EL PAíS • SUBNOTA
› Por N. V.
En la capital de Rusia se respira dinero. En la mismísima Plaza Roja, frente al Mausoleo de Lenin, las vidrieras de las célebres tiendas Gum son la muestra acabada del cambio de sistema. Louis Vuitton, Kenzo y Moschino deslumbran con los modelos de la temporada otoñal. El pasado parece sólo presente en las catedrales, en el edificio del Kremlin y, sobre todo, en los militares que deambulan por las inmensas avenidas. Las estatuas de los héroes de la Revolución fueron recluidas a una especie de cementerio a la vera del río Moscú. Los monoblocks cuadrados, desangelados, se dibujan debajo de los carteles publicitarios de las últimas marcas. Quince millones de personas se mueven a diario en esta ciudad que acaba de ser declarada la capital más cara del mundo. El precio del metro cuadrado de las nuevas construcciones oscila entre los 4 mil y los 10 mil euros. Con 144 millones de habitantes, Rusia recibe inmigrantes de las ex repúblicas soviéticas que son empleados en los trabajos que los rusos ya no hacen. Desde el otro extremo social, se acercan también los nuevos ricos en busca del consumo más sofisticado. Los jóvenes parecen gozar de esa explosión mientras la generación intermedia anda a tientas luchando por adaptarse al giro que implicó asimilar la lógica de mercado.
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