EL PAíS • SUBNOTA › MAURICIO MACRI, DEL CLAN FAMILIAR A BOCA Y DE AHí A LA CARRERA PRESIDENCIAL
Desafió el mandato paterno cuando decidió lanzarse a presidente de Boca Juniors. Se afilió a la Ucedé y se declaró menemista. En su carrera política afrontó denuncias y, a fuerza de asesoramiento, suavizó sus exabruptos.
› Por Werner Pertot
El primer gesto prometeico de Mauricio Macri fue cuando se lanzó a presidente. Pero de Boca Juniors. Fue el primer paso para alejarse del camino que le había trazado su padre con esmero y también con mano de hierro. Luego le seguiría la carrera política, que lo alejó más y más del destino del primogénito al frente del imperio empresarial construido por Franco Macri, y lo impulsaba en busca de la presidencia, esta vez sí, de la Nación. El lector juzgará si Macri acertó en apuntar a ese objetivo.
Hijo de un inmigrante italiano que amasó una fortuna y nieto del fundador del partido italiano L’Uomo Qualunque, Mauricio Macri nació el 8 de febrero de 1959 en Tandil. Su madre, Alicia Blanco Villegas, quiso tenerlo en esa ciudad, donde pertenecía a una de las familias de la burguesía bonaerense que aspiraba a más. El padre de Blanco Villegas lo hizo investigar a Franco Macri con un detective privado antes de darle el sí para que se casaran. Es de famiglia.
Macri (Mauricio) tuvo una educación enteramente privada: secundaria en el Colegio Cardenal Newman –donde conoció a quienes hoy integran la mesa chica del PRO–, carrera de ingeniero civil en la UCA, que hizo por orden de su padre (que no había podido terminarla). Macri suele contar que tiene una pesadilla recurrente: que no rindió Hormigón y la tiene que volver a dar. También hizo un posgrado en la Universidad de Columbia en finanzas. Una carrera entera pensada con un propósito: construir un heredero, alguien que se ocupara de las empresas.
Y por un tiempo, Mauricio Macri siguió el mandato paterno. Empezó desde abajo –como le gusta recordar a Franco– como analista junior y llegó a presidente de las empresas del Grupo Macri, que creció a pasos agigantados durante la dictadura como contratista del Estado: tenían 7 empresas en 1976; al finalizar la dictadura, contaban con 47.
Gracias a los seguros de cambio dispuestos por el funcionario de la dictadura Domingo Cavallo, el Grupo Macri le transfirió al Estado una deuda de 180 millones de dólares antes de que retornara la democracia.
Mientras escalaba en la empresa paterna, Macri siguió el mandato familiar: se casó con Ivonne Bordeu cuando tenía 23 años. Tuvieron tres hijos: Agustina, Jimena y Francisco. El último, llamado así en honor al abuelo. Se divorció de Bordeu nueve años más tarde, en 1991. Se volvió a casar con la modelo Isabel Menditeguy, de la que también se divorció. Luego de algunos noviazgos, se casó por tercera vez con Juliana Awada y tuvo a su cuarta hija: Antonia. En su tercer casamiento se puso un bigote para imitar a su ídolo Freddie Mercury, pero se lo tragó y el entonces ministro de Salud, Jorge Lemus, lo tuvo que asistir.
La peor experiencia de su vida comenzó el 25 de agosto de 1991, cuando lo secuestró la Banda de los Comisarios. Lo tuvieron 13 días en una tapera sobre la avenida Garay. Su padre negoció el rescate –nunca se supo si fueron 6 o 20 millones de dólares– y el encargado de llevar el dinero fue su amigo Nicolás Caputo, el mismo que hoy tiene más de mil millones de pesos en contrataciones con el gobierno porteño.
En la investigación del secuestro detuvieron a dos suboficiales, los llevaron a donde había funcionado el CCD El Olimpo y los torturaron con picana, submarino seco, heridas con elementos punzantes y golpes. Macri justificó estas torturas en el programa de Susana Giménez, quien ahora apoya su candidatura a presidente: “Apremios ilegales, que le dicen”, mencionó él, antes de que la diva se ofuscara y cuestionara la investigación de las torturas. La amistad que se forjó entre Macri y el comisario Carlos Sablich por su rescate lo llevaría a conocer y a confiar en Jorge “Fino” Palacios. Uno de los principales errores de su primer mandato.
Al comienzo del gobierno de Menem –al que el Grupo Macri financió con un millón de dólares en su campaña y le aportó varios cuadros a su gobierno– los Macri consiguieron varias concesiones, como Autopistas del Sol y el Correo. “No soy peronista, pero sí soy menemista, porque apuesto a la continuidad de estas reglas que nos permitieron salir del estancamiento”, le dijo Macri al lobbista Bernardo Neustadt. En rigor, Macri en esa época se había afiliado a la Ucedé. Era la época de los fines de año en Punta del Este, donde Macri solía organizar fiestas de disfraces con sus amigos de Newman. Según escribió Ana Alé en La dinastía, allí Macri se ponía pollera, peluca y senos falsos: “Me divierte vestirme de mujer y que me vean los amigos”, le contó a la revista Noticias. En esa misma época lo conoció a Donald Trump –ahora candidato republicano a presidente de los Estados Unidos–, con quien protagonizó una negociación fallida: “Llegaba tarde a las reuniones. Se las cambiaba de horario –contó Macri en el libro El Pibe, de Gabriela Cerruti–. ‘No, Donald, a la tarde. Anoche salimos con unas minas espectaculares y estoy muerto.’ Y cuando llegábamos a negociar todo estaba más relajado.”
