EL PAíS
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Qué queremos de Miceli
› Por José Pablo Feinmann
Eso que algo vagamente se llama el establishment se ha alarmado con las últimas designaciones de Kirchner. También el socialismo. Hermes Binner, por ejemplo, político honestísimo, transparente, señala junto a los suyos que se ha acentuado la tendencia al hegemonismo típica del Presidente. Lo del hegemonismo es más suave que la alarma del establishment. Coincide también con sus críticas, sólo que el establishment insiste en el carácter autoritario de K más que los socialistas. Del modo que sea, todos ven en las recientes movidas un “giro a la izquierda”. Acaso para disipar estas crueles sospechas es que Felisa Miceli –en un gesto que sorprendió a varios– haya jurado por “Dios, la Patria y los Santos Evangelios”. No alcanzó para serenar a un órgano tan serio como el british The Economist. Donde se afirma, con preocupación, que K se ha alejado del FMI para acercarse a Chávez. La preocupación surge a raíz de los controles de precios del Gobierno K. No tiene, dicen, que hacer algo así. ¿Acaso no ve que la Bolsa cayó un 5,9 por ciento por tan desmedida conducta? Llegan entonces a una conclusión: “Este es el verdadero Kirchner”. Todos los cambios de gabinete, insisten, apuntan hacia la izquierda. Y señalan la pertenencia de Taiana y Garré a la izquierda peronista de los ’70.
Peor es la preocupación del Imperio norteamericano. Toda brizna de acercamiento a Chávez eriza a la Administración Bush. Para colmo, el Gobierno K y el amorochonado Chávez (quien no tiene que amorochonarse, como pide su propaganda electoral, de morocho que ya es) planean la creación de un gasoducto entre los países que presiden. La Administración Bush se opone. Como para que no. Piensan de otra manera. Esa manera ha sido explicitada por la revista The Nation y por su intermedio nos enteramos qué piensan de la “lucha de clases”. Se trataría de “cualquier intento de aumentar el salario mínimo” (brillante nota del brillante Mario Diament en La Nación, 3/12/ 2005). De la pereza: “Cuando los pobres no trabajan”. Del tiempo libre: “Cuando los ricos no trabajan”. De Dios: “Principal asesor de Bush”. Y de la democracia: “Producto tan extensamente exportado por los Estados Unidos que ha agotado sus reservas internas”. En suma, el país de los padres fundadores se entrega a un hegemonismo superior al de K o, sin más, a una dictadura de perversos matices orwellianos.
Nuestra temática, aquí, es la que sigue: qué queremos de Felisa Miceli, qué esperamos de ella. Para formular este deseo se requiere ahondar en algunos aspectos de la economía, área de la cual Miceli se hará cargo fieramente, sobre todo luego de un juramento que compromete a entidades metafísicas (Dios) y dogmas consagrados (los Evangelios). La economía anda bien. La cuestión es: ¿todo anda bien cuando la economía crece o hay cosas que siguen mal? El crecimiento del PIB del corriente año llegará a una tasa del 9 por ciento. (Los datos que consigno pertenecen a un informe de Héctor Valle publicado por Coyuntura y Desarrollo, órgano del FIDE.) Hay un comportamiento exportador en expansión. Un superávit en las cuentas públicas equivalente a 6000 o 7000 millones de dólares. La deuda con el FMI llegará a fin de año a “sólo” 9000 millones. Esto, que resulta de una negociación efectivamente dura con el organismo paradigmático del establishment, pone al Gobierno en una obligación que, por mérito, ha adquirido pero deberá cumplir: son, ahora, posibles políticas económicas más heterodoxas que las implantadas durante la gestión-Lavagna (cuya foto con el enorme logo de IDEA a sus espaldas recordó a muchos tiempos malos y pasados).
