EL PAíS
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Muchos Axel mueren por desnutrición
Por Eduardo Pavlovsky
La gran marcha cívica por el asesinato de Axel Blumberg desbordó las calles y también la capacidad de imaginación de muchos de nosotros. Una marcha imponente con características muy singulares. Parecía que un espíritu religioso la recorriera de un extremo al otro. Excepto alguna pequeña disconformidad con los políticos, tuvo una inmensa capacidad de tolerancia. Como esas marchas religiosas donde no existen protestas porque todos parecen involucrados en una misma mística que afectara el “cuerpo de todos” por la misma causa noble.
El liderazgo del señor Blumberg encarnaba y expresaba el sentir y el sentido de esa enorme muchedumbre que colmaba las calles de Buenos Aires. La presencia de las velas y el silencio compartido parecían expresar el sentido ceremonial de la muchedumbre. Esta vez un hombre parecía representar el tremendo dolor de la pérdida de sus hijos y el miedo de la mayoría a que en el futuro se siguieran perdiendo hijos en secuestros, extorsiones o simples asesinatos policiales. ¡Basta a los crímenes de nuestros hijos y basta a la inseguridad! Pocas marchas multitudinarias en Buenos Aires tuvieron las características de esta gran concentración cívica. Imponía respeto y dolor más allá de las diferencias. Una micropolítica nueva. La marcha fue tan masiva que sólo su presencia abrumadora merecía el respeto de tanta solidaridad compartida. Una gran “procesión” con fuerza y con dolor, expresando esa inmensa civilidad esa “nueva cultura” de civilidad fue su singularidad.
“Las clases medias en este momento han ganado la hegemonía social debido a que la clase obrera perdió la centralidad del protagonismo... desarticulada por el desempleo masivo... hasta el punto que el trabajador perdió la centralidad del protagonismo... desarticulada por el desempleo masivo... hasta el punto que el trabajador perdió la noción del “derecho a tener derechos”, dijo José María Pasquini Durán en este diario.
La inmensa mayoría de la clase media que colmaba la plaza tiene noción de sus derechos cívicos y lo sabe ejercer. Los excluidos han perdido la cultura de la protesta sólo expresada en las calles por los “piqueteros” generalmente repudiados por la misma clase social que colmaba el jueves las calles porteñas.
Los “condenados de la tierra” en nuestro país forman parte de la “otra” Argentina. Que no se interiorice como obvia esa condena. Que esa condena no se convierta sólo en estadística. Son los nuevos sujetos sociales que con su presencia en las calles nos permiten “visualizar” el horror inaceptable. Es la única muestra social de los condenados. No debiéramos despertar del horror y la indignación. No debiéramos dormir. Allí está alojado el gran crimen y la gran indiferencia histórica.
Muchos Axel Blumberg mueren por día en la Argentina por desnutrición. Siete de cada diez niños en nuestro país son pobres y con gravísimos daños neurológicos. Que no se nos vuelvan habituales en nuestra percepción los “petisos sociales” de nuestra Argentina. Un millón y medio de niños de entre 6 y 14 años entraron al mercado laboral. Niños condenados a construir una especie nueva de desposeídos. Para ellos el trabajo en las peores condiciones humanas es “normal”. Los nuevos rostros de la desnutrición se nos han vuelto habituales. No conocen la infancia del juego y la alegría de los niños. Para ellos el basural y la comida que extraen de los desperdicios son su comida “normal”. Están no solamente marginados de la marginación sino que carecen de conciencia de otro mundo posible. Marginados en la conciencia de sus derechos.
Los padres de estos niños han perdido también la “cultura” de una alimentación apropiada para ellos, según médicos que trabajan con ellos. No saben nada y lo que es peor no saben que no saben nada. Muchos Axel Blumberg mueren por día en la Argentina. Sólo que en silencio, como mueren los condenados. Es un silencio ensordecedor. Abismal. Siete de cada diez niños en la Argentina son desnutridos. Un millón y medio trabaja en condiciones subhumanas. La mortalidad infantil trepó al 17 por ciento.
Cuando los nuevos sujetos sociales invaden diariamente las calles -independientemente de sus diferencias– expresan este crimen diario e insoportable. Este grito ensordecedor en medio de tanto silencio cínico.
Los mayores crímenes son los silenciosos. Esa es la infancia condenada. La que no tiene fotos. La invisible. Como esos niños de la novela de la italiana Susana Tamaro que ejercían diariamente la prostitución infantil y regresaban a sus hogares a la noche “normalmente”. Para ellos la vida era “eso”. Que no se convierta en “es” o la vida de nuestros siete de cada diez niños argentinos subalimentados.
Puerto Madero y Nueva Pompeya: de esa tremenda desigualdad social surgen los crímenes y secuestros. Ese es el gran motivo. La deshumanización de lo humano. En provincias pobres donde no existe tanta desigualdad, la delincuencia disminuye. Hay que informarse. En el país que el señor Blumberg citó como modelo institucional a imitar –el innombrable– el 15 por ciento de la población es negra, pero en las cárceles los negros son más del 50 por ciento de la población carcelaria. Cuidado con el castigo como única respuesta a la delincuencia porque la criminalización de la miseria es según el sociólogo francés Louis Wacquant el gran paradigma norteamericano. Dos millones de presos en la nueva industria carcelaria habitada en su mayoría por negros. Cuidado con la victimización de los más débiles.
Siete de cada diez niños en la Argentina viven subalimentados. Un millón y medio trabaja en condiciones subhumanas. Existen muchos Axel Blumberg que mueren por día en la Argentina por desnutrición. No podemos tampoco olvidar este crimen de los niños que nacen condenados. No deberíamos olvidarlos.
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