EL PAíS
• SUBNOTA › HISTORIAS EN EL ARBOLITO, EL CLUB DE BARRIO DE TABARE VAZQUEZ
El día que Chicharrón puso su cara en venta
› Por Martín Granovsky
Desde Montevideo
Cuentan que en una reunión del Frente Amplio un grupo de adolescentes le preguntó a José “Pepe” Mujica, uno de los dirigentes más populares del Uruguay, qué creía él que debían hacer ellos. “Lo que puedan”, dijo Mujica. “Porque la vida es eso: hacer lo que uno puede.” Los uruguayos parecen haber empezado a cumplir el consejo de Mujica. Primero pudieron construir una coalición durante 33 años. Ayer pudieron festejar esa construcción que, en sí misma, cambió la democracia uruguaya. Y hoy a la noche pueden pasar del festejo al candombe si Tabaré Vázquez, como indican las encuestas, gana en primera vuelta y termina con 170 años de predominio de dos partidos, el colorado y el blanco.
La ruta desde Colonia, las entradas a Montevideo y las calles de la capital dejaban la sensación de que todo Uruguay filmaba una misma película. Si se proyectara, la banda de sonido sería el bocinazo. Uno solo, mezcla de todas las bocinas hechas sonar sin interrupciones. Y la pantalla quedaría inundada de los tres colores de la coalición Nueva Mayoría-Frente Amplio-Espacio Progresista, el azul, el blanco y el rojo repartidos en miles de banderas, banderitas y banderines.
Es obvio que la coalición violó la veda electoral. Pero lo curioso es que no fue ésa su intención. Sus votantes, ayer, no estaban militando en busca de nuevos votos. Ya los sentían seguros y propios. Simplemente mostraban su alegría sin ponerse límites.
En el catamarán de Buenos Aires a Colonia las caras eran sonrientes detrás de cada mate (y había muchos, tal vez la cantidad de pasajeros dividida por dos) y pocos durmieron después en las dos horas y media hasta Montevideo. Miraban extasiados cómo en cada puente, en cada baranda, había gente saludando con brazos y banderas a los que una vez se fueron y volvían a votar. A la tarde el recibimiento se perfeccionó. Los uruguayos de acá cortaron una entrada para que los uruguayos de allá tuvieran que hacer un desvío, como a boxes, y pudieran pasar entre banderas y aplausos.
La vuelta había sido diseñada justo frente a La Teja, el barrio de Tabaré. Casas empobrecidas, sin llegar a una villa, o asentamiento, como les dicen ahora aquí a lo que antes llamaban cantegriles, las villas argentinas, que igual que las argentinas se degradaron hasta transformarse en basurales.
En el centro de La Teja, el club El arbolito se parece mucho al de Luna de Avellaneda, sólo que aquí nadie fabricó ningún decorado.
Ahí están, de un lado de la barra, Lirio Marciscano, 66, y del otro lado, consumiendo o charlando, Chicharrón, también 66.
–Fui a la escuela con Tabaré –dice Chicharrón meneando el vaso.
–Pero Tabaré tiene 64 –se mete Eduardo Aquino.
–Es que yo repetía. Por mi cara.
Chicharrón tiene la cara poceada.
–Yo duermo acostado sobre la cara –explica, en un chiste que se parece mucho al que hace el senador Alberto Curiel, un feo famoso, cuando pide que “no me voten por mi cara bonita”. Lirio ofrece un whisky nacional (hay, obvio, Old Times) y dice que un triunfo del Frente es “la esperanza”.
–Para mí es un regalo para los hijos –apunta Aquino.
Julio Martínez, 45, habla del trabajo y los trabajadores.
–¿No quiere comprar mi cara? –pregunta Chicharrón–. Tal vez usted no la compre, pero yo la vendo.
Lirio y Julio dicen que es bueno que Vázquez gane.
–Es hijo de trabajador –dice uno hablando de Vázquez padre, empleado en la petrolera estatal Ancap–. Pero no de director. De trabajador.
–Y además trabajó él –dice otro.
