EL PAíS
• SUBNOTA › EL PEREGRINAJE FRENTE A LA MORGUE Y LOS HOSPITALES
Día de incertidumbre y dolor
“Tengo a mi hijo y a mi sobrino muertos y me mandan de un lado al otro. Me están pelotudeando”, gritaba el hombre en el hall de la morgue. Una mujer que intentaba calmarlo le ofreció un vaso de agua. El la rechazó: “No quiero, cada vez que abro la boca me quieren dar agua”, bramó, dolorido. Un poco más adelante, dos paneles sujetaban fotos de víctimas, separados por sexo, junto a un número. Afuera, sobre sillas blancas y negras estaban los familiares de las víctimas que buscaban recuperar los cuerpos. Uno de ellos hacía girar entre sus dedos un vaso de plástico de los que repartían los voluntarios, ya sin líquido adentro. Después, el hombre soltaba sus lágrimas. Detrás de lentes oscuros algunos, otros amparados sólo por un rostro hinchado, les quedaba esperar el avance de los minutos para enterrar a sus muertos.
En la esquina, un vallado impedía el avance de un grupo que había marchado desde el local incendiado para repudiar a los responsables. Otros buscaban dar “apoyo espiritual” a los familiares, como dos madres cuyos hijos se salvaron. “Compartimos el reclamo de justicia, pero en este momento vinimos a hacer una oración”, expresaron. Sobre sus voces se alzaba un reclamo: “Entreguen los cuerpos”. Un compás denso separaba los aplausos, que finalmente se unificaron para exigir a los policías “que se vayan”. La cuadra estaba colmada de voluntarios de todas las edades, la mayoría con botellas de agua helada en la mano. Miembros de una iglesia evangélica contenían a un hombre que lloraba a cinco familiares, entre hermanos y cuñados. “Maldita burocracia”, decía, dándole una nueva aplicación al vocablo que sirvió para otras expresiones.
El Hospital Ramos Mejía había sido una de las postas en la peregrinación para quienes desde el jueves por la noche buscaban a amigos y parientes. Ese fue el caso de Amelia Ramelia, que asistió al recital de Callejeros para acompañar a sus hijas de 15 y 16 años. Aunque las chicas no tuvieron problemas para salir del boliche, Gabriela, la mayor, no se conformó y ya en la calle le dijo a Cintia: “Pará, la vieja está adentro”. Volvió a buscarla “perdiéndose entre el humo”, contó su hermana. Amelia ya había logrado salir. Encontró a Gabriela tirada en la calle “con el brazo doblado como si fuera una muñeca”, ilustró. La chica está en terapia intensiva. “Cuando la subí a la ambulancia me dijeron que iba al Fernández”, relató su madre. Pero allí no la encontraron.
Fueron a un segundo hospital. No estaba. El tercer lugar donde buscaron fue el Ramos Mejía, donde la encontraron casi de casualidad. Amelia se descompuso y cuando una enfermera se acercó a asistirla escucharon que un grupo pedía que despejaran el lugar. En una camilla, traían a su hija, a quien reconoció cuando pasaba a su lado. Ayer a las 16, su madre le pidió que si la oía abriera y cerrara los ojos. La chica respondió con un leve movimiento de pestañas y se puso a llorar. Los médicos le advirtieron a su mamá que el humo aspirado quizás afecte su cerebro y pulmones. “Está en manos de Dios”, suspiró Amelia.
En el lugar también estaban los familiares de Damián Varela, de 24 años. El joven perdió a una de sus amigas. Su tía contó que “está estable, con los síntomas normales después de haber aspirado ese humo. Nos contó que había ido al baño y estaba en las escaleras cuando vio la bengala, se apagaron las luces y él se cayó. Quedó aplastado, con gente inconsciente encima de él. Más o menos lo que les pasó a todos”, resumió.
Aunque no saben cuándo podrá salir Damián, sus parientes consideraron que “frente a lo que pasó, eso es lo de menos”. Ayer, desde la morgue anunciaron que los cuerpos se seguirían entregando durante toda la noche.
Informe: Daniela Bordón.
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