EL PAíS • SUBNOTA
Permitir que continuaran en su función de adoctrinamiento los capellanes que participaron en la guerra sucia militar contra la sociedad argentina es una de las más graves omisiones de los gobiernos de las dos últimas décadas. Algunos son notorios, como los capellanes de la Armada Alberto Angel Zanchetta y Luis Manciñido, que distorsionaban parábolas bíblicas como las de la separación de la cizaña y el trigo para adormecer la conciencia de los oficiales que se angustiaban después de arrojar prisioneros vivos al mar. Pero otros, como el capellán del Ejército Luis Mecchia, han conseguido permanecer al margen del escrutinio público, incidiendo en la formación de las nuevas generaciones de oficiales. Documentos del Archivo Nacional de la Memoria arrojan luz sobre la tarea de este sacerdote que desde 1961 participó en la implantación de la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria, que incluía el secuestro, las torturas y la desaparición de personas. En los años de la dictadura militar se desempeñó al frente de los 33 capellanes que prestaron servicios en el Comando de Institutos de Campo de Mayo, donde funcionó la Zona de Seguridad 4 y uno de los mayores campos de torturas y exterminio del país.
Nacido en la región italiana del Friuli, Mecchia concedió una entrevista a dos enviados de la organización Friuli en el Mundo, que la incluyeron en el folleto “Friuli en las pampas”, editado en 1978 en Udine. Según Mecchia a fines de la década del 60 un capellán le pidió que enseñara a los soldados de la Caballería sus conocimientos acerca de la guerra revolucionaria, antes de que hubiera en la Argentina cualquier desafío armado al poder. Así conoció al Comandante de la Caballería, general Juan Carlos Onganía, con quien conversaba frente a una botella de cognac. En los años siguientes, Mecchia fundó otras dos capellanías: la de la Escuela de Inteligencia y la de la Aviación de Ejército, que aún ocupa, y desde 1967 fue capellán del Comando de Institutos. Su jefe era el general de división Santiago Omar Riveros, hoy procesado por su participación en los planes Cóndor y en el de apropiación de bebés. En una presentación a la justicia, con el patrocinio del abogado Florencio Varela, Riveros sostuvo que “se ejecutaron aproximadamente a siete mil terroristas” por decisiones adoptadas “en los Estados mayores de las Fuerzas.” El sacerdote justificó el golpe de 1976, cuando sólo “una pequeña fracción” castrense “defendía aquello que se llamaba el Estado constitucional”. En la Escuela de Inteligencia, Mecchia predicaba la inminencia de una guerra civil. “Muchos me creyeron”, se jactó. “Lo discutimos en el nivel superior. Varias veces me llamaron para saber en base a qué elementos sostenía esa tesis. Los altos mandos coincidieron con el diagnóstico. Les costaba quebrar la estabilidad institucional, hasta que alguien les hizo entender que una cosa es la legalidad y otra la justicia”. Como era preciso “salvar al país y al sentido argentino de la existencia” se adoptaron “métodos expeditivos”, para “frenar a los extremistas y a la guerrilla internacional. Las operaciones fueron clandestinas. “Digamos así, con la discreción de quien sabe interpretar lo que digo: si alguien es sorprendido armado, más le vale olvidar su nombre. Cuando nos encontramos ante un hombre armado, la regla es disparar primero. Gana la guerra quien comete menos errores.” Al describir al oponente, Mecchia dice que son aquellos que “tienen ideologías marxistas, organizan huelgas, arrojan volantes, siembran clavos en las calles o lanzan bombas de humo”. El tratamiento que se les da difiere según las zonas. “En el interior los rebeldes capturados son enviados a institutos de reeducación. Es mejor no preguntar dónde. En la zona metropolitana, se hace lo posible para no capturarlos”. Mecchia reivindicó también lo que llamó “propaganda gris”, destinada a destruir “no a ellos sino a sus familias” y dijo que había organizado un “programa de reeducación filosófica, cristiana, social de esa gente”. Su conclusión era que “antes de pronunciarse sobre los famosos derechos humanos hay que conocer muchas cosas”. Ahora que se conocen no se justifica que continúe con su prédica iniciada hace 45 años.
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