EL PAíS
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Hiladas
› Por J. M. Pasquini Durán
Al Gobierno lo acicatean tantas urgencias que, a veces, es difícil precisar si camina delante o detrás de los acontecimientos o de los deseos imperativos de franjas completas de la ciudadanía. Esa agenda urgente la escribe la inmediata coyuntura, pero no excluye aquellos asuntos que deben avanzar a paso rápido si quieren llegar a tiempo para cuando el presidente Néstor Kirchner los necesite. Por supuesto, el temario difiere según la posición ideológica de los que proponen, pero desde el centroizquierda hay dos cuestiones candentes: la reforma política y la redistribución de ingresos.
El jefe del gobierno porteño y los intendentes de Rosario y de Córdoba comparten esa mirada y piensan, además, que para realizarlas tendrán que derribar “las barreras partidarias y las lógicas que la propia sociedad ha dejado de lado”. Los que concuerdan con ese punto de vista también coinciden en que para cuestiones de esa envergadura Kirchner deberá confrontar con su propia base de sustentación política, o sea, buena parte del PJ, en particular el mentado “aparato bonaerense”.
Aníbal Ibarra, Miguel Lifschitz y Luis Juez, igual que los tres mosqueteros, tienen un cuarto miembro, el socialista Hermes Binner, y todos ellos cuentan con el consentimiento de Kirchner. Aunque en sus territorios, tres de los cinco mayores centros urbanos del país, habite o transite un significativo porcentaje de la población total, todavía la movida de los intendentes, con apenas un par de meses de antigüedad, tiene más de intención que de realidad. Con diferentes niveles de influencia y organización, diversos grupos políticos que se identifican con la gestión presidencial buscan su propio lugar en esa abstracción geométrica que por ahora se conoce con el nombre de “transversalidad”.
Durante su primer cuarto de mandato, el Presidente dedicó la gestión a consolidar el respaldo popular que la maniobra de Carlos Menem ante la segunda vuelta electoral le impidió mostrar en las urnas. Las encuestas de opinión indican, por unanimidad, que ese objetivo fue logrado con holgura, a pesar del inevitable desgaste que supone el ejercicio cotidiano de la administración del Estado. Desde el comienzo quedó en claro que el Poder Ejecutivo ambicionaba ampliar su base de sustentación más allá de las vetustas fronteras de los caudillos peronistas, casi todos depositarios naturales del desdén popular. Las tribulaciones de los Juárez en Santiago del Estero, y de los Rodríguez Saá en San Luis, son emergentes de esas “lógicas que la sociedad ha dejado de lado”.
Durante todo este tiempo pasado, Kirchner dejó que en sus maceteros crecieran manojos de cien flores silvestres, pero mientras tanto forjó acuerdos ambiguos con algunos veteranos cofrades del PJ, empezando por Eduardo Duhalde, a lo mejor con la ilusión de alinearlos detrás de sus políticas reformistas. Si la tuvo no pudo durar después de la bochornosa reunión de la cúpula del PJ para nombrar una nueva conducción y después del fenómeno Blumberg, que movilizó a una multitud que no seguiría a ningún político y volvió a mostrar que el repudio de diciembre de 2001 sigue latiendo con vigor. Lo viejo no da para más, por lo tanto hay que apresurar la formación de lo nuevo.
Lo de los tres intendentes, así como los grupos de apoyo surgidos dentro y fuera del PJ, son auspiciosos pero no alcanzan para construir la novedad. A diferencia de Chávez, aquí no hay movimiento bolivariano, como tampoco el PT de Lula. En estos años de divorcio entre la política y la sociedad, la representación más legítima y el actor principal ha sido elmovimiento social, un conglomerado de organizaciones no gubernamentales surgidas en las napas populares con diferentes tamaños y objetivos. Los piqueteros, que dejaron atrás a las paralizadas entidades de los sindicatos tradicionales, son emblemáticos de esta evolución, pero no son los únicos en ese campo fértil.
Con buen criterio, el Presidente quiere involucrar a esas entidades en algún nivel de las tareas gubernamentales, designando funcionarios propuestos por las mismas. Así, la ingeniería política de Kirchner va construyendo los cimientos, hilada tras hilada, de lo que deberían ser en definitiva los soportes institucionales para el resto de su mandato, se llame movimiento, partido nuevo o transversalidad. ¿Y el PJ? Más temprano que tarde, deberá dejar de lado la idea del movimiento totalizador, donde podían convivir los extremos del arco social y político, porque la sociedad en los años ‘90 se volvió dual, ricos de un lado y pobres excluidos del otro, pero además se fragmentó en múltiples pedazos.
No hay partidos, ni siquiera medios de difusión, que puedan reconstruir ese mosaico completo para sí, como un patrimonio exclusivo. Tendrá que optar por el centroderecha, a cuyo liderazgo aspira Menem, o por el centroizquierda con Kirchner a la cabeza. Ya nadie puede sobrevivir sólo con la camiseta, porque la sociedad espera definiciones que no se agotan gritando “¡Viva Perón!”. En la última elección presidencial el peronismo obtuvo alrededor del 60 por ciento de los votos, pero divididos en tres candidaturas que representaban cosas muy distintas entre sí. Fue el anticipo de una división que deberá suceder, no por la voluntad de este o aquel dirigente, sino por la fuerza de las cosas. La terquedad en mantener las representaciones como eran, o que los asuntos de Estado los pueden despachar entre peronistas y radicales, ya no son sueños, son pesadillas.
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