EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
La preocupación por los divorciados que formaron nueva familia ya se manifestó hace medio siglo en el Segundo Concilio Vaticano. Uno de los teólogos progresistas que actuaron allí fue el alemán Joseph Ratzinger. En 1972, escribió un artículo teológico en el que postuló admitir a esas personas al sacramento de la comunión luego de un período de prueba, si el segundo matrimonio ha durado muchos años, ha mostrado grandeza moral, dentro del espíritu de la fe y si han nacido hijos hacia los cuales existen obligaciones morales. De este modo, anticipó la posición que este año sostuvo su compatriota el cardenal Walter Kasper, a quien el papa Bergoglio encargó el documento introductorio al Sínodo sobre la Familia. La posición contraria fue sostenida por otro cardenal alemán, Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La novedad es que justo ahora Ratzinger abjuró de aquella posición y adhirió a la de Müller.
La semana pasada, el periódico bávaro Süddeutsche Zeitung informó que Ratzinger reescribió su artículo de 1972. En la versión incluida en el Tomo IV de sus Obras Completas suprimió la frase sobre la comunión de los divorciados y sostuvo que si quieren recibir la Eucaristía deben tramitar la nulidad del primer matrimonio ante un tribunal eclesiástico y contraer un nuevo matrimonio indisoluble. Para facilitarlo recomienda que la Sacra Rota conceda nulidades matrimoniales por causas más laxas que las exigidas hasta ahora, como la imprecisa “inmadurez psicológica” de los contrayentes. Según el diario liberal de Munich, Benedicto XVI rompió de ese modo su compromiso de no interferir en la conducción de su sucesor. Pero no es seguro que esta oferta hipócrita y patrimonialista de sacramentar como nulidad un divorcio que no ose decir su nombre, contradiga los propósitos de Francisco, cuyas propuestas no han pasado hasta ahora de retoques cosméticos sin alterar ninguna cuestión de fondo.
Un buen ejemplo de ello fueron la audiencia del Papa con una docena y media de miembros de la familia Carlotto, muy útil para blanquear su historial durante la dictadura argentina, y el aviso que grabó, a instancias del Vaticano, el presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo. Pendiente de la compleja arquitectura capilar con que disimula la calvicie antes que por el tema en cuestión, el Toté Arancedo se limitó a leer una frase de un documento de 2012 en el que los obispos exhortan “a quienes tengan datos sobre el paradero de niños robados o conozcan lugares de sepultura clandestina, que se reconozcan moralmente obligados a recurrir a las autoridades pertinentes”. Esos datos están al alcance de las autoridades eclesiásticas, de las que dependen las congregaciones de religiosas y el Movimiento Familiar Cristiano, cuyo papel fundamental en la apropiación de hijos de detenidos-desaparecidos quedó claro en los juicios por la maternidad clandestina de Campo de Mayo y la Casa Cuna de Córdoba. La misma estructura episcopal que exhorta a otros a colaborar saca del país a la religiosa Monserrat Tribo, para que el fiscal cordobés Facundo Trotta no pueda formularle preguntas sobre el nieto desaparecido de Sonia Torres, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo de esa provincia. Tribo anotó en un cuaderno negro el nacimiento del bebé y el traslado de la madre, Silvina Parodi de Orozco, según declararon en el juicio el médico Fernando Agrelo y la hermana de Silvina, Giselle Parodi.
Después de la audiencia con el Papa, Estela Carlotto dijo que “me estaban informando mal [sobre Bergoglio] desde sectores que creía que eran serios y después salieron sectores que informaron la verdad y me rectifiqué en el pensamiento”. Aunque Carlotto no identificó quién le habría informado mal, la interpretación general fue que se refería a mis libros y artículos. No es así. A Estela le informé en detalle sobre el jefe del Ejército, César Milani, pero nunca tuvimos un diálogo acerca de Bergoglio. Quien sí le suministró datos concretos al respecto durante la propia dictadura fue Alicia de la Cuadra, fundadora y primera presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, cuya nieta Ana Soledad Baratti fue identificada y se reunió con su familia pocos días después del hallazgo e identificación del nieto de Estela. Lo dijo la propia Carlotto, a tres días de la elección del papa Francisco: “En el caso de Abuelas, tenemos una historia referida a Bergoglio con una familia platense, cuya hija embarazada desapareció y hubo noticias de que tuvo una niña en la comisaría 5ª de La Plata. Se fue a consultar a Bergoglio, Bergoglio mandó a consultar a un tercero y la respuesta que le dio a la familia es que ‘no busquen más porque la niña está en buenas manos’. Eso lo declara la abuela, que ya falleció, lamentablemente”, dijo Carlotto. La tía, Estela de la Cuadra, reiteró esa historia ante la Justicia: su padre llegó desesperado a Bergoglio con una carta del Superior jesuita Pedro Arrupe y Bergoglio lo remitio con unas líneas propias al entonces obispo auxiliar de La Plata Mario Picchi, quien hizo las gestiones ante la policía y el Ejército y respondió que cesaran la búsqueda, porque la niña había sido apropiada y sus padres no reaparecerían.
El 19 de septiembre de este año, Alicia de la Cuadra fue entrevistada por el portal de noticias La izquierda diario:
–¿Qué le exigirías hoy a Bergoglio que haga, desde el lugar de máximo poder que ocupa, para aportar a la verdad y la justicia?
–Yo no tengo nada que pedirle. El aportó a oscurecer todo. Se encargó de ocultar sistemáticamente y de ser parte de ese manto que intentaron poner los militares. Yo lo que quiero es acceder a los archivos del Episcopado, del Vicariato Castrense y de todas y cada una de las instancias a las que podamos llegar –respondió.
También Graciela Yorio le escribió a Estela de Carlotto “desde el dolor que han causado en mi familia sus declaraciones y usted conoce el dolor de la búsqueda, de las puertas que se cierran, de la indiferencia de muchos, de la injusticia, de la impotencia”. Agrega que la persona que tendría que responder por los padecimientos de su hermano, el sacerdote Orlando Yorio, secuestrado y torturado durante cinco meses en 1976, “tiene todo el poder necesario para callar muchas voces. Usted dice que la informaron mal. Yo me ofrezco a darle toda la información necesaria para que vea que no se equivocó, cuando pensaba que Bergoglio fue cómplice de la dictadura. Estoy a su disposición, no para que vuelva a cambiar de opinión, sino para que se dé cuenta de que nadie le dio informaciones erróneas”.
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