EL PAíS • SUBNOTA
› Por Marta Dillon
Un sillón blanco y la mano sobre la rodilla desnuda de su esposa un momento y al siguiente en la pierna de su hija pre adolescente. Al hijo varón no lo toca cuando lo nombra pero al niño que transita la escuela primaria le reserva la representación del universal: “Para todos los Totos que hay en este país, en cada casa de clase media”, dice el padre, micrófono en mano, la cabeza desafiando el soporte del cuello como si quisiera adelantarse todavía más, llegar más adentro de la cámara que lo filma, que registra el principio del último mensaje de Sergio Massa como candidato a presidente de la República. Ser padre y ser joven, hablar del país como de una casa que se construye con los votos/ladrillos que cada quién ayer puso en la urna, hacer referencia así a su padre albañil –migrante italiano igual que su mamá, ninguno de los dos con nacionalidad argentina– para posicionarse como la joya de su familia, el que pudo ascender y el que entonces ahora protegerá a su prole y al país entero como si fuera su prole, a fuerza de cárcel y más cárcel, para narcos y violadores; a fuerza de militarizar las fronteras y también las villas porque parece que es en el hondo bajofondo donde el mal habita y no en los countries de Tigre, por ejemplo, donde los barrios cerrados ocupan más del 60 por ciento de la superficie aun a costa del hacinamiento y la parasitosis por falta de agua potable en barrios más humildes del distrito, como Villa Garrote, a pasos del puerto de Frutos. Eso es lo que ofreció Sergio Massa en la campaña que desembocó ayer en las urnas. Un mensaje bien plantado en la lógica de la derecha conservadora y patriarcal, apenas maquillado con lo que podría aportar el hecho de tener 43 años y dejar caer la mandíbula inferior en gesto relajado frente a los interlocutores supuestamente descontracturados de la televisión vernácula como Alejandro Fantino o Santiago del Moro, sus favoritos congéneres frente a los que suele repantigarse como en el vestuario después de un partido amistoso. Maquillaje que se corre enseguida, cuando se jacta de mandar “de la puerta para afuera”, mientras su esposa Malena Galmarini “es la autoridad de la puerta para adentro de la casa” o cuando promete eliminar las garantías personales durante los juicios penales, las salidas transitorias o la posibilidad de que una persona encausada tenga algún derecho más allá de las cárceles que Massa hubiera construido si le hubieran dado oportunidad: “cárceles de máxima seguridad, cárceles fábrica para que produzcan, cárceles escuela para que no sean analfabetos, cárceles para mujeres, cárceles para menores”. La enumeración le pertenece y cualquier parecido con un modelo de desarrollo que aliente la educación y el trabajo queda sepultado bajo las rejas porque la propuesta es contar con trabajadores y trabajadoras esclavos, estudiantes por coacción y gente cada vez más joven detrás de muros cada vez más altos. Total, estos y estas son los otros, otros que no cuentan, otros que no deberían permear las fronteras y si lo hacen que se encuentren con despliegues militares dignos de marines como los que mostró en sus últimos videos de campaña.
En tanto tercero en cuestión, el hombre que en sus veintes supo comandar por muchos más años de los que confiesa a las juventudes de la Ucedé, el partido del rancio Alvaro Alsogaray, coqueteó de uno y de otro lado de los posibles vencedores sin llegar a conquistar a ninguno y sin que su cúmulo de votos tenga un destino cierto aun. En el macrismo se ilusionan con el rencor confeso que la esposa de Massa tiene hacia Daniel Scioli –al que supo tratar de “forro” en los pasillos de un programa de tevé– y en las filas del sciolismo confían que, aun cuando el hombre de la retaliación penal está tan lejos del FPV como cerca de los y las herederas de Eduardo Duhalde –no en vano su mejor operadora y candidata a jefa de Gabinete en un triunfo electoral que no sucedió es Graciela Caamaño, esposa de Luis Barrionuevo–, quien vota al PJ no se va a ir detrás de Macri, aun cuando él descubra monumentos a Juan Perón. El juego de Massa, de todos modos, no es acumular votos para entregarlos a ninguno sino amasar poder propio para “condicionar el rumbo del país, que nadie me ofrezca puestos porque no estoy buscando trabajo”, como dijo cuando se rumoreaba que podría llegar a ser secretario de Seguridad de un posible gobierno del Pro. Pero nada de esto quiere decir que haya llegado al fin del domingo con sus sueños de entrar en el ballotage bien enterrados, de ninguna manera. Al contrario, tres días antes de la veda electoral el último de los spots realizados por Ramiro Agulla intentaba una explicación de por qué habría que votarlo a él ya que sería el único que podría ganar a “éste y a éste” porque ya en 2013 había ganado a “éstos” –y aquí las fotos de Cristina Fernández y parte de su gabinete– y si perdió votos desde entonces es porque se los arrebataron a fuerza de campañas sucias. El spot, aun didáctico y con muchas palabras animadas para reforzar la explicación imposible, deja más confusión que otra cosa y una dosis de nostalgia para quienes quisieran poder votarlo en segunda vuelta aunque de entrada se supiera que no.