Su recuerdo del socialista que esta noche puede ser presidente del Uruguay es que era un tipo estudioso que decidió seguir medicina cuando su padre murió de cáncer de pulmón y que no necesita probar nada porque para ellos ya fue presidente.
–Acá en El Arbolito, cuando era presidente, levantaba paredes con nosotros.
–Salía del consultorio, se sacaba el saco y hacía la cachada.
–Y no teníamos guita. El único benefactor nuestro fue el Carnaval. Ahí conseguíamos algo de plata.
Lirio señala la calle. Justo pasa una camioneta igual a la de Lassie.
–Ahí estaba el tablado. Vinieron los mejores conjuntos. Los panchos, Los ángeles negros. También Rosamel Araya. Y un argentino barbudo.
Por si fue aludido, el enviado de Página/12 aclara que su única inutilidad en la vida es el periodismo.
–El que vino es Cafrune –recuerda de pronto Aquino.
Lirio dice que Tabaré “sabe armar grupos, y escucha”.
–Ojalá que haya más trabajo, porque la marginación alimenta la pasta base –lanza Aquino.
Lo dice serio, pero no sobreactúa la preocupación. No es de uruguayos, pero además no es el día. Alguien les regaló esta mañana un poster de uruguayos radicados en Mar del Plata. Tiene versos de Alfredo Zitarrosa: “Volveremos los idos y los recién llegados/ uruguayos nacidos en otras primaveras/ que traen en los ojos sus pájaros pintados”.
–En la dictadura, El Flaco Alfredo estrenó acá la “Chamarrita de los milicos”.
–En un rato cerramos, porque no se puede vender alcohol. No sabe cuántas veces vino la policía a controlar. Como nunca.
–Yo me pongo en pedo ahora, así mañana estoy fresco –anuncia Chicharrón. En la cancha ensayan unos chicos. Una señora informa que ya practican una obra para el carnaval.
–Es lo más hermoso que mis ojos han visto –recita un chico.
–Ella es Helena de Troya –dice otro.
Es lo último que dicen. El club cierra para todos. Rafael Maciel, 31, director del ensayo, arrastra su bicicleta hacia la puerta mientras cuenta que usa una parte de la Ilíada para atraer a los adolescentes.
–Estamos inventando la historia de dos grupos y lo que pasa cuando dos chicos de grupos distintos se roban la novia.
Rafael cuenta que estos chicos están ensayando porque para ellos el Carnaval es una tradición familiar. Dice que ellos se acercaron porque entienden los códigos y palpan el grotesco de un género que, según él, “es una forma de protesta social”.
El profesor de Carnaval, que también enseña teatro y cerámica, tiene una explicación sobre lo que pasa.
–Ya no son las ganas, es más que eso. Hay como una efervescencia. Es lo mismo que se siente al empezar el liceo (la secundaria). Uno nunca lo vivió y tiene ganas de vivirlo de una vez. Se me viene la imagen de Alicia en el país de las maravillas. Uno va descubriendo cosas mientras busca lo mejor. A ella a veces le salía y a veces no, como a nosotros. Cuando yo era chico la plata siempre estaba en mi casa. Poca o mucha, pero estaba. Ahora no. Igual, esta efervescencia ya cambia todo. Va a ser difícil gobernar, pero arrancamos con un estado anímico nuevo, muy fuerte.
Cuando Maciel se sube a la bicicleta pasa un Impala. En la calle que da a la ruta de las banderas hay un borracho arengando a los que pasan (“Voten, maricones”), un señor que maneja una camioneta enmascarado como en Carnaval, una señora orgullosa porque “de España vinieron cuatro charters, y eso que cuesta 590 dólares”. Del costado viene un sonido de tamboriles. Detrás del sonido hay una ordenada cuadrilla. En cada uno de los tambores blancos dice “Zubolos”. Están lejos para preguntarles qué significa esa palabra. Otro misterio que se agrega a los dos grandes enigmas de este domingo: si los uruguayos podrán empezar hoy mismo el mayor candombe de su historia y si Chicharrón habrá conseguido, al fin, un comprador.
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