. Un cuarto de siglo más tarde y en la casa de gobierno ocupada por otro presidente del partido Socialista como Salvador Allende, sonó como una floja coartada. Lagos en su discurso hecho de eufemismos y elusiones afirmó que el problema que ocurrió hace 30 años y que jamás se repetirá fue que los chilenos se veían entre sí como enemigos (sic). Advirtió que no era momento para el análisis sino para el recogimiento y en su patético esfuerzo por disimular lo que el 11 de setiembre significa para él, exaltó el gran mito chileno de “la unidad del alma nacional”. Vano esfuerzo. Aun así, la Democracia Cristiana le recrimina lo que considera una exaltación indebida de Allende y la derechista UDI que, como los borbones de la restauración no ha olvidado ni aprendido nada, erigió ese mismo día un muro de rencor en solicitadas y declaraciones. A tal parálisis se ha llegado que sólo el capellán de La Moneda, el sacerdote Percival Cowley, se animó a mencionar en su oración a los muertos, “las desapariciones, torturas, exilios y cesantías”. También dijo que era necesario “encontrar la verdad” y “reconstruir la justicia perdida o encontrar la aún pendiente”. Mientras, los Pacos, con sus gorras de visera levantada a la alemana, seguían asegurando que las grandes alamedas del último mensaje de Allende permanecieran bien cerradas.
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