EL PAíS
• SUBNOTA › ¿CRECER CON EXCLUSION O CRECER CON EQUIDAD?
Dilemas de política económica
› Por Maximiliano Montenegro
Sin previo aviso, el Indec distribuyó ayer, adjunto al comunicado de desempleo, unas planillas con los datos de la pobreza del segundo semestre de 2004, los últimos disponibles. La información, que ya había sido difundida el 15 de marzo pasado, muestra la caída del índice de pobreza al 40,2 por ciento (desde el 47,8 por ciento de un año atrás). Sin embargo, esas mismas estadísticas, que algún pícaro funcionario lavagnista coló en el mail oficial con la intención de “endulzar” las cifras de desocupación, cuentan con un grado de desagregación suficiente para revelar la cara más dramática de la emergencia social.
Así, los números del comunicado “optimista” pueden leerse de la siguiente manera:
- A fines del año pasado, el 56,4 por ciento de los niños menores de 13 años eran pobres. Es decir que 1 de cada 2 chicos argentinos vivían en hogares con ingresos inferiores a la línea de pobreza (745 pesos mensuales).
- En los 28 conglomerados urbanos donde se releva la encuesta de hogares, había 3.150.000 niños pobres.
- El 24,1 por ciento (1 de cada 4) de los menores de 13 años eran, además, indigentes.
- De ahí que en los principales centros urbanos, 1.346.000 niños vivían en la indigencia.
En el mejor de los casos, esa radiografía social tomada por el Indec durante el segundo semestre de 2004 puede haberse mantenido sin cambios durante el primer trimestre de 2005. Pero, considerando la caída en la tasa de empleo –en relación con fines del año pasado– y el rebrote inflacionario, lo más probable es que haya empeorado.
En este contexto, los nuevos datos de la desocupación plantean algunos interrogantes:
- Por lo pronto, si bien existe una tendencia descendente en la desocupación (el rebote del primer trimestre, en relación con el cuarto trimestre de 2004, se explica en buena medida por una cuestión de estacionalidad) también es cierto que la tendencia pareciera suavizarse.
- Durante el 2003 la desocupación cayó 6 puntos porcentuales, en el último año la baja fue de sólo 1,5 punto.
- Si la caída de la desocupación tiende a ser cada vez más lenta, es bueno preguntarse desde dónde se parte.
- Si la desocupación “real” fuera 13 por ciento –o menos del 12 en abril, según anunció el Presidente–, la dimensión del problema sería una. Pero sería otra si en lugar de considerar a los beneficiarios de los planes jefes de hogar como ocupados se los identificara como desempleados. Entonces, según el Indec, la tasa no sería del 13 por ciento sino del 16,6 por ciento.
- Dicho sea de paso, ambas tasas son inferiores al pico de desocupación de la convertibilidad (18,5 por ciento), y aun así la pobreza es hoy bastante más elevada.
- La conclusión obvia es que la pobreza no es sólo un problema de empleo sino también de ingresos. Así, sin una recomposición salarial importante para los ocupados –o sin subsidios asistenciales más dignos a los desempleados– podría darse la paradoja en el futuro de que la tasa de desocupación “oficial” cayera a un dígito, pero las estadísticas de pobreza continuaran en niveles muy superiores a los de la convertibilidad. Las observaciones anteriores desembocan en un viejo dilema para la política económica. ¿Hay que apostar al crecimiento, para luego distribuir? o ¿se puede distribuir y crecer con equidad?
Lavagna pareciera convencido de lo primero. Los aumentos salariales de los últimos dos años no pueden ser llamados redistribución “progresiva” del ingreso. Aun con esas mejoras, el saldo desde la devaluación es groseramente favorable para los empresarios. Decir que nuevos aumentos generalizados de salarios atentan contra la estabilidad de precios es una forma de aceptar esa chocante desigualdad. Para el ministro una profunda reforma tributaria es tema tabú.
Hasta ayer la retórica de Kirchner era distribucionista. Ayer, en cambio, dijo que había que utilizar el superávit fiscal para “consolidar el crecimiento”. Si se adicionan los subsidios –anunciados esta semana– a las petroleras a los ya existentes para otras grandes empresas, el esfuerzo fiscal en “consolidar el crecimiento” supera largamente el costo del plan Jefes de Hogar.
Por ahora, lo único claro es que en el corto plazo se puede crecer, y mucho, con exclusión social.
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