En ámbitos oficiales ajenos al Ministerio de Economía se admite que la estrategia de negociación seguida hasta ahora fue la diseñada por Roberto Lavagna y su secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, sin participación de otras áreas. El esquema aplicado puede definirse como secuencial: primero resolver el problema con los organismos multilaterales y recién después encarar la puja con los acreedores privados. La explicación esgrimida es que no se podía negociar con éstos sin contar con un marco previamente discutido con el Fondo Monetario. Pero, al final, con éste sólo pudo definirse el superávit fiscal primario para 2004, quedando en el aire las metas para los años subsiguientes, que es cuando en realidad empezará a regir el eventual arreglo con los tenedores de bonos.
Según explicaron a Página/12 fuentes oficiales que pidieron reserva, una alternativa diferente hubiese consistido en involucrar al FMI en la reprogramación de la deuda en default, armando una mesa de tres: la Argentina, el Fondo y los bonistas. Reconocen que esa opción no le convenía al organismo, porque lo hubiese obligado a aceptar que se discutiera su carácter de acreedor privilegiado, “pero ni siquiera se intentó”. De esta manera, una vez acordado el stand by, el Fondo mirará el proceso desde afuera, sin garantizar ningún flujo.
Aunque rezongue, Horst Köhler consiguió regatear con la Argentina a espaldas de los bonistas y asegurarse que el país le pagará intereses por más de 700 millones anuales, sin que la entidad deba entregar ni un dólar fresco. No reduce su exposición, pero tampoco la aumenta, a cambio de otorgarle al país un sello de respaldo para que encare con mejores perspectivas la reprogramación. También le mantiene abierto el acceso al Banco Mundial y al BID.
En cuanto a la táctica que utilizará Economía en la próxima instancia, las fuentes puntualizan, con evidente disgusto, que Lavagna/Nielsen no han mostrado sus cartas, optando por manejar el asunto todo lo cerradamente que pueden.