EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Horacio Verbitsky
Tanto la directora del MAMBA como la víctima del derrumbe de la enorme instalación atribuyen a la misericordia divina que la mamá y su hijo sigan con vida. Por la misma razón, en el momento del desastre no atravesaba el laberinto de la obra ninguna de las delegaciones de escolares que todos los días asistían al MAMBA. Pero mientras Verónica Cid recurrió a la Defensoría del Pueblo preocupada por las deficientes medidas de seguridad, la directora Victoria Noorthoorn justificó el ocultamiento deliberado de lo sucedido como política habitual del museo. Su endeble argumento fue que “si hubiese habido un accidente real obviamente se comunica, pero como no sucedió nada, no nos pareció que fuera necesaria ninguna comunicación”. Es la víctima quien le responde: no se trata de un accidente sino de un incidente que podría haberse evitado. Pero para ello sería necesaria una actitud de transparencia informativa que, como reclama Verónica Cid, permitiera revisar protocolos de montaje y verificar auditorías e inspecciones. Esa es la única manera de prevenir que hechos similares se repitan, con consecuencias más graves. La única preocupación de la directora es negar que se hayan hecho pagos extraordinarios a cambio de silencio y amenazado con represalias en caso contrario. Ratifico que los hubo. Pero, ¿qué cambiaría si así no fuera, si me hubieran informado mal? Los hechos ahora indisputados son que el derrumbe existió, lo cual revela graves problemas de ejecución y control, que corrieron peligro de muerte los espectadores y que las autoridades en forma deliberada dispusieron sustraer los hechos del conocimiento del público.
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