EL PAíS
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“Que se puedan reconstruir”
Tres años de novios fueron los cimientos de la relación que empezó en Potenza, al sur de Italia. Angela y Carmelo Salerno se casaron en su tierra natal y se mudaron a la Argentina, donde llegaron en 1954 para fundar su familia. Cuando festejaron el 42º aniversario de su casamiento, empezaron la cuenta regresiva para celebrar los cincuenta años de la unión. “Pero no pudo ser”, lamentó la mujer al contar su historia a Página/12. Carmelo fue asesinado en el mismo taxi que manejaba todos los días, “sin francos ni feriados”, como lo recuerda su hijo.
Angela mantiene el acento inconfundible de su país. Tiene 70 años y una vida “arruinada” desde 1996. “Fue mi primer novio, mi primer todo”, dice de Carmelo, que murió a los 62. El recuerdo de su marido le aflora con sencillez. “Me ha salido favorable, no ha sido tan mal. Trabajó toda su vida”, son las palabras que conserva para definirlo. “Su muerte fue lo peor, no imaginamos nunca terminar así. Cuando uno viene de otra tierra no puede pensar que va a pasar eso”, repetía ayer. En Necochea crecieron los tres hijos de la pareja, dos mujeres y un varón.
“No es porque se trate de mi padre, pero él vivía con una conducta intachable”, se enorgullece Luis Alberto Salerno. Aunque Carmelo era propietario del Peugeot 504 que manejaba, no dejaba de ser meticuloso con los horarios. “Para trabajar, tenía una conducta”, señala su hijo. Salía temprano y volvía al mediodía a su casa, donde almorzaba para retornar al taxi. A las 21 ya estaba de vuelta en su casa. El 26 de octubre de 1996, cuando su familia notó que no volvía, se sintió envuelta en el mal presagio que implicaba ese quiebre de la rutina paterna.
“Una de mis hermanas vino a avisarme a las 23 de que mi papá no llegaba”, reseña Luis. Carmelo había sido asaltado una sola vez, en la década del ’80. En esa ocasión, el robo fue a pleno día y el taxista se había llevado algunos golpes. Tras el aviso de su hermana, Luis salió en su auto para buscar a Carmelo. Un policía le indicó que su padre estaba en el sector del parque. El hombre miró y vio luces de patrulleros brillando en la noche. Rodeaban el Peugeot 504 de Carmelo.
“Nunca imaginé semejante alevosía”, repite hoy Luis. Esa noche no pudo cruzar el vallado fijado por los uniformados. Por eso no pudo ver a su padre “ni esa noche, ni nunca más, porque del parque se lo llevaron en ambulancia”, afirma Luis, que se enternece al acordarse de ese italiano al que “se le entendía perfecto” cuando hablaba. “Con una mirada era suficiente para respetarlo, ya sabíamos lo que teníamos que hacer. Jamás nos levantó una mano. Era muy cariñoso, nos ayudó mucho.”
Tras la muerte de Carmelo llegaron varios familiares italianos para acompañar a Angela durante unos días. Ella nunca pensó en emprender el retorno. “Si hay alguien que se tiene que ir no somos nosotros”, apunta Luis. De los jóvenes acusados, dice que “uno pretende que ellos se puedan reconstruir, que sean gente de bien para la sociedad. Porque estropearon a su propia familia. Después de educar a un hijo y darle todo, que te paguen con esto no se lo merece ningún padre”, sentencia.
Carmelo llegó a conocer al primer nieto varón, hijo de Luis. El abuelo estaba contento porque el apellido Salerno iba a perpetuarse. “Cuando lo mataron, mi nene tenía dos meses. Mi padre no lo pudo disfrutar. Esto no lo superás nunca. Cada día lo extraño más.”
Informe: Daniela Bordón.
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