Pero no todo era fiesta menemista. Como empresario en los noventa, Macri fue objeto de varias denuncias judiciales, como compilaron los autores del libro Mundo PRO:
- El concejal socialista Norberto Laporta denunció en 1990 presuntas coimas de Manliba, la empresa de recolección de basura del Grupo Macri, para que los concejales le extendieran el contrato. Se habrían pagado hasta 50 mil dólares por concejal. Entre los involucrados por Laporta estaba Federico Pinedo, quien negó los cargos.
- El entonces joven concejal Martín Sabbatella denunció un acuerdo del intendente de Morón Juan Carlos Rousselot con Macri, que había firmado un contrato por el que el municipio iba a pagar cifras siderales por un sistema cloacal que nunca se iba a hacer. Rousselot terminó destituido.
- La DGI descubrió en 1993 que una de las empresas del Grupo Macri, Sevel, había evadido 360 millones de dólares. Ese mismo año, el juez Carlos Liporaci procesó a Macri por contrabando calificado de partes de autos. La Corte menemista lo sobreseyó y por ese fallo le pidieron juicio político en 2003 a Julio Nazareno, que presidía la mayoría automática.
Pero los sinsabores de la patria contratista no eran lo único que lo tenían a maltraer al primogénito. El tenía otras aspiraciones. “Daría la vida por ser el nueve de Boca, eso sí debe ser lo máximo”, confesó en una de sus extensas vacaciones en Punta del Este. Pero desde el secundario sabía que no tenía el talento para jugar, pese a los campeonatos privados que organizaba en la quinta familiar Los Abrojos. En 1995 rompió con el mandato paterno: dejó las empresas y se lanzó a ser presidente de Boca, frente al cual estuvo 12 años. Allí construyó la base de popularidad para su objetivo final: lanzarse a la política. Empezó con una Fundación, llamada Creer y Crecer, que financiaron junto con Francisco de Narváez. Pero De Narváez quería que Macri se presentara a presidente en 2003 y Macri eligió la Ciudad, donde perdió ante Aníbal Ibarra.
Por esa época, Macri llamaba a encarcelar a los cartoneros (“La basura es propiedad de la Ciudad. A los cartoneros hay que sacarlos de la calle y meterlos presos”) y tenía exabruptos homofóbicos (“Es una enfermedad. El mundo nos ha hecho para que nos juntemos con una mujer. Está bien que es más cómodo. Se puede ir a jugar al tenis y después se puede ir a... todo con el mismo tipo”). Le tomó años a su equipo de comunicación –integrado por Marcos Peña, Miguel de Godoy y Jaime Durán Barba– construir el candidato aséptico que es hoy.
En 2005, Macri ganó las elecciones legislativas y llegó al Congreso. Como diputado nacional, no se lució. Solía decir que era un trabajo “part-time”. Faltó a 277 de las 321 votaciones que hubo en 2007. “Si no te aburre una sesión del Congreso, sos un anormal”, afirmaba por aquellos años. En 2007, Macri consiguió ganar la Jefatura de Gobierno, cargo que revalidó en 2011 luego de bajarse de la carrera presidencial. En ese año, se les volvió a escapar a sus asesores: “Ese tren que hemos dejado pasar tantas veces... nos vamos a subir, aunque tengamos que tirar por la ventana a Kirchner, porque no lo aguantamos más”, bramó.
En el medio, pasaron ocho años frente al gobierno porteño: se sucedieron los escándalos por las escuchas ilegales –por las que Macri continúa procesado hasta hoy– y la renuncia del Fino Palacios, por la represión en el Indoamericano –que terminó con tres inmigrantes asesinados–, en Sala Alberti y en el Borda, a la par de las contrataciones directas que actualmente se investigan, como los 23 millones a la empresa de Fernando Niembro y los 11 millones que se “evaporaron” de pauta publicitaria. El Estado porteño se ocupó de facilitar los negocios a los capitales privados. Macri busca ahora cumplir su último sueño: llegar a la presidencia, lo cual implicaría un manejo mucho más jugoso de fondos del Estado.
- El Pibe, de Gabriela Cerruti.
- Mundo PRO, de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti.
- La dinastía. Vida, pasión y ocaso de los Macri, de Ana Alé.
- Mauricio Macri. La vuelta al pasado, de Norberto Galasso.
- Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculos rojos y guerra sucia, de Mario Della Rocca.
- El arte de ganar, de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto.
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