Demasiadas cosas pasaron desde 2013 hasta ahora como para referirse a aquel triunfo electoral sobre el FPV en elecciones legislativas y que signifique algo. Los cambios en el humor social, la centralidad de la presidenta, el derrumbe del kirchnerismo en general que se anuncia y nunca sucede como las tormentas de primavera, hicieron que el candidato de UNA, esa alianza que tejió entre su Frente Renovador y el cordobés José Manuel De la Sota, se sacudiera de una punta a la otra de las cumbres de los gráficos de encuestas cual hoja en el viento. En ese tránsito perdió varias de sus espadas: al menos seis intendentes –entre ellos el de San Martín, Gabriel Katopodis, y el de San Isidro, Gustavo Posse, con los que había desfilado por cuanto programa de televisión le diera aire hace dos años–, dos candidatos a gobernador –Darío Giustozzi y Francisco De Narváez, el primero repatriado en el FpV y el segundo, aunque duró un poco más, anunció días antes del fin de campaña su voto a Scioli– y una candidata al Parlasur, la extremadamente visible Mónica López –y sus 200 reconocidos pares de zapatos en el placard– que también dijo que votaría a Scioli sin siquiera haber renunciado a su candidatura. Y también perdió Sergio Massa un buen caudal de votos en las PASO, algunos de los cuáles recuperó ayer aunque no le hayan alcanzado.
Es que hubo errores que corregir. En estos últimos meses sólo se lo vio de traje impecable, la camisa blanca, la corbata a rayas; nada de cuellos desnudos ni camisetas deportivas como aquella que lució antes de las PASO en unos carteles en los que su figura emergía desde el vértice izquierdo como si amaneciera. Imagen que su consultor Sergio Bendixen, el mismo al que contrató Barack Obama para captar el voto latino, dejó pasar y que rápidamente bochó su otro asesor de campaña, Antonio Sola, también artífice de aquel “Ella o vos”, que usó Francisco de Narváez antes de bajarse de su candidatura a gobernador de la provincia. Es que la camiseta negra al estilo tenista, junto ese blooper que se popularizó como “Tajaí”, fueron señalados por los cráneos que manejaron la campaña de Massa como responsables de la pérdida de votos que sufrió entre 2013 –cuando le ganó al candidato del FpV con más de 12 puntos de ventaja– y las últimas PASO en las que apenas arañó el 14 por ciento. “Fue una idea de Sergio que quería mandar un saludo navideño”, dijo Bendixen sobre el Tajaí, esa apelación seriada a habitantes de diversas provincias a los que además de preguntarles por sus sueños, Sergio Massa señalaba con un “a vos que estás ahí” y que se popularizó en las redes sociales como soporte de todo tipo de bromas. Sufrió lo suyo el español Sola con esos spots, él dice que el voto es “pasión y emoción” y nadie quiere depositar su emocionalidad en alguien que es fuente de bromas virales.
El “tajaí” fue un papelón del que Massa tuvo que volver, papelón similar al de ser llamado licenciado cuando era jefe de Gabinete de Cristina Fernández sin que él desmintiera el título que recién consiguió cuatro años después en la Universidad de Belgrano, apenas unos meses antes de su tan mentado triunfo sobre el oficialismo. Más tranquilo, con el papelito ya enmarcado, pudo dar rienda suelta a su “lado áspero”, ese que describen quienes lo tratan y que está tan lejos de la sonrisa de campaña. “Dale, querido, venite, las puertas están abiertas para vos siempre”, cuentan que puede decir con la blackberry pegada al oído para apoyarla después sobre un escritorio y hacer de Mister Hyde: “A este hijo de puta no le abran la puerta al menos hasta 2016”. Pero quién le puede pedir a un candidato que anduvo subido a una montaña rusa de visibilidad/invisibilidad en los últimos dos años que mantenga la calma más que frente a ese cíclope que todo lo ve –la cámara– y que tanto le rinde, no sólo cuando transmite por las pantallas de televisión abierta, ahí donde de verdad Massa cerró su campaña robándole minutos a la veda electoral en una edulcorada entrevista con su esposa y Fantino, sino también cuando el ojo apunta a la población creando ese panóptico de prueba, el Centro de Operaciones de Tigre, ahí donde llegan lo que captan las cámaras callejeras del distrito del ex intendente y que prometía extender a todo el país. Una cámara cada 400 habitantes, oponiendo la “sensación de cuidado” a la de inseguridad, obviando que lo que se ve es sobre todo el delito al menudeo. Quedarán sus planes de mano dura para la próxima. Esta vez, no pudo ser.
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