EL PAíS
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Conmovedor
› Por J. M. Pasquini Durán
Por primera vez en 28 años, además de los sentimientos de siempre, este 24 de marzo fue una jornada de jubilosa conquista. La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) será, de hoy en adelante, parte del patrimonio popular y en su predio residirá el futuro Museo de la Memoria por decisión de la más alta representación institucional del sistema democrático, el presidente de la Nación. Los portones de tétrica fama se abrieron ayer para que los luchadores por los derechos humanos, verdaderos héroes de esta conquista, pudieran ocupar con emoción pero sin miedo uno de los emblemáticos territorios del horror. En un día de bochornoso calor, el viento de libertad refrescó el alma de tantos y honró a la Argentina entre los pueblos civilizados del mundo. Fue conmovedor.
En nombre del Estado, el presidente Néstor Kirchner pidió perdón por los veinte años transcurridos en la indiferencia de los sucesivos gobiernos surgidos de las urnas. Con excepción de la tarea cumplida por la Conadep y el Juicio a las Juntas Militares, no le faltó razón al juzgar las dos últimas décadas. No hubo sólo indiferencia ante las demandas de verdad y justicia, sino que la impunidad recibió amparo de los poderes del Estado. Los dos mayores partidos, radical y peronista, no impidieron el asalto militar en 1976 y cuando se derrumbó la dictadura, desde 1983 hasta ahora, tampoco se hicieron cargo de las consecuencias. Esa resignación cupular no impidió, por supuesto, que el terrorismo de Estado hiciera estragos también en las bases y cuadros medios radicales y peronistas, pero esas víctimas fueron olvidadas, igual que todas las otras, al momento de conciliar con los poderes que sustentaron a la dictadura y con sus verdugos. Por eso, el perdón estuvo bien pedido y clausuró la etapa de la indiferencia.
Como era previsible, los gestos presidenciales, que incluyeron la orden de retirar los cuadros que recordaban a Videla y Bignone en una suerte de hall de la fama del Colegio Militar, produjo estremecimientos de un extremo a otro del arco político-ideológico. Los conservadores acusaron al Presidente de mirar el pasado con un solo ojo y ciertos núcleos de la izquierda descubrieron que tiene dos lenguas. Para cualquier ciudadano no es difícil entender que actos como los de ayer, incluida la tradicional marcha vespertina convocada por 190 organizaciones sociales, no cambian la vida de las mayorías que hoy seguirán sin empleo y con hambre. Ni siquiera está dicha la última palabra en materia de derechos humanos, donde tanto falta por lograr. Cada paso de éstos, sin embargo, es un puntal más que sostiene los principios de la libertad y la justicia, hasta que su fuerza haga posible que transformen el cuadro general de situación. La economía no la van a cambiar Lavagna y Krueger sino la libertad y la justicia.
Algunos gobernadores peronistas, acostumbrados por la vieja política a mirar la realidad por la cerradura de sus internas partidarias, se han quejado en público porque fueron “discriminados” y en privado no faltaron comentarios sobre las manipulaciones cuasi demagógicas de Kirchner. Que el Presidente busca rédito político y aún acumulación de poder personal mediante el ejercicio de sus convicciones, ¿quién puede dudarlo? Es un político profesional y actúa como tal. Lo que importa es el rango y la naturaleza de sus convicciones, que no son las mismas de Carlos Menem, que aduló a la sociedad con mentiras sobre el progreso y hasta se jactó del fraude cuando afirmó que nadie lo hubiera votado si anticipaba lo que sería su obra de gobierno. Es probable que Kirchner no sea tan de izquierda como pretende la derecha ni tan hipócrita como supone la desconfianza de izquierda. Trabaja día por día y caso por caso y así hay que juzgarlo, por su obra y no por las hipótesis interesadas o de gabinete, y menos por los prejuicios ideológicos.
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