EL PAíS
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Juanjo, un largo camino que comenzó en Hurlingham
“¿Te vas a decidir a dar goma?”, le preguntaba –¿exigía?– a mediados del año pasado el gobernador de La Pampa, Rubén Marín, al entonces secretario de Seguridad, Juan José Alvarez, mientras los piquetes se multiplicaban en varios puntos del país. Otros gobernadores justicialistas presentes en esa reunión enseguida se sumaron al pedido, pero Juanjo se mantuvo en sus trece: no reprimió las protestas. Esa línea garantista y su alineamiento con Eduardo Duhalde le valieron luego el ascenso a ministro, los mismos valores que ahora deben haber decidido su llegada al gabinete bonaerense. Porque sólo su efectividad en el cargo y su identificación duhaldista pueden explicar que Felipe Solá haya resuelto designar a uno de los dirigentes de la provincia con los que peor se lleva.
Por poner un ejemplo: Alvarez fue uno de los poquísimos –otro fue Carlos Ruckauf– candidatos electos que pegó el faltazo al encuentro que Felipe hizo la semana pasada en su residencia para festejar el triunfo electoral en la provincia. La relación Alvarez-Solá siempre fue complicada: se trata de dos políticos de ambiciones importantes, con un perfil similar y, para más, el mismo ámbito de militancia. La tensión llegó al máximo luego del asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán. En privado, Solá y Alvarez se acusaron mutuamente por el desastre.
De alto perfil, su paso por el ministerio de Seguridad y Derechos Humanos, el año pasado, marcó el punto de mayor exposición de Juanjo. Durante el primer gobierno de Menem se desempeñó como superintendente de Fronteras, en el Ministerio de Defensa, y subsecretario de la Función Pública. Después fue electo intendente de Hurlingham, cargo que abandonó momentáneamente para asumir en 1998 como segundo de León Arslanian en la secretaría de Seguridad bonaerense. Arslanian decidió varias purgas en la Policía sin consultarlo, Alvarez se enojó y se fue.
En Hurlingham, Juanjo dio muestras de su visión heterodoxa en materia de seguridad al poner en marcha, con la colaboración de Patricia Bullrich, un plan “policía-vecino”. La idea estaba copiada de España y contemplaba que efectivos de la bonaerense hicieran horas extras caminando las calles del municipio identificados con una pechera naranja, para que la gente se les acercara a hacerles reclamos o sugerencias.
En octubre de 2001, Alvarez fue convocado de urgencia por el gobernador Carlos Ruckauf para ocupar la cartera de Seguridad luego de que la Suprema Corte provincial denunciara por gravísimas violaciones a los derechos humanos a la Bonaerense. Entusiasmado por su discurso garantista, Adolfo Rodríguez Saá lo llevó a la esfera nacional durante su brevísimo mandato. Su sucesor, Eduardo Duhalde, lo confirmó como secretario de Seguridad Interior y seis meses después lo convirtió en ministro de Justicia.
“En la Argentina de hoy, la justicia y la seguridad no pueden ir separadas del respeto a los derechos humanos”, dijo Alvarez, a poco de asumir, luego de una reunión con los organismos. Su estrella ascendente hizo pensar –en algún momento también lo pensó él– en la posibilidad de que se convirtiera en el compañero de fórmula de Néstor Kirchner, una vez que el santacruceño fue bendecido por Duhalde.
Quienes lo frecuentaron durante estos meses lejos de la actividad pública notaron a Alvarez con menos chispa que cuando estaba en el centro del escenario político. Con Hurlingham manejado a control remoto a través de un hombre de su confianza, el intendente Luis Acuña, Juanjo mataba el tiempo ocupado con sus actividades privadas. Abogado, de 48 años y con cinco hijos, Alvarez es fanático de River y entre sus hobbies figura el negocio de la compra y venta de jugadores. Desde una oficina en plena Recoleta y en sociedad con Omar Sívori –hijo del ex jugador-, Juanjo maneja parte de los pases de algunas de las promesas millonarias. Elguarda bajo siete llaves los nombres de sus posibles representados pero hay quien asegura que entre ellos están Fernando Cavenaghi y Gastón “La Gata” Fernández.
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