EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
París vale una misa y Washington ni qué decir. Los recorridos elegidos por los presidentes François Hollande y Barack Obama forzaron a su par argentino Mauricio Macri a agregar visitas y reuniones no habituales a su agenda predilecta. Una recorrida veloz por la Ex Esma y una cita en la Casa Rosada con representantes de los organismos de Derechos Humanos lo pusieron, tarde pero seguro, en regla para recibir a los invitados.
El encuentro en la Casa de Gobierno fue cortés sin quitar lo valiente. Según testimonios de participantes, Macri lució mayormente incómodo y a contra gusto. En un par de ocasiones dio rienda suelta a su personalidad y salió del despacho. El primero fue cuando se le reclamó por la libertad de Milagro Sala. El presidente ya había puesto fin abrupto a una conferencia de prensa en Davos cuando el periodista Alejandro Bercovich le preguntó sobre el encarcelamiento de Milagro. Necesita un ratito de aire y tomarse un buen té para digerirlos, parece.
La segunda salida abrupta pareció poner fin a la reunión. Macri reparó lo que hubiera sido una descortesía y una suerte de confesión: volvió, se despidió en forma.
Su objetivo estaba cumplido. Los organismos le formularon un conjunto de peticiones verbalmente y través de un documento bien fundado y extenso.
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La tradición francesa y norteamericana respecto de las violaciones de derechos humanos en la Argentina son distintas entre sí y complejas. Ninguna es perfecta ni se deja pintar en blanco o negro.
Francia tiene el galardón de haberse interesado muy pronto, en particular a partir de los secuestros de las monjas Alice Domon y Leonie Duquet. El presidente socialista François Miterrand y su esposa Danielle asumieron un compromiso activo. Francia recibió y acogió emigrados argentinos. La política solidaria se sostuvo con mandatarios de centro derecha, como Jacques Chirac y ahora el socialista desdibujado Hollande.
Lo central de la zona oscura es la influencia y catequesis que prodigaron franceses especialistas en “contra insurgencia” en Argelia. Los represores argentinos fueron discípulos fieles aunque exacerbados: usaron contra compatriotas los mecanismos de barbarie que los franceses aplicaron contra los argelinos.
El terrorismo de estado argentino tradujo muchas más enseñanzas de los franceses que de los norteamericanos. Al día de hoy estremece ver la clásica película “La batalla de Argelia” dirigida por Gillo Pontecorvo, filmada en 1966, que parece rememorar sucesos posteriores en nuestro país.
Otro aspecto contradictorio es la inhumana política del gobierno de Hollande respecto de los refugiados. Asimismo, el “endurecimiento” de la legislación consecuente a los crímenes de Charlie Hebdo. La llamada “excepcionalidad”, elíptico modo para designar a supresión de garantías y reglas de derecho primordiales en la tradición humanista.
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Muchos represores argentinos fueron “capacitados” en la tétricamente célebre “Escuela de las Américas” creada y sostenida por Estados Unidos, enclavada en la zona del Canal de Panamá.
El gobierno norteamericano azuzó el golpe de 1976 y prohijó el terrorismo de estado en consonancia con el asesor Henry Kissinger en rol de ideólogo, demiurgo y justificador.
También es real que la administración del presidente James Carter cumplió entre 1977 y 1981 un rol valorable contra las violaciones de derechos humanos. Funcionarios del Departamento de Estado visitaron nuestro país, formularon denuncias, fueron referencia para los luchadores locales. La Secretaria para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios de Carter, Patricia Derian, ganó una curiosa fama por los vituperios “nacionalistas, derechos y humanos” que le prodigaron los gobiernos dictatoriales y la gran prensa que los acompañaba. Una maqueta, salvando todas las distancias, de lo que sucedería años después con el ex juez español Baltasar Garzón. Derian resaltó por su actividad y coraje. Fue testigo de cargo en el Juicio a las Juntas Militares.
Tex Harris, el gigantesco (hasta físicamente), adjunto de la sección política de “la embajada”, fue referencia e interlocutor de quienes combatían a la dictadura. Expuso su vida, que estuvo en riesgo.
La historia, entonces, es dual y como tal debe analizarse.
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La visita de Obama a la Ex Esma levanta polémicas que dan para más que las líneas que siguen. Las opiniones pueden ser divergentes dentro de los sectores comprometidos con la búsqueda de Verdad y Justicia. Sin ser novedoso, este cronista entiende que presidentes o funcionarios internacionales recorran la Ex Esma o el Parque de la Memoria apuntala la valoración universal sobre el terrorismo de estado. La asistencia, los homenajes solidifican la memoria colectiva. A su modo, como ocurre en Auschwitz o en otros sitios-emblema de la barbarie y el genocidio.
La fecha, el 24 de marzo, es inadecuada y puede ser interpretada como una provocación. Las movilizaciones a cuarenta años serán masivas. Es imposible exagerar su significación y cuanto aportan al sistema democrático.
En ese escenario, lo que podría ser un reconocimiento respetuoso de Obama se trastrueca. La parafernalia de seguridad que acompaña a un jefe de estado norteamericano, los bloqueos a ciudadanos argentinos que tienen derecho a ir a la Ex Esma generan un conflicto que se debe evitar.
En la opción que se plantea debe prevalecer el derecho de los ciudadanos argentinos. Ojalá que el gobierno nacional o el Departamento de Estado o la Canciller Susana Malcorra (una bisectriz entre ambos) tengan la sensatez para evitar un potencial problema en una jornada que debe ser participativa, multitudinaria, pluralista y pacífica.
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