Si la derecha denuncia una izquierdización, si la economía ha crecido para el lado de la soberanía interna es –como siempre es– porque el Estado nacional se está consolidando. La cuestión es el Estado y la nación. El Estado en función de la nación. En la nación estamos todos. Los “triunfadores de los noventa”, que lo aniquilaron para enriquecerse, y los “perdedores de los noventa”, que fueron arrojados a la marginación y la pobreza. Si en los noventa hubo riqueza obscena por un lado y pobreza obscena por el otro se debió –en enorme medida– a la cuasi desaparición del Estado. Si se busca, en esta primera década del nuevo siglo, que las cosas se reviertan habrá que agrandar el Estado para agrandar la nación. Esto queremos de Miceli. Esta Felisa Miceli queremos: la queremos instrumentando una economía basada en la consolidación del poder intervencionista del Estado y al servicio de los “perdedores del ’90”. Deberá, Miceli, fortalecer nuestras exportaciones agropecuarias peleando con los EE.UU. que subsidian las suyas con 1000 millones de dólares por día. En suma, no al ALCA. Sí al Mercosur. Y si se acepta discutir el ALCA, hacerlo en términos de extrema dureza: exigir del Imperio la eliminación de los subsidios. Deberá, Miceli, torcerles el brazo a las empresas transnacionales. Son muy pocas las que no lo son. En un mundo globalizado, los capitales trans (que buscan por ese mundo el espacio de mayor rentabilidad, sea en China, India, Israel, Argentina o Transilvania, territorio que comparte con ellos su condición vampírica) se unen con los “nacionales” y los controlan según, a veces, el viejo y redituable artilugio del 51 por ciento de las acciones y, otras veces, apropiándose del casi completo paquete accionario. Deberá, Miceli, saber, como sabe, que los supermercadistas están oligopolizados y buscarán aumentar sus precios para desestabilizar el todo social. (Son así: las superganancias los ciegan y no piensan en el mínimo bienestar del territorio en que están parados, el país. La dureza de un Estado nacional puede llevarlos a mejorar.) Deberá, Miceli, saber, como sabe, que las empresas oligopolizadas, esas transnacionales que piden aumentar sus precios, lo lograrán siempre al costo de la ruina de las PYME. Deberá, Miceli, saber, como sabe, que Argentina debe crear un clima favorable a las inversiones extranjeras pero esas inversiones tendrán que aceptar riesgos. Los inversores de los noventa vinieron al país del provecho alto, de los intereses galácticos basados en la corrupción de la clase política del menemismo, a la cual se aliaron en el gran negocio de saquear el país. (No había Estado: Menem, implacable, lo había destruido con la complicidad del establishment y el peronismo, cómplices turbios de una década que destruyó el keynesiano Estado de Bienestar del primer gobierno justicialista.) Se requiere, de Miceli, a) reformar el actual encuadre impositivo, b) una nueva ley de entidades financieras, c) reemplazar los actuales planes asistenciales. El asistencialismo resuelve poco. En este país hay hambre y los que tienen y podrían ayudar no ayudan. Hay que crear empleos. Impulsar las pequeñas y medianas empresas, que no son trans sino que producen para el mercado interno. Saber que “mercado interno” significa algo que trasciende la economía: significa, sin más, “el país”. Así, las pymes producen para el país, ese espacio en que vivimos y en el que muchos, que no somos trans ni ciudadanos del mundo, seguramente moriremos.
Para algunos estas líneas serán una apología del intervencionismo estatal, una idolatría del Estado. ¿Cuando Bush desembolsa 1000 millones de dólares cada día para subsidiar sus exportacionaes, no está interviniendo en el libre flujo de la economía? ¿No es eso intervencionismo estatal? ¿Por qué lo puede hacer Estados Unidos y nosotros no? Porque los críticos del Estado en la periferia son los socios del Estado en el centro. Ese estado metropolitano es más suyo que éste, en el que viven sólo para lucrar.
¿Queremos, de Miceli, un “giro a la izquierda”? Se trata, creo, de algo más complejo. Se trata de los ideales y las ideas de una generación, la del ’70, que está de vuelta, y que desea, como siempre deseó, un Estado popular y un pueblo sin hambre. Pero esta vez –definitivamente– dejando atrás todo tipo de compromiso con la violencia. Ojalá alcance.
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